Cuando Neal Stephenson en su novela Snow Crash acuñó el término y el concepto de metaverso (1992), era una concepción futurista, pues no existían las condiciones en el ciberespacio para su utilización, sin embargo, describió el funcionamiento y las aplicaciones que podría tener en el mundo real, utilizando la web, la realidad aumentada y la tercera dimensión, entre otras utilidades o aplicaciones.
Por su parte Mark Suckerberg, que creó el Facebook para divertirse en la universidad y después encontró la forma de hacerse inmensamente rico con su explotación, ha ido apropiándose de aplicaciones y dispositivos de software y hardware, para hacer realidad el concepto de Stephenson y por supuesto, hacer un negocio aún más grande que el que ha construido con sus plataformas. Porque hay que aceptar que es un hombre hábil para mercantilizar lo que la gente usa para divertirse o para informarse, trabajar y comunicarse en el universo virtual en el que las fronteras no existen.
Para muchos, especialmente generaciones nacidas en el siglo XXI y finales del XX, resulta atractivo navegar por la vida viendo la realidad por medio de lentes especiales. Una vida en la que virtualmente todo estará al alcance de un click, sin embargo, el deslumbramiento por un futuro lleno de innovaciones tecnológicas, no repara en los costos que habrá de pagar por estas facilidades.
Porque todos estos avances no son ni serán un servicio público, todas las facilidades serán posibles por la existencia y operación de monumentales servidores por los que transitará a velocidades indescriptibles miríadas de información y datos, que serán, como hasta ahora, propiedad de corporaciones como Meta, de Suckerberg, Google, y alguna o algunas chinas, coreanas o japonesas, que viven de la utilización de la información que por ellas circula. Porque debemos reconocer, que el meta verso y su elemento primigenio, las redes sociales y las aplicaciones, son una auténtica veta dorada para la minería de datos y en ello radica su máximo peligro.
Google introdujo el concepto de generación C para definir a una nueva generación de consumidores que son la nueva fuerza de la cultura del consumo, que no se definen por un rango de edad específico sino por su actitud.
Los estudios que esta corporación ha hecho, a la vez que Facebook, sobre los hábitos de consumo y comportamiento de los usuarios de redes sociales, son ahora material de trabajo de los profesionales del marketing, para los cuales, términos como engagement, awareness, y herramientas como el Custom Audience de Facebook y Custom Tailored de Twitter, ambas ya dominadas por Suckerberg (ojo), son herramientas imprescindibles para quienes quieren descubrir el comportamiento de clientes habituales y nuevos clientes, y están siendo material valioso para el marketing político electoral.
En sociedades democráticamente avanzadas, la utilización de estos medios, que serán más accesibles en el metaverso, el uso y abuso de estos instrumentos puede orientar el sentido de una elección y con ello, alterar el rumbo de un país a conveniencia de quien mejor maneje este avanzado producto.
Pero más allá de la utilización comercial, o electoral del metaverso, están otras consideraciones, relativas a la pérdida de la singularidad del individuo que habitará en ese universo virtual con avatares, haciendo de la presencia física una irrelevancia y de las habilidades sociales y cortesías habituales una reminiscencia. El impacto que puede tener en la moralidad y la elasticidad de los valores en un mundo donde todo es posible en la virtualidad y los algoritmos predicen e inducen comportamientos.
Algunos pragmáticos como Elon Musk, que con Tesla está revolucionando el mundo, están siendo escépticos, ¿quién querrá andar por la vida con una careta y vivir a través de ella? Así lo ha expresado, menospreciando la practicidad del metaverso, sin embargo, la creciente utilización de las redes sociales, el incremento del e-comerce, el uso de aplicaciones y la digitalización de servicios bancarios y otros similares, está siendo cada vez más aceptado y utilizado.
Pero aun ignorando el escepticismo de Musk, es indudable que acarrea riesgos el que información personal, datos bancarios, y detalles de comportamiento estén disponibles y en control de entidades privadas, hasta hoy auto reguladas, para las cuales la ética y la responsabilidad tienen métricas variables.
No es un asunto menor, reparar en las manos que controlan los mega servidores y la utilidad que para ellos representa. Ni tampoco desentendernos de la creciente universalidad de lo que hasta ahora es información privada y confidencial.
Es deseable que a la misma velocidad con que se puede disponer de datos personales de comportamiento y preferencias, se desarrollen sistemas de protección, pues de otra forma todos nosotros transitaremos por el metaverso virtualmente indefensos, y materialmente convertidos en esclavos del smartphone, la tableta o los lentes de realidad virtual.
En la Comunidad Europea ya se han hecho esfuerzos por reglamentar el uso del ciberespacio y es deseable que en el resto del mundo los gobiernos empiecen a ver este metaverso como una realidad no solo posible sino inmediata y eviten que transitemos por los canales de la meta información indefensos y dependientes de los escrúpulos de los mercaderes de datos.