SORORIDAD
Resistimos a dos virus a la vez… desde la instauración del sistema patriarcal hace más de cuatro mil años a las mujeres no solo nos han matado las epidemias, las pandemias, las guerras o cualquier tipo de enfermedades, nos han matado aquellas creencias que nos condenaban lo mismo a la hoguera que a la lapidación, nos mataron en la plaza pública, en la recámara, nos han matado por tener la culpa “del pecado original o la apertura de todos los males que aquejan a la humanidad”, han sido múltiples las ocasiones en las que nos ha tocado resistir, desde diversas trincheras, a todas las formas de violencia que se han manifestado sobre la faz de la tierra y que se han ensañado con mayor crueldad hacia nosotras.
Hace unos meses salimos a las calles a gritar por todas las que ya no están y no, no es que nos guste tener que repetirles-pedirles una y mil veces que dejen de matarnos. No, no es un hobbie nuestro el ir y romper los vidrios de sus instalaciones para recordarle al Estado que existimos y queremos justicia para todas. No, no es que no tengamos que hacer, es que a todas nos duele leer las notas interminables de otro feminicidio, nos duele ver arrebatados nuestros sueños al salir del antro o alguna fiesta y después observar cómo se justifica al feminicida “porque quien nos manda a andar divirtiéndonos a altas horas de la noche o solas”. Nos duele la noticia de Diana, la joven universitaria a quien apuñalaron en su casa mientras estudiaba para un examen, nos lastima a las queretanas ser nota nacional por aquella madre y su hija teniendo que saltar una barda para librarse de la violencia intrafamiliar.
Actualmente en el marco de la pandemia que estamos viviendo la violencia contra las mujeres ha sido un tema que se ha invisibilizado e incluso negado por la autoridad, las mujeres estamos luchando no solo por resistir al covid-19, sino que le estamos haciendo frente desde la trinchera históricamente impuesta y la más peligrosa para nosotras, el hogar, a un virus que ha existido desde siempre y que se arraiga con mayor fuerza precisamente en el espacio privado: el machismo.
El machismo que hace que mueran 10 mujeres al día, el que ha elevado las cifras de auxilio por violencia familiar, el causante de que en el estado la violencia digital se haya elevado en casi un 80%, el machismo que hace que las y los funcionarios públicos nieguen los datos de las activistas, el mismo que nos continúa haciendo responsables a nosotras de todo lo malo que nos pase como hace 4 mil años, ese que continúa “quemando nuestro cuerpo” ahora en la hoguera infernal que son las redes sociales, ese machismo que se traduce en la negligencia del sistema de impartición de justicia que continúa siendo cómplice de nuestros agresores o se convierte en el enemigo rapaz que aprovecha este periodo de contingencia para que las y los diputados machistas y misóginos aprueben legislaciones que violentan derechos fundamentales de las mujeres como el de decidir sobre sus cuerpos, mientras ellos mismos y el Estado cada 25 de cada mes se pintan de violeta, postean frases en contra la violencia de género y se ponen sus moñitos naranjas pero reiteradamente niegan la realidad que enfrentamos las mujeres. Luchamos por resistir a ese virus también, a su machismo que hace que hoy por hoy festejen las protestas realizadas en Estados Unidos junto con la destrucción de monumentos históricos de las calles estadounidenses pero que condena la digna rabia de las mujeres que salen a protestar contra este Estado feminicida, aún en plena crisis de salud, del otro virus que sin duda es más peligroso debemos seguir cuidándonos entre nosotras, para poder hacer algo que pareciera tan sencillo quedándose en casa: sobrevivir.
Enmedio de esta emergencia sanitaria para las mujeres el camino se vuelve más difícil y complicado de resistir pues por un lado no existe un auténtico compromiso de quienes lideran las causas políticas en el quehacer gubernamental que a pesar de los avances, sigue tomando a la mujer como bandera de lucha, como contenidos de discurso demagógico o como cifra de muerte ante los graves atentados en su contra sin más retórica que la impunidad, el rezago y la intolerante moral convenenciera de las masas y por el otro una sociedad que aún desde sus cimientos familiares ha olvidado el sentido de igualdad a partir de los estereotipos de los roles sociales que sólo legitiman la violencia y la individualidad de una causa que debería ser la humanidad misma.