ALHAJERO
El optimismo de Marcelo Ebrard va en aumento. Ayer mismo presumió una “reducción considerable” del flujo migratorio (de 144 mil y pico a 87 mil y tantos) de México hacia Estados Unidos.
Pero las razones del contento del canciller tienen muchas más razones que este solo dato, aunque bastaría con recordar la fotografía tomada hace 10 días en la Secretaría de Relaciones Exteriores, mostrando el encuentro –en solitario y durante casi una hora– de Ebrard con Mike Pompeo.
Ese hecho –el encuentro a solas, tú a tú entre los dos funcionarios responsables de la política exterior de sus respectivos países, mientras sus respectivos equipos los aguardaban en un salón adjunto– es, en la cultura político-diplomática, más que importante: sobre todo porque “manda el mensaje” de que ambos funcionarios mantienen una relación y que son interlocutores uno del otro. Que hay confianza y que la relación pasa por ellos. Envían, además, a sus propios colaboradores y jefes, “un mensaje de liderazgo”.
Esto –en lectura de diplomáticos de alto nivel– debería dimensionarse, en el caso de EU, vis a vis del famoso yerno de Trump, Jared Kushner, quien ha fungido en distintas ocasiones como enviado e interlocutor del gobierno de Estados Unidos con el mexicano; y en el caso de México, de la embajadora de nuestro país en Washington, Martha Bárcena.
El recado, pues, es –sea cierto o no en los hechos- que la relación entre México y Estados Unidos pasa y se maneja directamente entre Pompeo y Ebrard.
Ciertamente, detrás de cada encuentro hay toda una preparación de lo que se va a hablar. Pero aún así, siempre queda un margen a discreción de los propios interlocutores que luego –ya ocurrió– llegan a mostrarse como “acuerdos secretos”. Y los famosos read out o informes que suelen dar los funcionarios a sus equipos de trabajo, luego de estos encuentros, no necesariamente reflejan del todo las conversaciones sostenidas.
Este tipo de encuentros a solas –como el de Pompeo y Ebrard hace 10 días– no suele gustar mucho a los diplomáticos, ni a los subsecretarios de Relaciones Exteriores, pues es muy difícil dar seguimiento institucional a los acuerdos y a la propia relación.
Sea como fuere, guste o no en el medio diplomático, ése fue un gran triunfo para Ebrard. Y si a eso le añadimos que el Presidente de la República le dio la coordinación del grupo especial para cumplir los acuerdos migratorios, convirtiéndolo prácticamente en vicepresidente….
Lo que sí habría que pedirle a Marcelo es que le baje a su arrogancia. Una simple comparación entre su actitud y su manera de responder frente a la de López Obrador muestra a un canciller autoritario y sobrado de sí mismo.
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