Mario Vargas Llosa, el gigante de las letras latinoamericanas y Premio Nobel de Literatura, quien falleció a los 89 años, no se quedó con las ganas de jugar al cineasta. Lo vio como la gran aventura de su vida: dirigir una película.
En 1976, el novelista peruano aceptó codirigir la adaptación de uno de sus propios libros, el humorístico Pantaleón y las Visitadoras (publicado tres años antes), al lado de José María Gutiérrez Santos.
El caótico rodaje tuvo lugar en República Dominicana, con un Vargas Llosa sin saber siquiera cómo agarrar una cámara de cine.
Lejos de su hábitat (una máquina de escribir), se la pasó improvisando y exprimiendo su energía al máximo para un resultado que siempre deploró.
“Aprendí muchas cosas, pero la más importante fue que nunca sería cineasta, ni remotamente”, admitió años después, refiriéndose a su versión audiovisual del solado peruano que crea un servicio de trabajadoras sexuales en la selva.
En 1999, para suerte del narrador, se estrenaría otra Pantaleón y las Visitadoras, ahora dirigida por Francisco Lombardi, con mejor suerte, que haría olvidar a muchos aquella primera y fallida versión.
De cineasta tuvo poco, pero “Varguitas”, cultivó una estrecha relación con el séptimo arte, ya sea como mero cinéfilo (amaba los westerns y filmes policiales) o como generador de obra adaptada para la pantalla, aunque ya sin involucrarse directamente.
La primera vez que su prosa llegó al cine fue con una producción mexicana: Los Cachorros (1973), de Jorge Fons y estelarizada por José Alonso como el hombre a quien un ataque de un perro deja secuelas de por vida.
Sus historias también cobraron forma de series, la más reciente de ellas mexicana, Travesuras de la Niña Mala (2022), sobre un hombre atrapado obsesionado con una mujer tan fascinante como tóxica.
Si lo más natural fue que las pantallas latinoamericanas abrazaran la fuerza de sus potentes historias, también hubo casos que trascendieron fronteras hasta industrias inesperadas.
En 1990, Keanu Reeves protagonizó Tune In Tomorrow, adaptación de “La Tía Julia y el Escribidor”, donde Vargas Llosa ficcionaliza un romance que tuvo con su tía Julia Urquidi.
Y en 1987 se estrenó en la Unión Soviética Yaguar, versión eslava de su aclamada novela “La Ciudad y los Perros”.
Piedra de Toque, columna periodística que escribió por años (y que se publicó en REFORMA), también fue testigo de la vena de Vargas Llosa de crítico cinematográfico.
En esos textos, lo mismo se refería al cine de Kathryn Bigelow que a clásicos de Luis Buñuel, Akira Kurosawa o Luchino Visconti
Por el prestigio que suponía contar con su nombre, los festivales de cine de San Sebastián y Huelva lo integraron a sus jurados en alguna edición.
El cine, con Vargas Llosa, era cosa de familia: su primo es el realizador Luis Llosa (Anaconda), quien adaptó para el cine su novela “La Fiesta del Chivo” en 2005, y su sobrina, Claudia Llosa, nominada al Oscar por la Teta Asustada.