Con afecto y respeto a todos los profesores y maestros del mundo y de todos los tiempos
La queja es unánime entre padres, profesores e instituciones educativas: los chicos y chicas no quieren leer, ni estudiar, ni aprender. Pero ¿es solamente entre los niños y jóvenes de todos los niveles educativos? ¿Cómo puede acusarse a un niño y un joven de no tener hábitos de lectura y en consecuencia tener mala ortografía, si sus padres y maestros no leen? En casa no hay libros, ni siquiera revistas como se acostumbraba en nuestra niñez en que nuestros padres o abuelos nos llevaban al estanquillo de periódicos y revistas en el paseo dominical y por un peso, nos compraban historietas que ansiábamos leer como las aventuras de Lulú y Memo o de Mary Juana y Sifo, y los domingos los periódicos nos obsequiaban una sección de historietas de Mandrake el mago y su esposa Narda, Roldán el temerario y sus viajes en espacio exterior como los equívocos de Pomponio y Pancho y Ramona. Todo un mundo de personajes que ha olvidado el tiempo por obra y gracia de la tecnología, la Internet y los celulares. Hay mayores tragedias, pero este panteón de personajes suma una más.
Allí, sin pensarlo ni proponérselo la industria cultural formó el gusto por la lectura que nos hizo llegar a la década de los sesenta buscando como locos las lecturas de Hesse, de Kafka, de Nietsche y todo el Boom latinoamericano, incluidos Elena Garro y Pablo Neruda, y parecía entonces que era una competencia para ver quién leía a quién y todas las interpretaciones que se compartían de las lecturas de Marx y Engels. Como no quejarme de lo que se ha perdido y parece irrecuperable. Me duele porque es imposible conversar con las nuevas generaciones sobre lo que nos nutrió y qué temas les interesan y convergen en nuestra vida. Casi imposible vislumbrar lo que las nuevas generaciones leen porque, si los profesores les preguntan, no saben sintetizar lo que están leyendo, confunden situaciones y es preferible dejarlos en paz pues podrían entrar en una crisis de ansiedad, un síntoma muy repetido, a veces real, otras, fingido.
¿Esto que acabo de describir ocurre diaria y cotidianamente en muchos salones de clase; los estudiantes corren al departamento de tutorías a denunciar a los profes o se van a una clínica para ser atendidos por el síndrome de ansiedad. Los adolescentes de esta época, con un acceso indiscriminado a la internet y ahora a la IA, tienen al alcance muchas formas de contrarrestar la disciplina escolar. Ahora el enemigo de la docencia es la IA. Ese rechazo a la lectura tiene a los maestros en la frustración pues ya no encuentran, en muchos casos, más estrategias para combatir ese analfabetismo funcional, pues a la falta de lectura se agrega mala ortografía y nula comprensión lectora: desconocen el significado de las palabras, por lo tanto, nulo aprendizaje. Hace años se descubrió que los programas de alfabetización en países africanos tenían ese problema: los alfabetizados desconocían el significado del vocabulario básico; no basta saber leer, hay que comprender y eso es aún peor. El gran fracaso de la política de alfabetización en muchos países incluido México. Ahora la IA hace las tareas. Si antes, los estudiantes hacían un copy and paste, esa práctica ha quedado en la prehistoria de la educación de estos tiempos.
Por obra y gracia del tiempo, el pasado día del maestro, un antiguo estudiante me invitó a un foro de intercambio de experiencias docentes en una preparatoria donde tuve la gloriosa vivencia de impartir asignaturas de Historia, hace la friolera de treinta años y durante un tiempo que he recordado con agradecimiento pues es todo lo que vale en esta vida: transmitir a alguien, poco o mucho conocimiento que sirva a la humanidad seguir avanzando y así fue; muchos de los estudiantes de aquella época son ahora sobresalientes profesionistas. Valoro mucho esa invitación porque me fui de mi última ocupación, sin pena ni gloria y este mundo se ha vuelto, amén de otras muchas cosas que se han perdido, indiferente a los roles profesionales que han sido tan importantes para el desarrollo de las civilizaciones y cultura del mundo como ha sido la docencia y la educación. No hace mucho, en cualquier comunidad rural, la persona más respetada era el maestro, después del señor cura y antes que el médico al que no daban más crédito que a los curanderos.
La docencia me dio grandes satisfacciones, vi a muchos estudiantes venidos de comunidades perdidas en el monte, transitar hacia un posgrado en el extranjero; también pequeñas decepciones pues fueron más de cuarenta años y cientos de jóvenes que pasaron por mi aula. Hoy, lo digo sin empacho: cualquier corrección disciplinar en la academia como en el salón de clase, puede interpretarse de mil formas que la mayoría de las veces no coinciden con antiguas formas de expresión o de actuación. Hoy nada puede imponerse a los estudiantes, más allá de lo que ellos permitan y quieran; si es aprender, lo harán cuando lo consideren necesario, pero la vida es la mejor escuela y enseña sin reglazos sino con estrategias a veces dolorosas como doloroso es aprender a caminar, a leer y escribir y hacer operaciones aritméticas. Y aunque leer y escribir se convierten en habilidades de las que nos apropiamos desde la tierna infancia no son procesos fáciles para el aprendiz de estudiante.
Aprender a leer y escribir es lo que venimos a hacer a la escuela desde el primer día en la primaria hasta la universidad. Este argumento que siempre tengo presente se sustenta en que, sin leer no se puede estudiar. Y lo que hacemos en todo ese tiempo en que somos escolares de todos los niveles, es leer, solo que leer en primer año, tiene dificultades evidentes en el titubeo de los niños y la lectura de un maestrante o doctorante es la comprensión y reflexión de un texto, pero sigue siendo fundamental la lectura. Lo que deriva de ella, es escribir. A quien le gusta leer, le hará comezón el lápiz sobre el papel o los dedos sobre el teclado; y cuando pienso en este proceso maravilloso de nuestro cerebro, todo lo que ha implicado para la humanidad saber leer y escribir pienso en que, tal vez lo mismo le sucedió a aquellos personajes que dibujaron el bisonte de la caverna de Altamira. Así de maravilloso es leer y escribir.
Después de lo doloroso que resulta ese aprendizaje, cuando uno puede tomar un libro cualquiera y su lectura nos resulte apasionante por saber más y más de qué va, la lectura se vuelve un placer amoroso. Hacemos una cita cada día, con el autor, con el texto, con el personaje y cuando terminan novelas como El Conde de Montecristo, termina nuestro idilio con Edmundo Dantés, pero quedamos prendados para siempre por su terrible historia donde también se reflejan las pasiones que bullen en nuestro ser. Y el inicio de ese placer nos lo enseñó un profesor.