Yo tenía 10 años de edad cuando mi papá me comento: “se viene un chingón a la selección”. Ese es el primer recuerdo que yo tengo de Cesar Luis Menotti cuando en 1991 tomo las riendas de la Selección Mexicana de futbol. Para mí, en ese despertar futbolístico propio de la edad, la llegada del argentino marco de manera consciente lo que representaba el seleccionado mexicano y fue de una gran manera: de la mano del “flaco”. Para mí no hubo una época de los “ratones verdes” que acertadamente bautizo Manuel Seyde muchos años atrás, para mí no hubo crisis de identidad en el equipo, yo empecé a tener conciencia del equipo nacional cuando mi papá me comunico que un campeón del mundo venía a México. Flaco, alto y con la cadencia de un tango, Menotti fue centro y referencia en muchas tertulias que tuve con mi fallecido padre, fue un personaje que, de alguna manera romántica, sentíamos cercano, fue un quijote de la cancha de nuestras conversaciones.
El 5 de mayo de 2024, Cesar Luis Menotti falleció y el mundo del fútbol se ha vestido de luto. Se ha ido un maestro, un intelectual del balompié, un hombre que supo conjugar la belleza con la estrategia, pero, sobre todo, la pasión con la razón. César Luis Menotti, el «Flaco» que nos regaló un fútbol y un análisis de poesía, ha emprendido su última cabalgata, dejando un vacío en los corazones de los nostálgicos de este deporte. Se fue en un suspiro, se fue en un domingo de fútbol.
Menotti, nacido en noviembre de 1938, es un personaje que no se puede entender sin caer en el elogio desmedido y en los lugares comunes; él no era solo un entrenador, era un filósofo del fútbol. Sus palabras eran como oráculos, eran frases certeras que iluminaban el camino hacia un fútbol más puro, más estético. Escucharlo era transportarse a una época dorada, a un fútbol que se jugaba con una hermosa calma, en pausa, una homilía con la radio encendida y en color sepia, donde la pelota era el centro del universo y cada jugada, cada análisis, una obra de arte a su voz.
Menotti fue, ante todo, un campeón del mundo. Él aporto su enorme grano de arena a la primera estrella de la Argentina y su hora más gloriosa como DT fue la tarde del 25 de junio de 1978. En el estadio Monumental de Buenos Aires, donde la Albiceleste se coronó por primera vez campeona del mundo al vencer a Holanda 3-1. Pero más allá de ese título, Menotti también fue un titán que se enfrentó durante años a su némesis, Carlos Bilardo, en una batalla épica que trascendió las tácticas y se convirtió en un choque de estilos, de filosofías. Menotti, el esteta, contra Bilardo, el pragmático. Dos visiones del fútbol que se enfrentaron y que, en su contraste, enriquecieron el futbol para siempre. Por un lado, el llamado ‹bilardismo› que planteaba la filosofía que «lo único que importa es ganar», y a la cual, Menotti respondía propio a su personalidad: «Eso es como decir que en la vida lo único que importa es respirar».
Su paso por la selección mexicana, aunque breve, fue un soplo de aire fresco que sacudió la mentalidad del futbolista azteca. En esos pocos meses, sembró la semilla de un fútbol más técnico, más estético, pero lamentablemente, los vicios de la federación mexicana truncaron su proyecto. Desde mi punto de vista, esa breve incursión al mando de la selección cambio sobre todo la mentalidad de jóvenes futbolistas mexicanos, impregnando personalidad y fe en si mismos. Fe, algo tan grande y tan intrínseco, algo intangible que solo un erudito como él pudo transmitir con ese conocimiento, voz y un rostro que tenía toda la melancolía de un domingo. Sin él, como equipo, aun seriamos más grises de lo que somos.
Nacido en Rosario, tierra fértil de futbolistas, no era un hombre sobrevalorado, ni de apariencias, no lo necesitaba. Sus ideas, su prosa futbolística, eran como las obras de Borges para la literatura latinoamericana: trascendentes, únicas e invaluables. Menotti era un sabio, un sibarita que nos enseñó a ver el fútbol con otros ojos, a apreciar la belleza en cada jugada, en cada movimiento, y hoy nos ha dejado huérfanos de su verbo agudo, de su análisis certero y de su fútbol preciosista.
Valdano, otro gigante de esos hermosos menesteres, lo recuerda de esta manera: “Me autorizó a llevar al profesionalismo los sueños de mi infancia, me dio consejos que fueron antídotos para mis defectos y me enseñó a amar el fútbol y a defenderlo con orgullo como parte de nuestra herencia cultural. Solo me queda decir, con emoción, lo mejor que se puede decir de un maestro: si Menotti no se hubiera cruzado en mi vida, yo no sería la persona que soy.”
El pasado domingo se fue un maestro, un poeta de la pelota. Se apago la luz de Menotti, y con ella, la última melodía de un tango triste sobre el verde césped… Puede sonar exagerado, pero a veces pienso que mi padre lo veía en ocasiones como un reflejo de sí mismo, ambos compartían esa aura de idealismo y romanticismo que los hacía ver el fútbol como algo más que un simple juego. Para ellos, era una forma de arte, una cabalgata contra molinos de viento, una expresión del alma. Hoy el fútbol esta triste, triste por el último viaje de su eterno Quijote… de su Quijote de la Cancha.
Con su muerte, el fútbol ha perdido un pedazo de su cultura. Se nos fue uno de los pocos que sabían conjugar como nadie los verbos de la gambeta con la profundidad del pensamiento. ¡Que delicia era escucharte Cesar! Te echaremos de menos. Que tu legado sirva de inspiración para las nuevas generaciones, para que nunca olvidemos que el fútbol también puede ser arte, poesía y belleza.
“En un lugar de la cancha,
de cuyo nombre no quiero acordarme…
en campos de verde esmeralda,
un Quijote de la pelota soñaba,
Menotti, con su mente sabia,
al fútbol una épica estampaba…”
Adiós flaco.