VOCES DE MUJERES
De acuerdo con la UNICEF, 6 de cada 10 niños y niñas desde muy temprana edad son víctimas de formas de disciplina violenta a manos de sus padres y madres. Incluso bebés recién nacidos y menores de un año son “educados” con golpes. Tan solo en 2012, 95 mil niños, niñas y adolescentes fueron asesinados por sus cuidadores. De acuerdo con la UNICEF América Latina es la zona más violenta del mundo no solo como consecuencia de los problemas sociales que afectan a nuestra región, sino como consecuencia de una marcada naturalización de disciplina basada en castigos físicos por padres que consideran su derecho hacer y deshacer las vidas de sus hijos e hijas a quienes no ven como personas sujetas de derechos. En el mundo 3 de cada 10 adultos cree que el castigo físico es no solo necesario sino indispensable para criar o educar adecuadamente. Todos los años aproximadamente mil millones de niños y niñas de entre 2 y 14 años de edad en todo el mundo, son víctimas de castigos físicos y agresiones por quienes les cuidan.
El informe mundial sobre la violencia contra los niños y niñas del Secretario General de las Naciones Unidas demuestra que la violencia puede tener consecuencias negativas para el desempeño y logros académicos de niños y niñas, y esto, a su vez, puede tener efectos a largo plazo como la pobreza. La violencia, además, puede causar problemas crónicos de salud física, sexual y reproductiva, afectar el bienestar psicológico y tener consecuencias fatales. Miles de millones de niños y niñas corren peligro de sufrir este tipo de castigos físicos que se agravan dependiendo de su género, la religión que profesan los padres, el origen étnico y el contexto socio-cultural en el que se desarrollan. Además la discapacidad de las y los menores, los problemas económicos de la familia, la orientación sexual, identidad y expresión de género de niños y niñas son factores que contribuyen al incremento de la violencia, sobre todo de niños y niñas no heterosexuales y trans que con frecuencia son sometidos a terapias de conversión, que incorporan altos niveles de violencia física y psicológica a manos de terceros y avalada por los padres. Alrededor del mundo miles de jóvenes recurren al suicidio como una forma de escapar de la violencia.
La violencia en las vidas de los niños y niñas tiene formas diversas de manifestarse. Éstas van desde gritos y faltas de respeto a su dignidad hasta acciones que se equiparan con tortura como golpes, encierros, encadenamientos, mutilaciones, azotes y quemaduras que pueden incluso causarles la muerte. En todos los casos tiene consecuencias devastadoras. Además todos los días, cientos de millones niños y niñas están expuestas a presenciar y ser parte de la violencia doméstica que sufren otros miembros de sus familias, principalmente sus madres. La discriminación por motivos de género es la principal causa de violencia contra las niñas y contribuye a la gran tolerancia y aceptación de la violencia contra las mujeres como norma social. Con frecuencia, los agresores no solo no son responsabilizados de sus acciones sino que además sus conductas violentas son justificadas por la comunidad como una forma válida de educar y disciplinar. Por otro lado se desalienta que las niñas, jóvenes y mujeres denuncien la violencia de que son objeto y reciban atención, apoyo y protección dentro de sus escuelas o por instituciones especializadas. Aun cuando las niñas sufren este tipo de violencia de una manera más aguda, tampoco se denuncia la violencia que afecta a los niños, lo que tiene como resultado que muchas veces se comporten de manera violenta al llegar a la edad adulta, de esta forma la víctima se convierte en victimario y repite el ciclo dentro de su familia. Así la violencia que sufren niños y niñas pasa de una generación a otra perpetuando ciclos que inician desde la infancia, principalmente para las mujeres, y que no terminan nunca porque cuando las niñas y jóvenes sufren violencia, aumentan de manera significativa las probabilidades de volver a ser víctimas, ahora a manos de sus parejas. De acuerdo con la UNICEF cerca del cincuenta por ciento de las niñas del mundo de entre 15 a 19 años opina que en algunas ocasiones se justifica que los maridos golpeen o den palizas a sus esposas.
La violencia que niños, niñas y adolescentes viven en sus hogares se propaga fuera de estos hacia la comunidad y se manifiesta de diversas formas. Una de ellas es el acoso escolar. En el mundo uno de cada 3 estudiantes de 13 a 15 años reporta ser objeto del llamado “bullying” y uno de cada 3 adolescentes de 11 a 15 años de Europa, EEUU y Canadá admite haber realizado actos de acoso escolar contra algún compañero o compañera por lo menos en una ocasión. Veinticinco por ciento de las jóvenes de 15 a 19 años del mundo indican que han sufrido alguna forma de violencia física y una de cada 4 ha sufrido violencia emocional, física o sexual por parte de su cónyuge, novio o pareja. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud cada año 120 millones de mujeres menores de 20 años son víctimas de violación. Esta organización señala que los hombres jóvenes también corren peligro de sufrir este tipo de agresiones, pero no se dispone de estadísticas debido a la falta de datos en la mayoría de los países del mundo.
Hace algunos años, en una nota periodística leí esta declaración de Anthony Lake, Director Ejecutivo de UNICEF, “La violencia engendra violencia. Sabemos que los niños y niñas que sufren violencia tienden a considerar a la violencia como algo normal, incluso algo aceptable.” La violencia no solo está naturalizada en nuestra sociedad sino que muchas veces es justificada y defendida por organizaciones y personas que exigen educar a sus hijos e hijas “con la chancla” sin la intervención y supervisión del Estado. Es inclusive un derecho que reclaman con marchas, panfletos y eslogans esgrimiendo argumentos sustentados en información falsa, prejuicios, dogmas religiosos, mitos y tradiciones.
Interrumpir el ciclo de violencia contra niños, niñas y adolescentes es nuestra obligación. Como sociedad debemos dejar de ver la violencia de los padres hacia sus hijos e hijas como algo natural o como una forma válida de educar y señalar la violencia como lo que es, una violación de sus derechos humanos.
Debemos combatir la violencia y debemos hacerlo hoy mismo.