Hace unos días el planeta completó para mi una vuelta más alrededor del sol y vi aumentar el número de años que llevo caminando en esta Tierra. Recibí un cúmulo de mensajes y llamadas deseándome felicidades y bendiciones, recordándome que “el final se acerca ya” como cantaban Sinatra y Rafael, por lo que debo aprovechar al máximo cada minuto que me queda. No faltaron los cumplidos, los buenos deseos, los memes, tarjetitas, GIFs y postales que agradecí profundamente por todos les medios electrónicos y aplicaciones habidas y por haber. Celebré a carcajadas, partí pasteles y comí, comí, comí (también bebí, pero ese será un tema para otra ocasión).
“Sigue así” me dijo una persona, que me felicitó efusivamenente y que no conozco “estoy de acuerdo en todo lo que dices”. Esa frase me cayo como un balde de agua helada que corre por tu espalda, te sacude y te aterriza. Sus palabras rondaron por mi mente todo el día ¿Cómo alguien puede estar de acuerdo en todo lo que digo? ¿En todo, todo, todo? Concluí entonces que a las personas les encanta que cuestiones las cosas en las que ellas no creen, que critíques a los políticos del partido de enfrente o que pongas en tela de juicio las posturas contrarías a las suyas. En esos momentos te llaman objetiva, honesta y verdadera. Te aplauden cada texto, comparten tus tweets y dan “likes” a tus “posts” (siempre en inglés para mostrar caché). Pero, inmediatamente después de que por alguna razón se te ocurre estar en desacuerdo con sus posturas, cuando critícas su filosofía partidista; expresas coincidencias con sus “enemigos” políticos o señalas como absurdo algo o a alguien que apoyan, entonces te dicen traidora, te preguntan quien te crees para emitir juicios o simplemente recurren a insultos poco “elegantes” (por decirlo de forma elegante).
Me encanta escribir, y escribo, como todos los que escriben, basando mis escritos en mi propia experiencia y en mi propio juicio, ¡cómo podría ser de otra manera! Y, no seré yo quien peque de falsa modestia diciendo que solo escribo para mi como un acto de introspección. La verdad es que cuando escribo, lo que busco es atrapar la atención de quien me lee para despertar una reacción, porque realmente aprecio y disfruto la opinión de otras personas, pero sobre todo me deleitan las expresiones contrarias a las mías cuando los contra argumentos se expresan con claridad y sustento porque me regalan la posibilidad de aprender, pero si además son sagaces y elegantes son un placer casi tan bueno como el chocolate amargo con naranja.
Por eso les pido, no se enojen conmigo cuando lo que escribo es contrario a lo piensan, pero por favor tampoco aplaudan todo lo que digo. Mejor regálenme argumentos que me permitan ver lo que no veo, que me permitan conocer lo que desconozco, pero, sobre todo, que me permitan cambiar de opinión cuando la evidencia dice claramente que estoy en un error. Para aquellos y aquellas que se colocan del otro lado del arcoiris de opinión les ruego que no guardemos rencores innecesarios, mejor propiciemos un debate inteligente. Para las y los que se ponen de pie a mi lado les pido una voz crítica cuando vean que de plano la estoy regando.
La vida es muy corta para tener la mente cerrada a analizar opiniones diferentes a las nuestras. Negarnos la maravillosa delicia de gozar un debate ingenioso, fresco y enriquecedor nos empobrece. Por eso la persona que escribe y no está dispuesta a que la cuestionen es como el fanático religioso que, en lugar de responder a una pregunta sobre sus creencias te grita “Ateo”.
Si no estás dispuesta a que te critiquen, entonces mejor no escribas. Pero tampoco respondas a cualquier crítica, solo a aquella que busca llevar la conversación a un nivel más alto.