Población de San Andrés, Chihuahua, 21 de noviembre de 1910.
Hace ya varias décadas que el ingeniero Albert Kimsey Owen, fundador de la compañía de trenes que antes se llamaba Ferrocarril Kansas City, México y Oriente en 1849, buscaba una ruta de ferrocarril que permitiera el cruce de Este a Oeste en Estados Unidos. La idea era evitar el paso por las Montañas Rocosas, que tienen nieve siete de los doce meses del año. Así que decidió bajar la ruta hacia México, con la firme intención de que todo el año hubiera una forma de trasladar productos, materia prima y personas a lo largo de la frontera con México. ¡La estrategia fue proporcionalmente efectiva! Tanto, que las fuerzas revolucionarias comandadas por Doroteo Arango, alias Pancho Villa, vieron en la estación la oportunidad perfecta de hacerse con la ruta más importante, un canal de flujo de productos del Este de Estados Unidos con el Oeste. ¡Un canal comercial!
—¿Tomaremos San Andrés solo por el tren, Pancho? ¿O tienes algún plan para que esta toma sea considerada un pago de peaje de los productos gringos? Si logramos hacernos de esta línea, tendremos dinero para solventar las armas —pregunta Cástulo Herrera ante la inminente toma del poblado chihuahuense.
Todos saben que quien negocia las estrategias con sus cercanos es el propio Doroteo Arango, pero cuando salen a la batalla se convierte en Pancho Villa, un ególatra y efectivo general que en varias ocasiones ha buscado batallas en contra de los caciques de la región. Aunque en el fondo Arango sabe que Francisco Madero es un cacique de Parras, Pancho Villa lo considera “un valiente defensor de la democracia”. Una parte relevante de estar cerca de Villa es saber cuándo es Doroteo y cuándo su alter ego. ¡Es cuestión de atinarle a veces!
Una de las delicias que Villa no puede dejar de probar son sus malteadas de fresa; hace todo lo posible por siempre tener manera de conseguir una. ¡Aunque esto represente que la proveeduría de su ejército pague sumas extraordinarias para conseguirle el gusto! En esta alborada, cercana la hora de caerle encima a los “pelones” federales que custodian la plaza y, por supuesto, la estación del tren, la más importante del norte, Pancho Villa contesta:
—Mira Cástulo, este tren representa el logro de un importante esquema para mantener los movimientos de efectivos de Este a Oeste. No lo tenemos planeado así, pero considero que será relevante dominar esta vía. Madero sabe que todos tenemos ideas creativas para lograr cerrar las filas y hacer que el tirano Díaz no huya por ninguna parte. Debemos acorralarlo. ¡Desde el norte cerramos la frontera! Seguro que Zapata hará lo propio en el sur —contesta mientras se hace un cigarro con sus propias manos, de buen tabaco, en un artilugio que le permite cerrar el papel arroz con delicadeza y efectividad.
—¿Cuántos hombres lograste reunir, Cástulo? —le pregunta mientras le da una primera calada a su cigarro recién hecho. —Aunque faltan los hombres de Ceferino Pérez, creemos que ya son unos trescientos, más los que se acumulen, Pancho —responde Cástulo. El hombre de más confianza de Villa es Ceferino, a quien cada que le pide un favor se lo concede sin chistar. Es más, en ocasiones fue él quien logró tomar varias poblaciones para arriar ganado de los caciques. Realmente los tomaba y era el encargado de venderlo en estados vecinos.
La población de San Andrés es pequeña: casas viejas de adobe encaladas, calles polvorientas y cercanas a zonas con árboles y leña vieja. La estación de tren transporta gran parte del comercio: algodón, granos, insumos de petróleo, grasas e infinidad de arreos para toda la región, además de licores y comida que se envía al Oeste norteamericano. La estación del tren será el punto de la toma. La custodian doscientos efectivos de un batallón del 17º Regimiento Federal, comandados por el teniente coronel Yépez y el capitán primero Manuel Sánchez Pasos, ambos sin aviso alguno de que todo un regimiento de Pancho Villa y sus incondicionales están afuera. Un levante del cerro los protege. Después de unas horas, ¡llegó el aliado Ceferino Pérez con ciento veinte efectivos más!
—¡A sus órdenes, mi general Pancho Villa! —dice Ceferino mientras doma a su brioso caballo que, encendido por el camino, espera con ansia entrar en batalla. —¡Miren, cabrones! A estos pinches pelones les vamos a dar la sorpresa de su vida, están en ejercicios matinales, así que esperan la brisa mañanera —dice con una risa carrasposa—. Tomaremos las calles, las llenaremos de leña y troncos para que no puedan salir a pie ni a caballo. Detrás de la barricada pondremos a veinte hombres. Cercaremos la estación del tren, al paso de la toma, Ceferino, con ciento cincuenta hombres, atacarán el pequeño cuartel y no habrá piedad. ¡Necesito que disminuyas considerablemente al enemigo! Quemarás el cuartel, las casas aledañas y cualquier insurrección de la población la resuelves de inmediato. ¿Entendiste? —¡Sí, mi general! —Y tú, Cástulo, una vez que escuches el tiroteo y si no tienes evasiones en tus barricadas, ¡cierras el paso y te acercas a la estación! Pararás el tren y todos los efectivos que lo cuidan serán tu responsabilidad. ¡Mátalos sin piedad! Yo llegaré por la parte ciega del tren con mis hombres, así tomaremos el pueblo y la estación. ¿Alguna duda, cabrones? ¡Todos a sus puestos!
¡Unos cuatrocientos hombres se hacen del control del pueblo de San Andrés! Han puesto las barricadas. A lo lejos se oye una trompeta de alerta del 17º Regimiento, ¡pero un hombre de Ceferino le atina en la sien izquierda! Un tiro letal a buena distancia.
Los hombres de Ceferino caen encima del pequeño cuartel. ¡Suena de nuevo la trompeta de alerta! Los asombrados soldados federales y su capitán buscan a toda costa hacerse de las armas. ¡El cuarto de municiones está cerrado! —¡Pendejos! ¿A quién se le ocurrió? —reclama el capitán primero Manuel Sánchez Pasos, a la par solo mira cómo sus compañeros caen de uno en uno ante el ataque.
Por el portón de las caballerizas, los hombres de Pancho Villa ingresan para hacerse de los carretones donde se presume hay dinamita. Le prenden fuego a las lonas que la cubren. ¡Explota la primera, llevándose a media docena de federales! Después la segunda, ¡cercenando brazos y piernas de un par más! El cuartel arde en llamas. ¡Varios federales al salir se encuentran con un infierno! Lo que las llamas no asisten, ¡los disparos de los hombres de Villa terminan por hacerlo!
El teniente coronel Yépez intenta salir del tiroteo. Corre con diez de sus hombres hacia la barda perimetral que da a los patios traseros de máquinas del tren. ¡Sabe que van por esa posición! El cuartel es la distracción. —¡Vamos, cabrones, debemos advertirle al telegrafista del ataque! Tú y dos más suban a la barda y corran a la estación, me quedo para cubrirlos. ¡Ya, cabrones, ya! —Los hombres de Ceferino los observan y van por ellos. —¡Ahí, cabrones, es el comando del regimiento! ¡Por él! Todos corriendo les dan alcance. Ya fue cuerpo a cuerpo la detención.
El teniente coronel tomó al más adiestrado de los atacantes, un hombre bragado y pesado. ¡El primer golpe lo da el federal! Tumbando de nalgas al oponente, que de inmediato se para, pero cuando se acerca, ¡un tiro de Yépez le da en el rostro! Aun así, hace por acercarse. ¡Cae de rodillas con el alma fuera! El siguiente hombre rodea a Yépez y lo toma del cuello. Intenta forcejear y quitárselo, ¡no le es posible! Al ya no sentir las piernas por la asfixia, ¡dispara su Colt a las piernas de quien lo prensa pensando darle! Uno, dos y tres tiros. ¡Comienza a perder la conciencia! Siente que logra tomar aire. ¡Atinó a una de las piernas! Trata de reponerse, ¡cuando un hombre de Villa le vacía su Winchester de doble tiro! Uno le dio en el vientre, el segundo en la frente. En el ánimo de contraatacar, ¡solo saca su revólver Colt, pero no atina! Cae de espaldas sin respiración alguna. Sus demás hombres solo alzaron los brazos en señal de rendición. ¡Fueron recibidos por la metralla de otra de las carretas que explotan!
¡El cuartel fue tomado! De inmediato, hombres de Ceferino avisan a la posición de Villa y Cástulo en sus briosos corceles. ¡Toma la decisión y da la orden de que todos los hombres de las barricadas se trasladen a la estación del tren!
Los hombres de Villa salen al camino del tren y comienzan a perseguirlo una vez que baja la velocidad porque se acerca a la estación. ¡El maquinista saca su rifle por la ventanilla y comienza a perseguir con la mira a quien se acerca! El primer disparo derriba al jinete, que cae a las ruedas de la máquina de acero. ¡Muere de inmediato cercenado! Al tratar de cargar desde el vagón de carbones, ¡le salta un soldado de Villa! Le entierra la bayoneta en la espalda en varias ocasiones. Una vez que es eliminado, toma el freno y comienza a disminuir considerablemente la velocidad. En la distracción, dos hombres que custodian el tren le vacían sus Colts, dejándolo fuera de oportunidad. ¡Nuevamente retoman la velocidad y piensan en no parar en la estación! Aunque hay riesgo de no abastecerse de agua, ¡van a toda velocidad!
¡En un tramo de la vía más adelante, Villa pone dinamita! Sus hombres la encienden con un simple cigarro y se ponen a cubierto. ¡El cuerpo de durmientes y vías se deshacen como si fueran de cartón! Al observar desde lejos, los hombres que custodian saben que no hay escapatoria. ¡Suben la palanca a toda velocidad! Saltan del tren.
¡El tren colapsa de manera brutal! Al salirse de las vías, la locomotora vuelca del lado izquierdo y los vagones también sufren el mismo destino. El pequeño coche Pullman, lleno de personas, vuelca, ¡hiriéndose de gravedad con los hierros retorcidos! Los vagones de materiales y productos quedan intactos. Villa no ayuda a las personas, ¡las considera prisioneros! Madres de familia, niños, ancianos y algunos federales son tomados en prenda.
Algunos habitantes de San Andrés, al ver el desastre, se envalentonan y comienzan a hacerse con las armas que resguardan. Se acercan por detrás y comienzan a disparar a los hombres de Villa, ¡quien da la orden de acribillarlos! Gran parte de la brigada termina con los alborotadores. ¡Más tardaron en tomar las armas! Fueron hechos muertos en solo unos instantes. —¡Vamos, señores, a tomar lo del tren! Es su primer botín. ¡Ya nos encargaremos de los prisioneros! —ordena Villa a sus hombres, quienes raudos comienzan a bajar los productos—. Ustedes, cabrones —dirigiéndose a quienes venían en el Pullman—, son considerados a partir de hoy como prisioneros del ejército revolucionario de su servidor Francisco Villa. ¡A la orden de que tengan que obedecer todo lo que se les indique! Si hay aquí alguien del gobierno federal de Díaz, ¡hágalo saber de inmediato! Si no, al ser descubierto, en ese mismo instante será dado por muerto por mis hombres. ¿Entendido?
Un par de federales levantaron la mano y dieron un paso al frente. ¡Los hombres de Villa los fusilaron de inmediato!, ante la gritería de los presentes.
Cástulo, Ceferino y Villa se reúnen para el parte. —¡Ha sido todo un éxito la toma, mi general! —le dice Cástulo—. La población ha sido tomada, el tren tiene averías serias, pero nada que no podamos arreglar. El cuartel cayó. Se fugó el capitán Manuel Sánchez Pasos, pero el teniente coronel Yépez fue hecho muerto.
—¡Debemos estar al tanto del capitán! Seguro se va a acercar en el transcurso del día. ¡Mátenlo de inmediato! Y a todos sus hombres, Ceferino, escribe un telegrama a Gustavo Madero: “…Estación del tren y pueblo de San Andrés tomado. El tren completo es nuestro. Espero nuevas instrucciones…”
Continuará…







