- Guadalupe Ramírez Álvarez fue líder en la cultura y medios periodísticos
- El creador del Centro Universitario y periódicos como Amanecer y Diario
- Personaje queretano, barroco y sobre todo guadalupano
- Nació el 12 de diciembre. hace 100 años; ¿cumplirán su testamento?
Centenario.
¿Barroco o churrigueresco? Queretano total, guadalupano, eso era el inolvidable maestro, periodista, historiador y abogado José Guadalupe Ramírez Álvarez, nacido el 12 de diciembre de 1920, hace un siglo, en el mero día de la Virgen de Guadalupe. Este reportero tuvo el privilegio de conocer al padre del Centro Universitario del Cerro de las Campanas, tratarlo, entrevistarlo, disfrutar sus cátedras en la Escuela de Derecho de la UAQ y tener los últimos textos del también creador de los periódicos Amanecer y Diario en sus colaboraciones mensuales para la Revista Querétaro hasta su muerte, en mayo de 1986.
Más aún, en esa misma publicación editada en el gobierno de Mariano Palacios Alcocer, dimos -cuatro años después- en la edición de mayo de 1990 la primicia de las memorias del maestro, contadas a su amigo Pedro Jesús Montiel Cárdenas (+) en incontables reuniones sostenidas en el restaurante “Polainas” hoy hotel Obispado, en el andador 16 de septiembre. Amores, rencores, devociones y orgullos brotan sin veladuras en las grabaciones recogidas por Chucho Montiel, que fue director del DIF con Tere Rovirosa de Calzada y diputado federal suplente de Alfredo V. Bonfil.
Parte de los testimonios inéditos de Ramírez Álvarez, sin duda líder de su tiempo en la cultura y la opinión
La narración, si bien incompleta, da luces sobre la personalidad del controvertido periodista, historiador y abogado, quien participó destacadamente en hechos fundamentales para la definición del Querétaro actual. Bastaría señalar la promoción del Centro Universitario –con el gobernador Juventino Castro Sánchez- y la fundación de los periódicos para reconocerle su sitio en la historia local.
Sin embargo, su estilo de vida, frecuentemente incompatible con las reglas de una sociedad que nunca lo aceptó del todo, hicieron que se le regatearan méritos. No en balde el escándalo rondó su vida y alimentó los duros enfrentamientos que sostuvo con los gobernadores Juan C. Gorráez y Manuel González de Cosío. Curado de aquellas heridas, y cerca –aunque quizá sin saberlo- de la enfermedad que acabó con él en los primeros minutos del domingo 18 de mayo de 1986, el cronista de Querétaro decidió hacer la crónica de su vida.
Por ello pactó una serie de conversaciones con un antiguo alumno, Pedro Jesús Montiel Cárdenas, a quien le narraría desde su infancia humilde hasta los últimos años de soledad, pasando por las épocas de plenitud y triunfos y todo quedó registrado en una serie de cassetes que el oidor vació en más de cien cuartillas, lo cual representaría la base de un libro.
La muerte de Ramírez Álvarez, y tiempo después la de Montiel Cárdenas, truncaron la terminación y la consecuente publicación. “Esto es casi un testamento”, le dijo Pedro Jesús, muy al principio de sus pláticas. Y no, su verdadero testamento es el que dictó ante notario, con la participación de autoridades universitarias y municipales, para legar la mayor parte de sus bienes a la UAQ con el propósito de crear un fideicomiso que generara becas a favor de los estudiantes de historia, derecho y periodismo, lo que hasta la fecha no se ha cumplido por infames displicencias, deslealtades de cercanos y abusos de los encomenderos.
Una de esas propiedades es la casona que habitó hasta el final de sus días en las calles de Escobedo y que según el cronista Andrés Garrido del Toral ya va a pasar al patrimonio de la Alma Mater para crear un centro cultural.
A 100 años de su nacimiento.
-GUADALUPANO-
La devoción.
José Guadalupe Ramírez Álvarez divulgó siempre con orgullo su devoción guadalupana. De ellos habló extensamente en la cita del lunes 15 de marzo de 1982 con Pedro Jesús Montiel Cárdenas, luego de haber puntualizado: “Todo mundo sabe cuán “mocho” soy. Sí, yo no soy católico solamente. ¡Soy muy mocho! Y no lo voy a dejar de ser. “Espero en Dios morir así de mocho. Ojalá y no me castigue a cambiar ya de viejo. Pero, sobre todo, ¡soy muy guadalupano! Lo que sea… Pero muy guadalupano. Todo lo perverso que quieran, pero a mí me conmueve mucho la Virgen de Guadalupe. Por eso le he tenido un gran amor a la peregrinación y le he escrito un libro, se llama Del Sangremal al Tepeyac”.
Y dijo también que era muy niño cuando oyó los primeros retratos guadalupanos. ¿Y a quién se los oía? A mis papás. Todas las noches del 11 de diciembre (como la de hoy) me contaban el relato guadalupano. Y yo más tarde, todas las noches del 11 de diciembre lo leo. Nos reuníamos toda la familia. Entonces no había mañanita, no había radio ni televisión. Y nos veníamos muy temprano a La Congregación.
Con el tiempo, frente a duras pruebas, Ramírez Álvarez llegó a tener “muy buenos pleitos con ella”, pero finalmente siempre encontró que los problemas fueron benéficos para su formación. “Y es que voy y le pido algo y me hace lo contrario. Pero ahora que estoy entrando a mayor serenidad, creo que lo hace para probarme realmente. Y le voy a decepcionar, ¡porque no voy a dejar de creer en ella!”
Así de claro.
-QUERETANO ILUSTRE-
La muerte.
No era algo lejano para el maestro Ramírez Álvarez, como lo expreso claramente en sus conversaciones en “Polainas”.
“¿Usted cree estar preparado para morir?”
“En cierto modo sí. Yo casi todos los días me preparo para eso. No me sentiría preparado si examinara tu vida y dijera: caray no hice nada, ya pasó mi tiempo y no dejo nada. Pero no, no me angustia eso. Tampoco me quisiera morir, pero no le tengo pavor. Como San Francisco, cuando le preguntaron, un día que estaba regando su jardín, que haría si le dijeran que en ese momento se iba a morir. Y le contestó: “Continuaría regando mi jardín”. Si es de San Francisco es sublime, y si es de otro también es sublime. De quien sea”.
Fue voluntad de Ramírez Álvarez que sus restos fueran incinerados.
Siempre lo deseó así: “¿No ha visto usted lo que les pasa a los que están en el panteón?”, le preguntó a Montiel, “Se van a agusanado, se van pudriendo. Y yo que he sido tan limpiecito, llenarme de gusanos e ir apestando horrible. Pero hay otra cosa. Usted sabe que en el velorio van a comer carne de cadáver todos los buitres que van ahí. Y van a empezar: te acuerdas cuando esto y lo otro. Muchos de muy buena manera, pero otros muchos de muy mala manera. Luego ya enterrado unos ven la sepultura y “mira aquí está ese tal por cual”. Luego, si hay alguien que vaya a recogerlo a los seis años, pues qué bueno: pero si no, van a andar sus huesos rodando por ahí”. Y como yo si tengo fe y creo en la resurrección de la carne, entonces como que no me gustaría”.
Y no era todo: “Hay algo más grave todavía. Si dejo que mi cadáver esté allí, al día siguiente que me muera van a hacer sus payasadas de llevarme a la Universidad y luego me enterrarán con dos o tres discursos ¡malos! Y no, bueno, o que me lo digan ahorita, no después”.
Por eso señalaba, “que me hagan cenizas y las rieguen en la Cruz y en el Cerro de las Campanas, así en tierra vil. Que nadie sepa dónde estoy. Que eso se haga. Que nadie sepa más de mí. Que si me hacen esa pantomima de homenajes y todo, que los hagan ya… Sin estar yo”.
No creía Ramírez Álvarez que eso entrara en contradicción con los dogmas religiosos. “El hombre es polvo y en polvo se convertirá. Yo al ser incinerado, no hago más que anticiparme a lo que la naturaleza hace con uno, que lo vuelve a la tierra, lo vuelve nada, lo vuelve polvo. Entonces, simplemente acelero el proceso. Nada más. Es lo único que quiero…” Y es que sostenía, “aunque siempre se me ha dado una posición, he sido discutido y agredido; y si han despreciado mi cuerpo en vida, ¡para qué lo quieren muerto!”
En esto sí se equivocó Ramírez Álvarez, cuyas cenizas están repartidas en el Centro Universitario, su obra maestra, y en el Panteón de los Queretanos Ilustres.
-JUGADA FINAL-
Por eso.
Con el perdón, de los lectores y en homenaje al maestro, le damos un guadalupano, centenario e ilustre
¡JAQUE MATE!