LA APUESTA DE ECALA
Tal vez dentro de la expectativa de Hernán Cortés, la organización de la conquista de los territorios, soldados llegados para lograr someter a los nativos, jueces de ordenanza, apoyos civiles de orden y nula presencia de nobles en estas tierras, le daban un entendido que eran años de explorar, de capturar los territorios anexos a España y que urgía la fundación de ciudades por estos lares, con el fin de apaciguar y comenzar a construir —al puro estilo europeo— las trazas que darían vida a esta nueva etapa.
¡Una nueva España!
Le quedaba claro que no era una colonia, sino territorios anexos a España, es decir, se gobernaban y se instruían bajo las normas y ordenanzas del propio reinado de Carlos I y V de Imperio Romano, con lo que esto fuere y conllevara.
¡No venimos a colonizar dijo Cortés! tomamos estas tierras en nombre del Rey Carlos I y V de Roma.
Así, bajo esta expectativa, comenzó una etapa de consolidación del descubrimiento de los usos y costumbres, de diseñar la manera y forma de evangelizar —junto a pocos religiosos frailes franciscanos— ¡una odisea descomunal!
Dentro de los primeros ejercicios de fundación de las ciudades, era tomar en cuenta por qué los nativos no habían poblado aquellas tierras, en el caso de puebla y Tlaxcala —primeras ciudades fundadas después de la caída y reconstrucción de Tenochtitlán— los grandes valles no eran usados para habitar, se referían directamente a ríos.
Los nativos, al desconocer las nuevas formas de construcción de los europeos tratan de comprender aquella perspectiva, ya no eran ciudades basadas en un sistema de barrios, es decir, los artesanos vivían cerca de los talleres de materias primas, lo mismo los telares, los barrios de cerámica, ropa y artes hacían lo propio.
¡No había jerarquías de habilidades! Desparecieron, se construía de maneras diferentes.
Cuando Cristóbal Colón descubrió los nuevos territorios para España —e inversionistas privados que costearon la expedición— de inmediato los reyes católicos Fernando II de Aragón e Isabel I, firmaron un acuerdo de como se deberían trazar las nuevas ordenanzas urbanas, el diseño de las nuevas poblaciones se le conoció como Capitulaciones de Santa Fe, mismas que daban la base para lograr trazar las poblaciones.
Para Cortés, estas ordenanzas no le dejaban satisfecho.
Investigando encontró una nueva ordenanza —la del hijo de su acérrimo rival Diego Fernández de Cáceres y Ovando— Nicolás de Ovando y Cáceres —quien antes de ser fraile— diseñó la traza en Santo Domingo respetando las formas urbanas de Castilla.
Sin más, Cortés mandó diseñar las ciudades bajo este estilo —¿quién habría que le dijera lo contrario? España estaba demasiado lejos de aquellas decisiones—.
Después de Tlaxcala, Puebla, Colima y Antequera, el modelo ovandino de traza de ciudades, se aplicó a la perfección, pero por alguna cuestión que aún no se sabe, Cortés no permitió que en la recién fundada ciudad de Querétaro, se hiciera este trazo.
El modelo ovandino establecía una Catedral en la plaza de armas de las ciudades, al lado un edificio militar, uno de mandos civiles y el de guardia o cárcel, en algunas ciudades palacios de comerciantes, de tal manera que se lograba tener un control de los representantes de mayor jerarquía —para la toma de decisiones— según Castilla.
¡Querétaro no deseaba Cortés que se trazara así! cambió el diseño, puso como centro de la urbanidad al conjunto franciscano, de tal forma, que la ciudad se construía a partir del frontispicio de la nave religiosa principal, así toda la ciudad diera al altar del templo franciscano.
¡Única traza así en toda la Nueva España!
Todo esto pasó antes de la llegada del virrey —noticia que sorprendió a Cortés— quien ya se había imaginado él mismo como el encargado del total de las decisiones.
Pedro IV de Aragón —rey de Mallorca— fue quien dio las bases para lograr establecer la figura de un virrey o un visrey, que era quien hacía las labores de un monarca, en algunas provincias de España en nombre de su majestad misma.
Cortés había escuchado esta hipótesis de uno de sus capitanes, pero no le había dado la aceptación debido a que él mandaba en estos territorios y el Rey no le iba a dar la concesión a otro.
¡Además Cortés tenía bien informada a su Majestad de lo sucedido en estas tierras! —aunque no fuera la verdad de lo que realmente pasaba—.
Carlos de Habsburgo, su excelentísima Majestad Carlos I Rey de España, Rey de los Países Bajos, Rey de Nápoles, Rey de Sicilia, Archiduque Soberano de Austria, Rey de los Romanos y V Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico leía con atención las cartas que Hernán Cortés, acerca de los cuidados en la conquista de aquellos ya, territorios de su imperio.
¡Con adecuada y sigilosa atención cuidaba cada letra! cada párrafo, cada cadena de textos que le permitiera saber lo maravilloso de aquellos lugares, pero a su vez, la cercanía —en honor a la verdad— de lo sucedido.
Sabía de lo rebelde de Cortés y su pensamiento emancipado de la corona ¡conocía a su capitán de pies a cabeza!
Veía la necesidad de lograr tener un mando en aquellas tierras, debido a que Cortés no significaba en nada una figura respetable como posible noble o jerarca.
Sala de Protocolos del Rey de España.
En audiencia misma delante de sus notarios y escribanos el Rey su altísima majestad fue claro:
«…¡en pro del beneficio de estas santas tierras que se nos ha heredo por la santísima trinidad y las potestades de Dios Nuestro Señor! hago y dejo claro que tomo la providencia por su espíritu y he sido instruido por la misma, para lograr determinar la función de Bachiller Pedro IV de Aragón, nobilísimo señor de tierras que hoy reino, acerca de la existencia de un Virrey, serenísimo y agraciado postulado por mi señorío, quien le dará luz y atención a las tierras más allá de los ultramares, a quien llamo Nueva España, tenga en la figura del caballero de Santiago, comendador de Sucuéllamos José Antonio de Mendoza y Pacheco como el primer Virrey de esta corona…»
¡El propio José Antonio escupió el vino y tosió! el Rey lo miró y con un acento de cabeza le dio el visto bueno.
En la Nueva España cuando Cortés recibió el aviso por el juez de ordenanzas, de la llegada de José Antonio de Mendoza y Pacheco, quien sería el nuevo Virrey ¡encolerizó!
—¡voto al cuerno!… ¡como cabrones se logró esto!… ¡era yo el ultramarino de las formas y juicios! ¿quién conquisto? ¿quién?
Fiel a su costumbre pateó a quien tuvo enfrente ¡no importando servidumbre o capitanes! su enojo le estalló las venas de su ojo casi perdido ¡sangró de nuevo!
A la vez del aviso de Rey, venía una pequeña nota al calce de la ordenanza:
«Los nativos de estas tierras son más que esclavos»
El rango del primer virrey en la Nueva España estaba acompañado de una orden más:
Excelentísimo Virrey, Gobernador, Capitán General de la Nueva España, y presidente de la Real Audiencia de México…
¡El capitán Cortés quemó la ordenanza!
La llegada del Virrey a la Nueva España sucede en que ya lo esperaban desde septiembre de 1537 —con ya varias villas fundadas por Cortés y sus hombres por todo el territorio— la construcción de la ciudad en donde llegaría el Virrey
Encima de lo que había sido el palacio de Moctezuma, Cortés construyó lo que sería su propia casa, una fortaleza de dimensiones descomunales, misma que buscaba dejar claro el poderío.
Sobre la antigua ciudad aún con vestigios del antiguo imperio —pero ya sin ídolos y en ruinas múltiples— se levantaba tan colosal conjunto arquitectónico, recinto de la vida cotidiana de Cortés.
Cuando llego el Virrey en octubre de 1537 lo primero que hizo fue pedirle en nombre del Rey ese edificio a Cortés, como parte de sus nuevas encomiendas —posiblemente porque era el único de estilo europeo casi finalizado—.
En la entrada se cuenta la parte principal, arriba veinticinco ventanas pequeñas y treintainueve balcones con herrería y la fachada cubierta de tezontle rojo, dentro, salones y aposentos de magnitudes palaciegas —construidas a escondidas del Rey— le daban claridad al proyecto de Cortés.
El Virrey fue recibido por Cortés y su comitiva, le adentró al palacio, para esos tiempos ya había en la Nueva España quince mil europeos españoles —que con la promesa del Rey de no pagar impuestos en toda su estadía— fueron convencido de buscar mejores oportunidades de un futuro halagador.
Con ellos, más de diecinueve mil esclavos negros, a quienes se les dejó claro que no eran más que los nativos.
Así por azares del destino hubo familiares de Moctezuma que tuvieron esclavos provenientes de los territorios del sur de España denominados numidias.
Toda aquella persona que quisiera venir a la Nueva España debía registrarse ¡de comienzo no fueron tantos los interesados! en España aquellos comerciantes que desearan hacer el viaje ultramar, para cuestiones de lograr comercializar y diseñar nuevas rutas o como familia, tenían que inscribirse ¿en dónde? ¡no había oficina pensada en eso!
Sin más, en las escaleras de la catedral de Sevilla se llevaban a cabo los registros de manera rudimentaria.
Al comienzo las oficinas eran burdas, con el tiempo, al regreso de los viajeros que hablaban de oro y tierras de oportunidades, paisajes exóticos, animales y flores jamás vistas e imaginadas ¡todo salió de control!
Por millares se buscaba llegar a la Nueva España, las escaleras de la catedral de Sevilla eran insuficientes, inclusive ya peligroso que se pasaran sin documentos a los territorios anexos de España.
¡Sin más! este registro en las escaleras estuvo por cientos de años, para lograr ingresar a la Nueva España, ajenos a este censo solo se salvaban de este registro militares y nobles.
Cuando Cortés vio por primera vez al Virrey descender de su carroza —por cierto, exageradamente adornada— le refirió a su segundo:
—¿qué no es este cabrón el que su padre regañaba por andar con moros cuando mancebo?
—¿Goza de exactitud mi capitán?
—¡Sí! recuerdo acusaciones de andar con una hermosa morisca! dirigió del lado de los moros en varias ocasiones.
—¡Voto a la memoria! que no le recuerdo.
— Anda pero si estáis idiota ¡claro que es el capitán de los moros! acostumbraba a vestirse de telas.
—¡Que viene ya capitán Cortés! —nervioso el segundo al mando—.
Llegó por fin el Virrey delante, quien con una mirada le atendía a Cortés que le hiciera la genuflexión requerida al caso —era como si el capitán estuviera delante del Rey— a lo que a regañadientes Cortés tuvo que aceptar ¡incómodo!
—¡Su excelencia es bienvenida en este su palacio!
—¡Famoso y fiel capitán Cortés! el cielo en Dios ganada tu valentía.
—¡Mi señor estamos para su completa satisfacción! espero mis andanzas le hagan presencia de mi fidelidad a la corona, a mi Rey Carlos V.
—¡Espero en todo que así sea!
Caminó el Virrey con toda su comitiva, al finalizar de pasar, Cortés le mandó un saludo a lo lejos al Virrey —poniéndose las manos en su boca— con un grito:
—¿Trajo sus ropajes de moro majestad?