Ariel González Jiménez
Que hubo algunas cosas buenas, no cabe duda, pero no me atrevería a darle algún crédito personal y menos aún a darlas como duraderas. Sé que no es una conclusión popular, pero predomina abrumadoramente lo nefasto no sólo para sus críticos, sino para todos los que sufrieron o sufren en carne propia alguna de las crisis que deja abiertas su administración, como la violencia sin fin en Sinaloa y muchos otros puntos del país (con 200 mil muertos), los 50 mil desaparecidos o el desastre (nuevamente) sin atención en Acapulco.
El balance, con las cifras y datos disponibles (del propio gobierno) no es bueno en prácticamente ningún rubro fundamental. La economía tuvo un crecimiento raquítico, muy alejado del prometido, si bien el salario mínimo no dejó de aumentar, lo que junto con los diversos programas de apoyo ha generado una percepción inmediata de bienestar, a pesar de que de muy poco sirve todo esto frente al pésimo estado que guarda el sistema de salud, el retroceso cualitativo de la educación pública o la creciente inflación, así como los deficientes servicios que ofrece el Estado. Muchos lo empiezan a intuir: sale muy caro no sentirse tan pobres, porque al final hay que pagar más por aquello que ha empeorado o se ha dejado de tener.
Pero esta percepción de bienestar ha sido lo suficientemente duradera como para volver a votar por Morena y sentir que López Obrador es el mejor presidente de todos los tiempos. Sus críticos podrán reunir mil indicadores negativos y datos catastróficos al por mayor, pero la gente no cree en ellos. No quiere creer. (Y en verdad yo tampoco quisiera que creyeran en nada, porque no se trata de creer, sino de tener un mínimo de racionalidad para distinguir la realidad).
El presidente –y ahora su sucesora– les ha dicho a diario que todos los datos malos de su gestión son mentiras de sus enemigos, de los infames conservadores y de la prensa “chayotera”. Y ha conseguido que sus mentiras se conviertan en verdad para millones de personas y que quienes muestran datos y hechos reales sean vistos como mentirosos.
¿Cómo lo consiguió? El encantamiento colectivo que aún vive el país (según podemos ver en las encuestas de popularidad) comenzó desde luego a partir de su gran carisma, el cual no tiene parecido, sin embargo, con el atractivo de otros líderes populistas de América Latina y, menos aún (por suerte), con personajes como Mussolini o Hitler. No es un buen orador, pero supo hacer de su personaje –el político ignorante, rústico pero honesto y entregado a una buena causa– algo adorable para su clientela popular, mayoritaria electoralmente, pero no socialmente porque, no lo olvidemos, la fascinación que ejerció sobre millones estuvo siempre acotada por el rechazo o indiferencia de la mayor parte de la población en edad de votar (un 65% ahora y un 70% en 2018).
Algo que sí retomó de las inmensas capacidades propagandísticas de nazis y comunistas fue la difusión cotidiana de mentiras que, al paso del tiempo, se convirtieron en “verdades” oficiales. Él dictaba los mensajes centrales en sus conferencias mañaneras y después un ejército de improvisados, nuevos y viejos comunicadores –que actuaba a contrapelo de la “prensa vendida”, dentro o no de los medios tradcionales– se encargaba de replicarlos, desde luego con un gran apoyo presupuestal y con un fuerte aparato publicitario detrás.
Benjamin Carter Hett en su libro La muerte de la democracia, comenta que Hitler pensaba que “cuanto menos honesto sea un mensaje político, mejor. Los políticos se equivocan cuando dicen mentiras pequeñas e insignificantes. La pequeña mentira puede descubrirse fácilmente, y luego la credibilidad del político se arruina. Es mucho mejor decir la «gran mentira». ¿Por qué? En «la grandeza de la mentira, siempre hay un cierto elemento de credibilidad»”.
Es decir, los hechos no importan gran cosa. “Incluso cuando se les presentan los hechos verdaderos” los ciudadanos de a pie “todavía dudarán y vacilarán y continuarán tomando al menos algo [de la mentira] como verdad. Porque la mentira más descarada siempre deja algo detrás, un hecho que todos los grandes mentirosos expertos de este mundo saben demasiado bien”.
AMLO tuvo por escuela esos principios, aunque muy probablemente no leyó nunca Mi Lucha de Hitler. Mintió desde un principio y a gran escala, sin pudor y en torno de todos los asuntos de interés nacional. Lo mismo para cancelar el aeropuerto de Texcoco que durante la pandemia; frente a los padres y familiares de los estudiantes de Ayotzinapa, al igual que ante los enfermos de cáncer sin medicamentos.
Hizo historia. O mejor dicho, repitió la historia de los líderes más inescrupulosos del mundo. Su consistencia para mentir ha sido quizás la principal explicación de su enorme éxito y popularidad. Los “otros datos” prevalecen y a partir de hoy su sucesora, Claudia Sheinbaum, parece decidida a mantenerlos como su propio patrimonio mientras la realidad no se imponga abruptamente para desmentirlos.
Duele decirlo: el México embaucado no dejará de estarlo ahora que comienza un nuevo gobierno, entre otras cosas porque es mentira que AMLO haya dejado de gobernar.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez