VOCES DE MUJERES
En México 9 mujeres son asesinadas todos los días una mujer cada 160 minutos, un gran número a manos de sus parejas y ex parejas. Estas cifras solamente nos muestran la punta de un iceberg que no disminuye, sino que, contrario a los témpanos de hielo que se derriten en los polos del planeta, crece y se vuelve cada vez más indestructible y que solo nos permite ver los casos que terminan en un feminicidio, sin comprender que debajo del nivel del agua cientos de miles de mujeres, jóvenes y niñas son víctimas de agresiones sexuales, físicas y psicológicas todos los días. Por eso resulta paradójica la indignación momentánea que casos como el de Nancy nos causan cuando como sociedad seguimos aceptando que este año y el que viene y el que viene, miles de mujeres sean asesinadas por sus parejas; cuando por años hemos permitido que sus hijos e hijas terminen en la orfandad; cuando exigimos una justicia meramente punitiva y no la prevención pero sobre todo cuando insistimos en no ver el grave problema y gran reto que representa el combate a la violencia feminicida.
Cada vez que los medios reportan un caso de violencia extrema contra una mujer o conocemos de uno cercano surge el mismo cuestionamiento: por qué las mujeres violentadas no se van. Creo que la pregunta debería ser por qué los hombres -que sienten tanto odio hacia sus parejas que ejercen una violencia inimaginable sobre ellas que llega hasta el feminicidio- no solo insisten en perpetuar una situación de dominio, sino que hacen lo imposible para que ellas regresen cuando por fin logran escapar. Por qué prefieren verlas muertas que lejos de ellos. Existen diversos estudios que demuestran que los hombres que han naturalizado la violencia y que la han visto reforzada por su entorno desde temprana edad son como una caja de cerillos que solo necesita de una pequeña chispa para arder. Eso puede ocurrir cuando siente que no reciben lo que por derecho una mujer les debe como es una relación sexual sin impedimentos, obediencia ciega o el control total sobre sus vidas. Cuando el poder que ejercen se ve mermado se convierten en individuos sumamente peligrosos. Por eso considero que una carencia importante de la estrategia del Estado para proteger a las mujeres víctimas de violencia es la falta de acciones para combatir los complejos factores que sirven como combustible del abuso que ellos ejercen contra sus parejas y que han llevado a nuestro país a una emergencia nacional que hasta ahora ninguna autoridad ha decidido enfrentar con determinación.
En todo México los servicios de atención a mujeres víctimas de violencia están rebasados y carecen de las condiciones necesarias para proteger sus vidas. El sistema de refugios para mujeres -de por sí insuficiente- se encuentra hoy en una crisis generada por las acciones insensibles y sin fundamento del gobierno federal. En los estados y municipios las policías locales -las de más precario equipamiento y capacitación en el sistema de seguridad pública- deben atender llamadas de auxilio de mujeres víctimas de violencia sin haber recibido la capacitación adecuada o contar con el equipamiento mínimo para su atención; muchos institutos de las Mujeres -cuando existen- operan prácticamente sin personal ni presupuesto y los tribunales y las fiscalías están a reventar de casos por lo que la emisión de medidas urgentes de protección toma mucho tiempo y son inadecuadas. Mientras tanto miles de mujeres, sus hijos e hijas se pierden entre las grietas del sistema de justicia.
La alarmante falta de recursos asignados al combate a la violencia contra las mujeres y la insistencia de nuestros gobernantes en ocultar el problema demuestra con hechos que combatir la violencia que viven cientos de miles de mujeres, niñas y adolescentes no es un asunto prioritario para las autoridades federales, estatales y municipales. Esto se refleja con penosa frecuencia en el discurso tóxico que permea hasta lo más profundo de la administración pública y que se expresa tanto con un silencio desgarrador como con un sin fin de desafortunadas manifestaciones de ignorancia y hasta de encono por parte de servidores públicos que buscan mantener a las mujeres “en su lugar,” inclusive defendiendo la violencia naturalizada derivada de estereotipos de género. Es sin duda preocupante ver como al frente de la administración pública tenemos a personas que no solo no comprenden su obligación en la erradicación de la violencia contra las mujeres y niñas, sino que además justifican su falta de acción en su combate como ocurrió hace unos días con Alfredo Botello Montes, Secretario de Educación del Estado de Querétaro, quien descartó de tajo la necesidad de combatir estereotipos de género perpetuados en nuestro sistema educativo a pesar de los altos niveles de violencia que niñas y adolescentes reportan en el entorno escolar. Lo que el Secretario desconoce es que es en ese entorno donde muchos niños y jóvenes aprenden roles estereotípicamente masculinos que les inculcan que los hombres deben ser poderosos o por lo menos fuertes físicamente y siempre en control; que no pueden verse vulnerables o débiles; que deben evitar por todos los medios actuar “como viejas” por lo que las manifestaciones de empatía o compasión están prohibidas, sobre todo para no ser víctimas el escarnio de sus compañeros hombres. Por eso, el combate a la violencia que se ejerce contra las mujeres debe incluir acciones para erradicar la violencia que niños, jóvenes y adultos ejercen sobre otros varones sobre todo por el temor que sienten de verse humillados por no ser lo “suficientemente hombres.” Ser expuestos al ridículo es algo que muchos varones temen, pero es algo aun más intolerable cuando las burlas o los cuestionamientos se realizan frente a mujeres -sus compañeras, hermanas, amigas, colegas o parejas. La escritora Margaret Atwood tiene una frase que resume lo anterior. “Los hombres temen que las mujeres se rían de ellos y las mujeres temen que los hombres las maten.”
Eliminar la violencia feminicida requiere del compromiso de todos y todas y va más allá de manifestaciones de indignación momentánea, exhortos improvisados, linchamientos en redes sociales o minutos de silencio de funcionarios rodeados de cámaras. Es indispensable el compromiso real de las autoridades, la asignación de presupuestos, la investigación y sanción de los máximos responsables y no solo la búsqueda de chivos expiatarios de segundo y tercer nivel. Pero también es imperativo que como sociedad metamos las manos y llevemos el combate a la violencia que viven mujeres y niñas al ámbito comunitario, laboral, institucional pero sobre todo a los espacios escolares donde debemos combatir los estereotipos de género que prevalecen en nuestro sistema educativo y que contribuye en gran medida a la discriminación y naturalización de la violencia.
De no hacerlo -y al ritmo que vamos- pasarán décadas antes de reducir los índices de violencia feminicida que sufren las mujeres y niñas en nuestro país y nuestro estado y cartas como la que Nancy escribió al gobernador pidiendo por su vida seguirán siendo la nota principal en medios de comunicación porque no habremos atendido el problema de manera contundente.
“La indignación sin acción es inútil.”