Ariel González
Cuando esta columna aparezca ya habrán pasado varios días de la tragedia en que perdió la vida un niño de apenas 12 años en Paraíso (vaya paradoja, cruel toponimia donde las haya) Tabasco. Y alguien dirá: ya estuvo bueno de hablar del asunto y, más aún, de ligarlo “carroñeramente” a AMLO y a su candidata; ya está bueno de usar la tragedia “con fines electorales”.
Sin embargo, quienes han usado ese argumento hipócrita y en buena medida estúpido, teñido artificiosamente de sensiblería frente al tema, son precisamente quienes pretenden que la responsabilidad de lo que le viene sucediendo a este país recaiga en los gobiernos anteriores, convertidos en el punshing bag del morenismo más rudo. Esa ha sido durante los últimos seis años la fórmula empleada para justificar el fracaso de un gobierno que hace seis años prometió terminar con la violencia, la corrupción y tantas otras cosas más.
Uno quisiera desde luego no referirse más al triste asunto por razones hasta de “buen gusto”, como dicen las buenas conciencias del oficialismo, pero la verdad es que el grito del niño Dante Emiliano (“no me quiero morir”) vamos a seguirlo escuchando por mucho tiempo, al menos quienes no hemos perdido la capacidad de indignación o que no le damos a esta un sesgo partidista, ajustándola según sean las circunstancias políticas de cada caso.
Lo cierto es que esta tragedia, como las que diariamente son documentadas por los medios, asoma irremediablemente en un contexto electoral, pero es un hecho –y de ahí la mayor relevancia que cobra– que no es un caso aislado.
En lo de que va del actual gobierno han sido asesinadas más de 180 mil personas, de las cuales 4,116 eran niños que fueron baleados (de acuerdo con información de la Red por los Derechos de la Infancia dada a conocer por El Universal el pasado viernes, aunque también otros 8 mil menores de edad, según la misma fuente, murieron en diversas situaciones violentas).
Si la muerte del niño Dante Emiliano fuera una excepción, tal vez tendrían razón los defensores del régimen en señalar que se está usando el caso de forma dolosa, propagandística o interesada “para dañar al presidente” (como él mismo acusa desde la mañanera), pero se trata de un caso que retrata vivamente una realidad que se está generalizando y que hace pensar de forma inevitable en todas las atrocidades que vienen produciéndose en nuestro país, una tras otra, superando a diario los niveles de horror conocidos.
En medio de esta acumulación de espanto, inseguridad e impunidad, llama la atención cómo desde el oficialismo y sus comentaristas afines se denunció de inmediato “el uso” que hace “la derecha” de este caso. Olvidan, convenientemente, que ellos eran los primeros en explotar hasta la saciedad todas las tragedias nacionales para señalar como responsable al gobierno en turno. Ahora, por supuesto, constituidos en gobierno, esto les parece abominable. No fue el Estado, ¿verdad? Y entonces todos los argumentos que usaban cuando eran oposición les resultan exagerados, tendenciosos y hasta perversos.
Hace muchos años, cuando la violencia no se generalizaba en México, fui testigo en una playa de Sinaloa de cómo una niña resultaba asesinada en medio de un ajuste de cuentas entre las bandas criminales de ese estado. Aquella víctima infantil no tendría más de 10 años y se ganaba la vida, junto con su padre, vendiendo dulces a los visitantes del lugar. Su vida fue segada “involuntariamente”, se supone, por quienes se matan entre sí todos los días sin importarles eso que en la jerga militar serían los llamados “daños colaterales.
Nunca olvidaré el rostro de su padre sosteniendo el cuerpo de su hijita ya sin vida. Aquella perturbadora imagen que reflejaba desesperación, dolor e impotencia me nubla la vista siempre que la evoco. Al día siguiente, la noticia de este hecho ocupaba en la prensa local los espacios de siempre: una pequeña nota sobre el terror cotidiano al que infortunadamente se fue acostumbrando la sociedad sinaloense.
De entonces a la fecha, la mayor parte del país ha quedado anegado en sangre. Ya no son unos cuantos niños o decenas las víctimas –lo cual no dejaría de ser profundamente penoso– sino miles, y todo el tiempo en aumento. Muchos de ellos han seguido muriendo en escenas de fuego cruzado, asaltos o secuestros, pero el caso del niño Dante Emiliano nos recuerda un panorama que desde luego las autoridades se niegan a reconocer: en México, desde hace tiempo, los niños son ya víctimas directas, blancos del crimen organizado.
La trayectoria brutal de la violencia en México ha tenido, desde luego, responsables políticos, pero ningunos tan cínicos y desentendidos como los de la Cuarta Transformación, que a este respecto han resultado ser como un coro grotesco que pretende ignorar la realidad presente y busca la explicación de todos sus males en el pasado, eludiendo por supuesto la más mínima responsabilidad.
Las elecciones son el próximo domingo y de forma inevitable los muertos –donde hay miles de niños, jóvenes y mujeres– se le están vienen encima a Morena. La oposición no ha tenido necesidad de manipular ningún dato; ha sido la propia candidata oficialista la que con su desdén por el tema (aduciendo por ejemplo que los mexicanos se sienten más seguros) ha terminado por despertar un malestar que posiblemente se materialice en una votación adversa a la 4T.
Puesto que está lejos de ser un hecho aislado, podemos decir que México se definirá ahora por el lacerante grito del niño Dante Emiliano que no quiere morir. Quizás habrá quienes no quieran escucharlo o que, escuchándolo, prefieran ser indiferentes. Puede ser. Pero a mí me parece que es un grito que plantea y exige que las cosas no sigan igual. Y quiero creer que la mayoría de los electores lo va a tener presente al ir a votar el próximo 2 de junio. O vendrán más gritos y nos encontrarán más indolentes.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez