LA APUESTA DE ECALA
El presidente de México José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, heroico general de las guerras del siglo XIX —y que presuntuoso afanaba cada una de ellas— daba lectura al decreto del estado de México, que establecía que Monte Bajo —una comunidad pobre— fuera considerada a partir de que él mismo lo firmara como Villa Nicolás Romero.
Un reducto en donde se colocaron varias empresas —por aquello de contar con mantos y ríos que le circundaban— la de Ferrocarril de Monte Alto, una papelera llamada El Progreso junto con las tres naves de la textilería San Ildefonso.
Aquello que rebosaba de pobreza, le daba un aire a las personas que habitaban esos territorios, que habría trabajo, mejoras en la vida de las personas y en un mediano plazo, podríamos hablar de la generación de colonias de clase media —de moda en aquellos años considerarse de este estándar social— y que seguramente de ahí surgieran personajes con mayores oportunidades de vida —en 1900 en México lo que llegaba a vivir una persona era apenas 40 años—.
Por esos años y gracias al progreso que estas empresas trajeron a la región, se construye el Teatro Centenario, con su fachada estilo Art Nouveau, con tres grandes puertas alargadas y tres ventanales circulares arriba de ellos, con un frontispicio estilo romano, le daban al lugar, esa esencia de modernidad y elegancia.
Un niño llamado Fidel —hijo de Gregorio Velázquez un lechero que luchaba por causas de agremiados a la empresa El Rosario, quienes distribuían los lácteos desde Azcapotzalco hasta la ciudad de México— le llamaba la atención aquel teatro, lleno de decorados que no comprendía, pero le encantaban y constantemente solicitaba el permiso para lograr entrar.
El taquillero Eleuterio Gómez, amigo del padre de Fidel, le reconfortaba constantemente en dejarle entrar a las galas de música, las matinés de teatro y uno que otra vez a la ópera —que era mínimas aquellas presentaciones— la comida iba de simples buñuelos en bolsas de periódico, aguas con bicarbonato de soda de sabores, y en ocasiones elegantes, algunos maíces que al calentarse explotaban en estrellas sin forma de color blanco, que al combinarlas con sal o azúcar, eran el postre de moda.
Fidel por su condición, no le alcanzaba la compra de nada de eso, pero don Eleuterio le guardaba unas cuantas, a lo que el niño respondía con la limpieza de algunas partes del teatro, desde los asientos, la cremería, y el lugar de iluminación —que era el lugar preferido del niño por las luces y los colores que reflejaba— ¡la magia de las luces! describiría años más tarde.
No eral niño de buenas calificaciones en la primaria, era a bien un campesino de padre jornalero, y su entusiasmo era el de observar como un lugar pequeño —como la Villa— poco a poco se transformaba en una ciudad, llena de ruido y gente caminando.
Don Eleuterio le contaba historias maravillosas acerca de aquellos lugares, que si por un lado se aparecían espectros por la media noche —a lo que valiente Fidel entregaba su imaginación a leyendas de hombres sin cabeza— por igual, amadas por un solo día, que costaban perder la vida por pasiones.
—¿Animales que hablan? — sorprendido le preguntaba.
—Si Fidel, no solo los animales hablan, también las plantas y las flores.
—Qué maravilla ¡diga más!
—Es tiempo que ya mejor te vayas a dormir, mañana vendrá tu padre enojado porque te mandé solo a tu casa.
—No importa ya tengo quince años, y además quería contarle que ya me voy de aquí, tengo a bien trasladarme a la ciudad de México, buscando mejores oportunidades de trabajo.
—¡No te olvides de donde sales Fidel! eso marcará tu historia
—No lo haré y lo vendré a visitar, no más de una hora hace el camión.
A los 19 años Fidel —quien ya llevaba varios años trabajando en la misma lechería que su padre, pero ahora en la ciudad de México— decide acercarse a varios compañeros y formar un sindicato, sus amigos Jesús Yurén y Luis Quintero —propios que recién había conocido— estaban a disgusto de la manera en que Luis N. Morones estaba manejando a los sindicatos de la zona.
—¡Este cabrón se clava los dineros para su propio beneficio! — comentaba Yurén.
—La razón del sindicato no es lograr que uno solo tenga el poder, sino el de socializar los beneficios para que los burgueses no se queden con el fruto del trabajo, esta clase opresora tiene a los obreros bajo el yugo del capitalismo.
—¡Vamos por este cabrón y lo bajamos a madrazos!
Estas tertulias literarias en lecturas de libros comunistas y socialistas, así como la perspectiva que México sería mejor país, si se repartían los bienes a los trabajadores, tenía a estos tres ocupados en sus asambleas.
Panfletos, carteles y lonas se pintaban para salir a la calle y demostrar el músculo de los sindicatos, todos los agremiados vestían de overol de mezclilla, zapato negro de seguridad —que era solo cuero más grueso— y sus boinas estilo Lenin, como el fumar en pipa, les daba un aire a los murales de los edificios grandes del centro de la ciudad de México, hechos por propios artistas contemporáneos, que en ocasiones se juntaban con Fidel y sus amigos.
Para 1928 la muerte de Álvaro Obregón les tuvo con miedo y se escondieron en sus clubes del sindicato, era una medida en donde Calles era el principal sospechoso, pero que nadie se atrevía a decirlo, por ello fueron cautos y establecieron como sindicato no inmiscuirse.
Plutarco Elías Calles acusó directamente al sindicato de Fidel —Sindicato de Trabajadores Lecheros— de haber sido los asesinos y la persecución no se dejó esperar.
El conjunto de compañeros de los sindicatos por las organizaciones que se separaron de la CROM y que poco a poco fue creciendo con la concurrencia de antiguas agrupaciones como la Federación Sindical de Trabajadores del D.F., la Unión de Empleados y Obreros del Ramo de la Leche, la Unión Sindical de Empleados de Comercio, la Cámara de Trabajo, Cinematografistas y otras agrupaciones quienes lucharon en contra de las injusticias y la soberbia patronal.
Todos se arremolinaron en el Teatro Centenario —aquel de las infancias de Fidel— y comenzaron a fraguar la construcción de una nueva central obrera, que defendiera sus derechos, que sostuviera sus necesidades y que, al cabo del tiempo, se hiciera la mayor conjunción de obreros, con alcances —si fuera posible— de realizar un sindicato nacional.
Por las reformas de 1929 al artículo 123 constitucional acerca de la existencia de la Junta Central de Conciliación y Arbitraje —en tenor de contar con garantías en los contratos laborales y que no todo estuviera cargado a los patrones— el primer representante sindical ante esta instancia fue el propio Fidel —ya con 29 años— aunque realmente se abrió al público y a la conciliación hasta 1932.
El espíritu versaba en que se reconocía en la fase de conciliación de los conflictos surgidos entre el capital y el trabajo, ya sean de carácter individual o colectivo.
Antes a estas fechas los conflictos laborales no tenían en dónde llevarse a cabo y las demandas de mayor relevancia se suscitaban en el ámbito militar —principalmente— o se trataban como litigios civiles.
El líder sindical Fidel Velázquez fue el primer representante de los trabajadores ante esta nueva instancia de lograr equidad en los juicios entre obreros y patrones, su participación era atinada en todo momento, lo cual le otorgó la misma Junta Central, el cargo de Auxiliar de Trámite —con sueldo y prestaciones como un burócrata—a los cual Vicente Lombardo Toledano le pareció funesto el acto y se lo reclamó en reunión, cuando apenas estaban por conformar un gran sindicato—.
Teatro Centenario, marzo de 1933, sesión de sindicatos del Distrito Federal, tiene la voz Lombardo Toledano.
—Y es así como nuestro “querido líder” aceptó de la Junta Central el puesto de Auxiliar, como uno de los burócratas que sangran tanto al erario público, duplicando sus ingresos que, en seguro, le darán más adelante, millones de pesos en beneficios de los patrones… ¿ese líder quieren?
¡el mentadero de madres por la concurrencia fue enorme!
y continuó:
—Es así como nuestro querido Fidel encuentra un equilibrio, que puede romperse si continúa dentro de las oficinas del a Junta Centra de Arbitraje… ¡Fuera Fidel!… ¡Fuera Fidel!
Cuando le avisaron a Fidel ya el auditorio estaba volcado en la rechifla y Toledano brillaba por su discurso. Se arregló el saco, se acomodó sus pantalones de talla grande y acinturados arriba del ombligo —como la moda— y se acercó a un viejo micrófono que apenas subía el volumen.
Cuando lo vieron la rechifla fue mayor, las mentadas de madre no se dejaban de escuchar y el alarido de la concurrencia resonaba por todas partes. Astuto tomó un papel de dentro de su saco, lo desdobló y lo mostró al público.
Sin decir palabra alguna caminaba dentro del escenario del Teatro, iba de un lado al otro solamente enseñando el papel, y los asistentes comenzaron a guardar silencio, poco a poco se tranquilizaban y algunos solo chiflaban, al irse pasando la voz desde los primeros que vieron el papel, hasta el más último de los que estaba en gayola.
—¡Compañeros! amigos… hermanos. Aquí les muestro en este papel mi renuncia a la Junta Central de Conciliación y Arbitraje, que de manera poco clara y tendiéndome una trampa el presidente en turno, me inscribió a este tribunal de defensa de los trabajadores, para que se hiciera esta mancha a mi pudor y persona, a la cual el compañero Vicente Lombardo Toledano, ha envenenado el corazón de ustedes amigos agremiados, delante de ustedes termino con este pasaje de mi vida… ¡de esta trampa!… de este escarnio a mi persona.
Tomó la carta de renuncia a la Junta, la destrozó en pedazos y señaló a Toledano como el autor de aquel desatino y conminó al respetable, a que le exigieran explicaciones por su acelerado enriquecimiento, con la compra de una casa en Tequesquitengo y que hasta la fecha no ha sabido demostrar al sindicato de donde salió esa propiedad.
¡El público ardió en mentadas de madre y rechifla a Vicente!
Quien tuvo que salir del recinto con el temor de ya no controlar a la gente, algunos de ellos trataban de llegar hasta Toledano, pero les era imposible por la “macaniza” que recibían de quienes apoyaban al otro líder, ahora acusado.
Cuando volvieron a tener contacto visual Fidel y Vicente —rodeados de sus respectivos paleros— el último con una seña le mentó la madre a Fidel a lo que reaccionó el líder con un saludo, tomándose sus propias manos y las alzó, en símbolo de haber ganado.
«En el Congreso Constituyente de la CTM, el 24 de febrero de 1936, Vicente Lombardo Toledano fue electo secretario general y Fidel Velázquez fue designado como secretario de Organización y Propaganda.
Esta designación no fue nada sencilla, previamente Fernando Amilpa había lanzado la candidatura de Velázquez por la corriente “sindicalista”; por otra parte, varios dirigentes de sindicatos nacionales propusieron la candidatura de Miguel Ángel Velasco, perteneciente a la corriente comunista»
¡No queremos comunistas, queremos sindicalistas!
Era la consigna del nuevo sindicato, a quien llamarían Confederación de Trabajadores de México —CTM— para que se lograra firmar el acta de fundación, era claro que ningún comunista debiera de entrar, caso como Miguel Ángel Velasco, un duro de los duros en el socialismo, que ya le habían dado su “calentadita” varias veces la policía del Distrito Federal.
En el auditorio dónde se firmaba la carta de fundación de este nuevo sindicato, los gritos y consignas eran de todo tipo, unos a favor de Vicente —los menos— otros fieles a Fidel —los más— pero aquellos más escandalosos eran los comunistas quienes trataban de abandonar el lugar.
«¡No firmaremos!» y comenzaron las bofetadas.