-Se le rindió homenaje ayer en el Museo Regional
– Escribió Hasta que vuelvas y más de 400 temas
– Le cantaron José José, Emmanuel y Luis Miguel
– Van cenizas del autor queretano a La Rumorosa
El Gato.
Amoroso y renegado, ingenioso y prolífico. Así era El Poeta de La Cruz, Mario Arturo, así sin los apellidos Ramos Muñoz. Escribía canciones para ahorrarse el siquiatra y se repartió la vida entre hacer libros sobre los compositores e intérpretes mexicanos, dirigir un periódico cultural en Mocorito, Sinaloa y visitar a sus muertas en Querétaro, antes de convertirse en cenizas y ser regado -decía- en la Rumorosa, para transformarse en sólo un rumor.
Poeta, porque en Querétaro eres poeta o loco (lo cito) y él era las dos cosas, el autor de más de 400 letras grabadas por los principales solistas mexicanos, como Lola Beltrán, José José, Vikki Carr, Emmanuel, Marco Antonio Muñiz, Luis Miguel, Manoella Torres y Gualberto Castro entre otros, es reconocido por “Hasta que vuelvas”, de la que hay un centenar de versiones, la última, de Luis Miguel.
Fundó talleres de poesía en Sinaloa, Baja California, Distrito Federal y por supuesto en Querétaro, obteniendo premios en los festivales OTI en 1973 y 1974, con segundos lugares por “Te amo” interpretada por Gualberto Castro y “Comunicación”, cantada por María Medina. Fue autor del lema de la Universidad Autónoma Metropolitana, “Casa abierta al tiempo”.
Entre amores y versos, Mario Arturo –nacido en el barrio de La Cruz en 1949- se dio tiempo para publicar Rutinero, La Letra Cantada y un polémico cancionero “Cien corridos-Alma de la Canción Mexicana” en el que incluyó corridos sobre narcotraficantes, pero también investigaciones sobre Agustín Lara, Álvaro Carrillo, Pedro Vargas y Cuco Sánchez.
Su vena poética está expresada en la Cantata Queretana y libros como La Letra Cantada, Rutinero, Las Canciones Queretanas y De Viajes y Viejas, con dedicatoria para los grandes amores de su vida: La Tía Lola, su mamá Esperanza y Lourdes, compañera de toda la vida.
“El Gato” Ramos, como lo identificaban solamente sus compañeros de generación, fue un joven rebelde y peleonero, internado en el Velasco, colegio militarizado de época, para disciplinarlo, sin mayor éxito.
En cuanto pudo escapó a Sinaloa, en donde nació Dante y remató años después en la Ciudad de México, para hacer canciones y a Paris, su segundo hijo, además de emprender una larga lucha gremial por la democratización de la Sociedad de Autores y Compositores, de la que fue directivo y después disidente.
Aunque siempre se quejaba de los queretanos e ironizaba con “el error histórico de haber fusilado a Maximiliano, porque sino todos seríamos marqueses o duques”, Mario Arturo era adicto a su ciudad, en la que organizó festivales de canto, como el festival de La Canción Queretana.
Se ufanaba de ser un mexicano nacido en Querétaro y juzgaba la queretanidad un trauma de los queretanos, convencidos de que El Cimatario es la frontera del mundo. Como se quiera, tuvo aquí sus raíces, pero no su domicilio. Viajero incansable pasó por 82 países y solo venía a ver a sus muertos, y a sus vivos.
Trabajó en Mocorito, Sinaloa, un pueblo minero, la tierra de los que él llama Los Rolling Stone de México, Los Tigres del Norte, en donde editó La Voz del Norte, el único periódico cultural de México, porque –aseguraba- en el país hay suplementos culturales, pero no periódicos culturales. Ese órgano de difusión creado en 1901 está en su cuarta etapa, Curiosamente la segunda fue encabezada por dos queretanos: Heriberto Frías y Juan B. Delgado.
Reconocía Mario Arturo que de La Estación al Cerro del Cimatario le perseguía el huele de noche del Cerro de las Campanas y regresaba a esta ciudad para ir al Templo de La Cruz por agua bendita, y partir a Culiacán, para pasar por Tijuana y Tecate, y llegar a la Rumorosa, donde sus cenizas deberán ser vertidas y así cumplir con su última voluntad: ser solo un rumor. El Poeta de la Cruz se ufanaba de ser escritor desde su origen, porque en Querétaro, o somos poetas o somos locos, y él era las dos cosas.
Ayer lo despedimos en el Museo Regional de Querétaro.
Que nadie pise su recuerdo.
Hasta que vuelva.