ALHAJERO
En distintas mesas he escuchar comentar que si Andrés Manuel hubiese sido Presidente en 2006, habría sido un mejor mandatario…, (porque) no habría acumulado tanto resentimiento.
He escuchado también argüir que es la combinación de los 30 millones de votos, la popularidad altísima y una mayoría en el Congreso, lo que transformó al tabasqueño –así lo ven- en un ser autoritario, disociado de una realidad que no le gusta y convencido de que él tiene la verdad.
¿Es en verdad muy diferente el López Obrador del 2006, al del 2018 y al que hoy gobierna nuestro país?
Creo que no, no mucho cuando menos.
Acabo de revisar su discurso el 20 de noviembre del 2006, aquél en el que AMLO se proclamó Presidente Legítimo ante un zócalo atiborrado que acusaba fraude en la elección que el Tribunal Electoral dio por buena para Felipe Calderón. Y si algo sorprende, es la similitud de la oratoria de ayer y de hoy.
La razón de la convocatoria de aquél día –ante el fraude electoral del 2 de julio, apuntaría- fue la decisión (de su parte), de “declarar abolido el régimen de corrupción y privilegios y comenzar la construcción de una nueva República”.
Detengámonos un instante en estas líneas con que inició su discurso hace 13 años. Nadie en aquella ocasión dimensionó esas palabras. Lucían más como un recurso oratorio que a una decisión o profecía que se convertiría en realidad.
Pero ese es Andrés Manuel, el que se mueve desde las profundidades de la historia. Hacia atrás y hacia adelante. El que cree ciegamente en su lucha y el que –para bien y para mal- forjó sus convicciones, rechazos, recelos, desde hace muchos años.
Van otros párrafos de su discurso del 2006:
Estamos conscientes que una oligarquía neofascista se adueñó por entero de las instituciones políticas del país y están decididos a mantener y acrecentar sus privilegios, sin escrúpulos morales de ninguna índole.
Me han atacado sin tregua porque dije ¡Al diablo con sus instituciones! Pero no fuimos nosotros quienes las echaron a perder. Fueron “ellos”. Quizá debí ser más preciso y decir: ¡Al diablo con las ruinas de instituciones que nos quieren imponer, luego de envilecerlas y desmantelarlas!
Los poderosos se imponen con el dinero, el prejuicio racista y clasista, las injusticias, la ilegalidad y la manipulación de muchos medios de comunicación. Trabajan contra los intereses populares.
Nosotros, por el contrario, sólo disponemos de lo mero principal: la voluntad de cambio de millones de personas libres y conscientes.
Hasta aquí López Obrador. ¿Ven o escuchan algo diferente del de ahora?
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