San Francisquito no habló. Lo hablaron por él.
Ese sábado, sus calles no se llenaron de vecinos, sino de forasteros. Autobuses desde la Ciudad de México, el Estado de México y hasta Cadereyta llegaron para interpretar una obra escrita lejos del barrio. La escenografía: pancartas contra la gentrificación. El director: Gilberto Herrera Ruiz. El presupuesto: dinero que debería estar en el alumbrado y el pavimento de Cadereyta.
En ese municipio, el dinero fluye, pero no hacia los vecinos. La presidenta municipal, Astrid Alejandra Ortega Vázquez, y su hermano Vicente han perfeccionado un viejo truco: vaciar las arcas y ordeñar a los empleados, obligándolos a regresar parte de su sueldo cada quincena. Ese dinero, que debería destinarse a servicios básicos, terminó sirviendo a su viejo maestro: Gilberto Herrera.
El exrector —hoy diputado federal— dejó a la UAQ con elefantes blancos como el edificio de Ingeniería y se embolsó 320 millones del Conacyt, de los que 1.8 millones se fueron a un aerogenerador que nunca funcionó. Hoy reaparece con un montaje político. Ya no se conforma con atacar el Batán, ni al Gobierno Estatal o municipal; ahora toma como bandera la “gentrificación” para golpear cualquier símbolo de progreso y sostener su papel de opositor perpetuo, ese “Qrodiador” que prefiere incendiar la plaza antes que permitir que la ciudad crezca.
Pero el telón se levantó antes de tiempo. La mayoría de los asistentes no eran de San Francisquito. Llegaron en autobuses desde CDMX y Edomex, estacionados en la zona del Estadio Corregidora y luego trasladados al barrio. Otros pocos vinieron de Cadereyta, pagados con recursos municipales.
En los puestos de comida cercanos, una señora, con la mirada inquisitiva de quien reconoce rostros ajenos, preguntó: “¿De dónde vienen?”. Las respuestas fueron claras: ninguno era del barrio.
San Francisquito no es ingenuo. Ha peleado solo contra las adicciones, la inseguridad y la estigmatización. Morena lo abandonó hace años y no ha podido entrar electoralmente; lo único que llega son contingentes disfrazados de solidaridad, que montan protestas ajenas.
Una vecina lo dijo sin adornos en un video que se viralizó: “No marchó el barrio. Esa marcha no nos representa. Nos roban la voz”. Esa frase tiene más verdad que cualquier discurso de Herrera.
El “doctor” ingeniero veracruzano no busca soluciones. Busca titulares a modo y likes inflados, mientras alimenta una narrativa de odio contra la modernidad, soñando con un Querétaro reducido a rancho bajo su mando. Pero en San Francisquito, la memoria pesa más que la propaganda. Y no está en venta.
Otra pifia de los gilbertistas
La semana pasada, los medios afines a Gilberto Herrera repitieron su receta: disfrazar propaganda política de denuncia. En su afán por golpear a Luis Nava y al gobierno estatal —alimentando su rencor contra los panistas—, terminaron exhibiendo algo más grave: un tráfico de minerales en la Sierra de Querétaro, justo en la región donde Herrera conserva operadores y alianzas.
No fue investigación sólida ni prueba judicial; fue la repetición de un reporte manipulado para la prensa internacional de una ONG radical de Londres. El resultado: una realidad incómoda para el propio Herrera, que en su bastión político hay actividad minera bajo sospecha. Y en vez de asumirlo, sus voceros culparon a la capital y al estado, como si las rutas ilegales fueran invento exclusivo del PAN.
El “golpe” terminó regresando como boomerang. Hoy, el foco no está en Nava, sino en esa franja serrana que por años ha sido intocable para Morena y que, según sus propias fuentes, huele a negocio interno.
Porque al final, el único “pecado” de Luis Nava es vivir en El Campanario y llevar a su familia en avión privado. Un pecado, claro… el mismo de cualquier empresario que trabaja y puede pagarlo. Pero en la narrativa de odio, eso se pinta como delito capital, mientras la Sierra sigue siendo mina abierta para el tráfico que Morena nunca denuncia.
Colofón
En Querétaro hay seguridad, sí, pero eso no exime a la Fiscalía de rendir cuentas. Un incendio provocado no puede quedar como anécdota. Si hubo un autor material, también hubo una mente que lo mandó. Ese es el verdadero incendio que sigue ardiendo. Este caso exige esclarecer quién lo ordenó y por qué. De nada sirve la percepción de un estado seguro si las instituciones que deben protegerlo se conforman con verdades a medias. La seguridad se sostiene con justicia completa, no con silencios administrativos.
A chambear.
@GildoGarzaMx







