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Madero Esquina Querétaro

La Apuesta de Ecala

por Luis Núñez Salinas
18 julio, 2025
en Editoriales
22 de febrero de 1867, Querétaro, Qro.
57
VISTAS

Octubre de 1910, Ruta Ferroviaria San Luis Potosí–Laredo.

El vagón de carga número 27-bis de los Ferrocarriles Nacionales de México, arrastrado por la locomotora 113, transporta granos y suministros mecánicos hacia Laredo. Ese vagón fue el escondite que su hermano, Gustavo Madero, había reservado para que Francisco pudiera pasar desapercibido en los puntos de supervisión desde San Luis Potosí. Vestido con un overol de mecánico de patio, gorra incluida, cubierto de grasa y sin bigote —que tuvo que afeitarse durante el trayecto—, Francisco viaja acompañado por uno de sus escoltas y por Amira, su inseparable mora. Se hacen pasar por trabajadores de los Ferrocarriles Nacionales.

La locomotora, de vapor, genera su fuerza al calentar agua en la caldera, lo que mueve los pistones y, a través de un sistema de bielas, impulsa las ruedas. Estas máquinas, conocidas como “anchas de vapor” o “fumarolas”, fueron fabricadas por empresas como Robert Stephenson and Company, Baldwin Locomotive Works y ALCO. El gobierno de Díaz no escatimó en adquirir lo mejor.

El maquinista, Thomas Callion, ingeniero de Baldwin Locomotive Works, usualmente cubre la ruta Saltillo–Laredo. Sin embargo, por un favor personal a Gustavo Madero, descendió hasta San Luis para transportar una “carga valiosa”. Solo disponía de unos minutos para detenerse en patios. Si lograban acelerar el viaje hacia San Antonio, Texas, podrían proteger a Francisco a distancia. Eran 62 horas de camino, un trayecto arriesgado. Tras conocerse la noticia de la fuga de Madero, todas las fronteras fueron cerradas… menos la ferroviaria, para no interrumpir los intercambios comerciales.

Los telegramas enviados por hombres pagados por Gustavo daban parte del avance de la locomotora. El temor era que un piquete de soldados porfiristas detuviera el tren e inspeccionara los vagones: sería fatal. Aunque los reglamentos ferroviarios prohíben inspecciones fuera de los patios autorizados, el peligro es real. Desde Vanegas llegó un telegrama a San Antonio que decía: “…todo el cargamento está bajo lo planeado, sigue el camino comercial…”

Faltaban noticias desde Saltillo, Monterrey, Nuevo Laredo y Laredo, donde familiares de los Madero esperan información.

En un tramo del camino, el peor escenario se materializó. En un patio de maniobras, se solicitó detener la locomotora 113 de la ruta México–Laredo para una inspección. Un destacamento del ejército porfirista, comandado por el coronel Teodoro Manuel Quintana —hombre fiel al general Victoriano Huerta— ordenó revisar todos los vagones. La locomotora modelo Ten-Wheeler 4-6-0 de Baldwin podía arrastrar entre 25 y 30 vagones; el 27-bis, uno de los últimos, lleva a Francisco. Al detenerse el tren, los pasajeros ocultos bajaron. Amira se escondió entre costales de grano.

Los soldados, al inspeccionar, notaron que la complexión del supuesto mecánico no coincidía con la de los verdaderos maquinistas —¡Tú, mecánico! —ordenó el capitán—. Dime con qué llave abres los bogíes. Ese se ve en mal estado. ¡Arréglalo! En una curva podría volcar. – Francisco, sin tener idea de lo que le preguntaban, actuó con confianza. Ya lo había hecho antes. Tomó una herramienta, se la mostró al capitán, quien —hijo de ferrocarrilero— reconoció que era la correcta. —¿Hacia dónde va la ruta? —A Laredo, señor. Aquí cerca.- El capitán lo observó de pies a cabeza. —Te ves flaco para este trabajo —dijo con desdén— ¡Poca fuerza para tan ajetreado oficio! – Para no levantar sospechas, Francisco levantó unos polines de descarga, haciendo un esfuerzo doble. —¡Capitán! Por aquí —gritaron desde los primeros vagones. Han encontrado polizontes. La distracción salvó a Madero. Con el tiempo justo, el tren cruzó Nuevo Laredo.

San Antonio, Texas. 10 de octubre de 1910.

La llegada de Francisco Madero causó revuelo. Los miembros de los clubes democráticos Benito Juárez le ofrecieron protección en la ciudad norteamericana. Las reuniones estratégicas para planear el derrocamiento de Porfirio Díaz ya cuentan con aliados poderosos, entre ellos, el propio presidente estadounidense William Howard Taft, quien, a través del secretario de Estado Philander C. Knox, facilitó apoyo diplomático, económico y logístico. A cambio, solo exigieron que se mantuvieran las relaciones comerciales.

Los aliados de Madero, incluido su hermano Gustavo, redactaron varios documentos, entre ellos, el que desconocía el nuevo mandato de Díaz —reelecto por la fuerza— y convoca al levantamiento nacional el 20 de noviembre a las 6 p.m. El llamado “Plan de San Luis” incluía propuestas como: Devolver tierras, montes, cerros y aguas a los campesinos sin costo; Abolir el cobro por el uso del agua; Revisar y anular concesiones extranjeras abusivas; Garantizar elecciones libres y democráticas. El Plan de San Luis era el detonante. La lucha armada ya no debe evitarse.

Los encargados de explicar el documento son: Roque Estrada, zacatecano y líder de la primera huelga en Jalisco en 1904. Federico González Garza, abogado, hacendado y experto en telégrafos. Enrique Bordes Mangel, periodista y activista. Francisco Vázquez Gómez, médico personal de Díaz, conocedor de los secretos del Palacio Nacional.

Federico tomó la palabra: —Francisco, sabemos que la democracia no llegará por las urnas. Bajo el régimen actual, jamás pondremos un presidente. ¡Debemos actuar! Ya tenemos leales a la causa: Venustiano Carranza, el teniente coronel Felipe Ángeles, Pascual Natera, Francisco Cosío Robledo… y también Doroteo Arango. – Madero, preocupado, replicó: —¡Pero Doroteo es un forajido! Bajo el seudónimo de Pancho Villa ha saqueado ciudades.—¡Pero es efectivo! —respondió Federico—. Es momento de actuar.

Madero se levantó. Todavía sin bigote, apenas se le pinta un bozo, observó a los firmantes del Plan de San Luis. Recordó la prisión vivida, dónde temió por su vida, se acercó al escritorio y tomó uno de los miles de folletos listos para distribuirse por todo el país donde se plasma el Plan de San Luis, Sabe que, si el plan falla, sus vidas estarán perdidas. —¡No hay vuelta atrás, Madero! —le dijo Gustavo—. ¡Entramos de lleno! Una vez distribuido el plan por todo el territorio geográfico, tendremos precio por nuestras cabezas. ¡Lo sabías desde que comenzaste la campaña! Francisco Ignacio Madero firmó: “Levantamiento en armas, Plan de San Luis.”

Ciudad de México, 10 de noviembre de 1910

Los primeros impresos con la fecha del levantamiento llegaron a los clubes democráticos marcados como “Secreto” en todas y cada una de las ciudades leales. Fueron entregados en sobres cerrados a los dirigentes; el siguiente paso sería distribuirlos entre los afiliados. Se advertía con una nota: “Si se filtra la información, todo se vendrá abajo”. Elegantes emisarios partieron hacia los comandos armados de todo México.

Venustiano Carranza recibió el documento de manos de Roque Estrada. Al leerlo, quedó pasmado.—¡Una jugada magistral! —exclamó—. Un país levantado en armas, en fecha y hora exactas… es una estrategia de primer nivel.

En tanto, Doroteo Arango, degustando una de sus malteadas de fresa —es aficionado al azúcar—, recibió con sus acostumbrados modales al gobernador de Chihuahua, Abraham González. Doroteo soltó una carcajada ronca al ver la carta. Luego de leerla, invitó al gobernador a sentarse y pidió para él otra malteada.—¿Cuántos hombres tienes disponibles, Doroteo? Seguro serás de los primeros en entrar en acción —le preguntó González. —¡Unos veinte mil hombres armados te junto en dos meses! —respondió Arango con orgullo—. Tengo gente leal a mis órdenes. Hemos entregado tierras a campesinos que así lo han pedido. No somos los mejores ni los más ordenados militares, ¡pero sí una buena manada de cabrones!

-¡Pues al tanto de las órdenes de Don Francisco Madero señor! Serás parte fundamental del levantamiento – se despidió el gobernador Abraham González, tomó su sombrero y le dio un abrazo de la misma forma brusca que el recibido, ya de salida le preguntó al forajido Arango -¿Puedes tú mismo financiar las armas de todos esos hombres? – Doroteo soltó de nuevo su peculiar carcajada -¿Financiar? Por Dios gobernador ¡Ya están armados!

Castillo de Chapultepec, Colegio Militar, 10 de noviembre de 1910

Uno de los profesores más destacados del Colegio Militar era el teniente coronel Felipe de Jesús Ángeles Ramírez. Estratega de academia, con formación en Francia, en la École d’Application de l’Artillerie et du Génie, se había especializado en matemáticas aplicadas a la balística, mecánica, fortificaciones, uso de explosivos y demolición. En el Colegio impartía la cátedra de Matemáticas Aplicadas a la Balística, y era uno de los más respetados docentes del plantel. Su corazón, aún ligado al porfirismo —que valoraba su preparación—, aprobaba la educación militar, pero entendía que, en los campos de siembra, el poder está en manos de hacendados esclavistas y explotadores.

Aquel día fue llamado a su despacho. Un hombre elegantemente vestido lo esperaba, portando un portafolios. Por la calidad del traje y los zapatos, Ángeles imaginó que traía noticias sobre la salud de su esposa o tal vez un ascenso. —¡Teniente coronel Felipe Ángeles, es un gusto saludarle! —dijo el visitante, entregándole un sobre lacrado con las iniciales “FM”. —¿Quién lo envía? —preguntó el militar. —Solo soy el mensajero, señor. En el sobre encontrará lo necesario —respondió el visitante con gesto respetuoso. Se giró para marcharse, pero Ángeles lo detuvo.

—¡Espere, señor! Lo leeré de inmediato, y daré respuesta al autor. Tome asiento. Leyó en voz baja: “Estimado teniente coronel Felipe Ángeles: Un servidor le hace la invitación a considerar un plan trazado en la ciudad de San Luis Potosí. Adjunto las ideas principales. Le ruego discreción y respeto al secreto. Si decide no participar, lo comprendo. Una vez que las elecciones sean libres y democráticas, me comprometo a mantenerme a su disposición. Le pido, por favor, que destruya este documento por medio del fuego tras su lectura. Agradezco su tiempo. Firma: Francisco I. Madero.”

Un elegante escritorio de finos acabados con un águila devorando a una serpiente sobre un nopal en bronce en suntuosa escultura ¡Reluce el espacio! Las paredes están tapizadas de libros, mapas de las zonas principales del entorno ¡Una reluciente maqueta de la ciudad de México llama la atención! El detalle es tan fino que pareciera se mueven las personas, las sillas de espera son de piel de venado y los sillones relucen de un negro marrón platinado, tomó el abrecartas y rompió el sello…

El visitante rompió el silencio: —El remitente me pidió recibir su respuesta en voz propia. —¿Usted conoce el contenido de la carta? —No, señor. No es de mi incumbencia. —Entiendo- El teniente coronel se levantó, caminó lentamente con las manos tras la espalda, luciendo su uniforme de gala, con estoperoles dorados, faja y pechera en grana y oro. En su oficina cuelgan óleos: Ignacio Allende empuñando la espada de la libertad y Porfirio Díaz montado sobre su bridón. Reflexionó: —¿Acaso Porfirio Díaz es ya considerado por muchos como un tirano? -Miró hacia el alcázar de Chapultepec, el sol le hería los ojos. Finalmente habló:

—Vaya y dígale al autor que este teniente coronel solo sigue órdenes del alto mando. La enseña nacional necesita democracia y legalidad. ¡No permitiré usurpaciones ni dobleces a la figura presidencial! Una vez que ese hombre llegue al poder por medios legítimos, estaré a sus órdenes. Solo así. ¿Entendió? —Fuerte y claro. Así lo haré. -El emisario se marchó. El teniente coronel llamó a su ayudante: —Cadete, archive esta carta como “Asuntos Propios”. Siga al señor que acaba de salir e infórmeme a dónde va y con quién se entrevista. ¿Entendido?—¡Sí, maestro! —saludó el joven con respeto y se marchó de inmediato.

Algunos periódicos afines a la causa maderista como México Nuevo, dirigido por Juan Sánchez Azcona; Diario del Hogar de Filomeno Mata; Regeneración con Juan Sarabia y Antonio Villarreal y El Antirreeleccionista de Félix Fulgencio Palavicini, recibieron cajas con muñecas de porcelana, vestidas como niñas de la época. Les pareció extraño. Acompañaba a cada caja una nota:

“El día dieciocho de noviembre, solicitamos den a conocer el Plan de San Luis, el cual se encuentra ‘de cabeza’. Firma: Club Antirreeleccionista de la Ciudad de México”.

Algunos directores no entendieron el mensaje. Palavicini, tomándolo como una broma, le regaló la muñeca a su hija. Jugando con ella, la niña se la mostró a su madre. Al caer accidentalmente al suelo, la muñeca se rompió, revelando en su interior un papel doblado: el folleto del Plan de San Luis, firmado por Francisco I. Madero. Palavicini lo leyó y salió de inmediato hacia la imprenta.

Villa de Ayala, Morelos

En el estado de Morelos, Pablo Torres Burgos se encargó de distribuir los folletos maderistas en las zonas rurales donde se sembraba caña de azúcar, arroz, maíz, frijol, ciruela, guayaba y aguacate. Las haciendas explotaban a los campesinos. Su principal defensor era un joven llamado Emiliano Zapata, quien comenzaba a formar un pequeño ejército con el fin de negociar con los hacendados y exigir justicia agraria.

Aunque Torres Burgos no tenía pensado acercarse directamente a Zapata, en una reunión del Club Maderista de Morelos llegaron algunos hombres del líder campesino exigiendo los folletos. Ante su negativa por no estar en el padrón, se dio un forcejeo verbal, y finalmente accedió a entregarles uno. Zapata, preside el Consejo de Defensa de Anenecuilco, institución dedicada a recuperar títulos virreinales que respaldaban la propiedad comunal de tierras, recibió el folleto de manos de un emisario. En ese momento intentaba liberar a un hombre conocido como “El Ave Negra”, considerado forajido por las autoridades.

Tras leer el documento, Zapata le preguntó a su hermano Eufemio: —¿Quién chingados es ese Francisco Madero? Vaya que tiene los talantes suficientes para levantar el país el veinte de noviembre. ¡Nos unimos al movimiento! Marca ahí, hermano…

“… el sustento que la nación llora sangre por la retribución de las tierras a nuestros hermanos que han vivido por generaciones en pueblos como Ayala, Moyotepec y Tlaltizapán. ¡Honramos este levantamiento! Manda a mis hombres a buscar a ese tal Madero y dile que, por ¡Tierra y libertad!, cuente con nosotros…”

Continuará…

Etiquetas: CarranzadíazMadero

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