Mafalda ha cumplido 60 años pero sigue siendo una niña respondona y filósofa que desde este lunes además tiene una escultura delante de la Casa del Lector del Matadero de Madrid, ciudad donde Quino, su creador, “fue feliz”, como ha recordado su sobrino, Guille Lavado, en la inauguración de la obra.
Sentada en un banco de madera municipal, e imaginada con un vestido rojo por el escultor Pablo Irrgang, la escultura de 80 centímetros de alto y 20 kilos ha sido donada al Ayuntamiento de Madrid por la editorial Lumen (propiedad ahora de Penguin Random House), que la publica en España desde 1970, seis años después de su primera aparición en la revista argentina Primera Plana.
Joaquín Salvador Lavado, verdadero nombre de Quino, pasó los inviernos (veranos en Argentina) en un apartamento de la calle Don Ramón de la Cruz durante los últimos años de su vida, y allí hacía una vida de barrio. “Salía a comer, al cine, a exposiciones, a visitar a un puñado de amigos que eran su tribu”, ha explicado Pilar Reyes, directora editorial de la División Literaria de Penguin.
Cada día, el reconocido dibujante (Mendoza, Argentina, 1932-2020), ganador hace diez años del Premio Príncipe de Asturias, acudía a hacer un recado a la farmacia, donde Encarna, Matilde, Irene y Cuca, sus farmacéuticas, se convirtieron en parte de sus días.
“Mafalda ha suscitado simpatías transversales sin importar las tendencias políticas. Siempre ha tenido una mirada crítica en el otro, pero haciéndose cargo de toda la bondad y miseria de los seres humanos”, ha dicho su sobrino en el acto.
Cuando era niño él mismo inspiró el personaje de Guille, el hermanito de Mafalda. Los amigos que acompañan a la niña en sus aventuras llevan de Quino las partes buenas y malas: “la parte de Susanita, que a él no le gustaba de él mismo, la de Manolito, la de Felipe, que era tan él”, ha continuado Lavado.