La célebre escritora estadunidense, Margaret Mitchell, termina su novela “Gone with the wind” con una frase tan famosa como multicitada, “…mañana será otro día.”
Obviamente todos los días son otro, del orto al ocaso, sin necesidad de la pluma de una novelista prolija y abundosa como la señora Mitchell (de cuya conducta y convicciones sureñas no hemos de ocuparnos por ahora), y nunca la vida se repite con exactitud, pero cuando se anhela un distinto amanecer, es porque se tiene la íntima esperanza de una nueva forma de vivir, un horizonte fuera de alguna circunstancia presente y pesarosa.
Líneas antes de esta invocación al futuro, doña Margaret uno de sus personaje dice: “…soy demasiado viejo para soportar la carga de mentiras corteses que nacen de vivir en continua desiulsión…”
En nuestro caso los mexicanos de este siglo hemos vivido en medio de una insoportable carga de mentiras, especialmente de quien había jurado y vuelto a prometer mantenerse fuera de la mentira, el engaño, la deshonestidad y la traición al pueblo.
A cambio de eso, para seguir con la cita literaria, les regaló (a muchos ilusionados hace seis años), la desilusión continua.
Hoy acaba el sexenio y mañana no será otro día, si por Segundo Piso entendemos un sistema de operación política, una forma de ver y hacer; un propósito de prolongar lo hecho y continuar quizá con lo dicho y perseguido desde hace muchos años por una corriente política cuya vigencia se adivina hasta un lejano horizonte de varios sexenios más.
No, no será otro día.
Será el mismo y –por primera vez en mis recuerdos de más de medio siglo de observación política–, con un acento denunciado a la intransigencia radical.
Y no lo advierto yo, lo dice quien nos ha prevenido de cómo viene el nuevo “estilo personal de gobernar” (para seguir con las citas) de una mujer (la primera), en ejercer el supremo Poder Ejecutivo en un país de tradición y legalidad presidencialista.
“Yo soy fresa, el fresa soy yo, yo no puedo decirles más…
“…No va a actuar de manera autoritaria la presidenta porque es muy humana, no va a reprimir, no va a violar las leyes, va a mantener un auténtico Estado de Derecho, pero al mismo tiempo va a actuar con rectitud…
“…No va a haber influyentismo, no va a haber amiguismo, no va a haber nepotismo, no va a haber corrupción, ninguna de esas lacras de la política, se los aseguro. Es bueno para México, para el pueblo y para los que están esperando de que se va a relajar la disciplina y de que van a poder hacer lo que les dé la gana, se van a equivocar”.
Eso fue el 18 de septiembre, pero por si no hubiera quedado claro, el presidente, ya con una bota en estribo sexenal, reiteró la advertencia (27), como quien no quiere dejar dudas ni ofrecer espacio a los engaños o las vanas esperanzas.
“… y que nadie se quiera pasar de vivo o se confunda, porque yo soy moderado, dicen los conservadores que soy radical, no, soy moderado, soy hasta fresa en comparación con la presidenta.
“Ella –dijo en su última gira por Sinaloa (¿dónde más?)– va a terminar de poner orden en todo el país, ya lo sintieron en el extranjero, allá en Europa, echándome la culpa a mí…”
Así pues quien mañana diga, mañana será otro día, como quien quiere escapar de una mala realidad, de un mal sueño, se encontrará con el mismo potaje aunque le cambien el plato, la mesa y el mantel.
No se sabe cuál fue la intención presidencial de advertir la firmeza de carácter de su sucesora, discípula y amiga (hermandad ha llamado ella a esta relación), pero los mensajes ahí quedan.
¿Fue un beso diabólico? Quizá, quizá…