LA APUESTA DE ECALA
Place de Grève, París 1788.
Un terror indescriptible asediaba a la ciudad, un rumor se expande por todos los rincones de la pestilente y enfermiza calle de Mouffetard, es el barrio más antiguo de aquí, unos a otros se miran extrañados, el dolor aumenta conforme se van encontrando, los rencores se agudizan, las faltas olvidadas se reencuentran, todo vuelve a fluir a borbotones de la mentira y el desengaño.
La casa de la quinta entrada es el lugar de las reuniones de los menesterosos que aumentan con su ignorancia lo ocurrido, por un lado, el tumultuoso decir que la clase noble desea decapitar a todos los pobres…
«… al lado del Sena miré como le cortaban la cabeza a True Juan Granuleux, aquel pordiosero de las escaleras podridas, vi como lo tomaron varios de entre sus ropas, le tomaron de los codos, todos ellos “messieurs” de la nobleza, que se distinguían por su blanco pañuelo y su frente con el tricornio, le clavaron la espada en las tripas, vomitó de color verde, luego uno de más fornido que sus iguales, tomó una espada romana y le voló la cabeza…»
¡No hay quien ponga un freno a todo! ¡somos ignorantes y pobres, deseamos vivir en paz!
La gente clamaba de frente al portón de la casa, una anciana de bajos hombros y encorvada espalda atenuaba la situación, pero era interminable el bullicio, hasta que llegaron unos capitanes del ejército de su majestad.
—¿Pero a dónde para este escándalo?… andar mugrientos a otros fines, escupir sus mentiras y balbuceos de ignorancia, separarse por finura.
—¡Capitán! andar de porte y decirnos que no es verdad que su majestad desea cortarle la cabeza a todos los menesterosos y pobres de París, andar capitán ¡sacadnos de este temor!
—¡Apestosos y mal olientes! no anden inventando escorias que no saben rascarse, váyanse a seguir su camino de estorbo que para nadie son importantes, son solo unos más que afean a estos barrios, andar y separarse o terminarán en la Bastilla.
De una serie de patadas y escupitajos “des soldats” arremetieron contra los menesterosos y lograron disuadirlos.
No más de uno después de esto dejó claro, que no pararían hasta que toda la ciudad se encomendara y diera a favor de saberse que el Rey Luis XVI de verdad no estaría provocando un estallido, en el cual los afamados des soldats tenían como encomienda que cada uno de ellos debía cortarle la cabeza a cada pobre de la ciudad…
«… habiendo unos treinta mil des soldats, estaríamos hablando de que cada uno de ellos terminara con la vida de un menesteroso, de una semana tendríamos el mismo número de pobres fuera de París ¡de facto!…»
¡La noticia corrió como chubasco!
La gente al enterarse se fue a guardar a sus casas, los que menos estuvieron al tanto y recibieron a algunos en sus vestíbulos y pequeñas habitaciones que no utilizaban, otros que no contaban con el pan siquiera, tuvieron que esconderse debajo de los puentes, torres, frontispicios y parroquias.
Los nobles que escucharon de voz de sus propios sirvientes fueron razonando lo ocurrido y comenzaron a sacar conclusiones de solo rumores, sin tener ni siquiera la atención de preguntar a los nobles que mantienen cercanía con la casa real, así por todo París corrió el rumor de asesinar a los pordioseros, uno por uno, con el fin de lograr que los alrededores de Versalles lucieran libres de menesterosos.
Luis Estanislao Javier —conocido Conde de la Provenza— tuvo a bien de escuchar tales rumores de uno de los cocheros de su cuadra, mismo que fue tajante en el modo de hacerle saber que ya no se presentaría, una vez que le daba el aviso al cochero mayor…
«… de pesar mi señor lograr decirle que ya no me presentaré a las labores cotidianas, debido a que desde ahora mi vida corre un riesgo, no deseando dejar a mi familia sin sustento, me recluiré en las afueras de la ciudad hasta que pase esto de que nos quieren cortar la cabeza…»
—¡Cochero ven!
—¡Mi señor! — le contestó viendo hacia el suelo, a la usanza.
—¿A qué arguye tu trabajador de que no vendrá a realizar sus labores?
—Él y varios están temerosos de un rumor que cunde por todo París, que cada soldado del rey cortará la cabeza a un pobre, para terminar de una vez y por todas con el problema del hambre y la falta de víveres.
—¿A que raíz le atribuye semejante osadía?
—¡No le sabré decir mi señor! las noticias corren de casa en casa y cada uno va dando interés a sus propios temores.
El Conde de la Provenza murmuraba ¿qué motivara a la ciudad por semejante escándalo? aunque conociendo al Rey —su hermano — no le era diferente la idea, de sus propias calamidades.
Casa del ebanista William Deacon, Edimburgo 1788.
A estas alturas de sus sueños oscuros y locuras de pasión, William no determina qué hará con el cuerpo de la prostituta que degolló, sabiendo que sus habilidades de maderero le permiten el uso de herramientas para lograr saberse consagrado, como el mejor ebanista de la región, no les son suficientes para deshacerse del cuerpo.
En singular sorpresa, por su mente sabe que terminar con la prostitución con sus métodos nada cercanos a la moral, en ocasiones le conflictúan, de aquellos que no estén de acuerdo, con aquella vez que visitó al alcalde y le indicó la buena idea que por sus cabellos caminaba…
«… que de hacerle saber señor alcalde si lográramos degollar a cada prostituta de la ciudad, terminamos de fondo con este foco de enfermedades, que haya más allá de la sífilis, la de la moral…»
¡El alcalde lo corrió a patadas! no le volvió a encargar mueble alguno.
El cuerpo era pesado más aún de lo que imaginó, así que decidió cremarlo junto con las partes de los maderos que normalmente hacía, en su campo trasero de su granja, en acción de que no se viera rastro alguno.
Los detalles de la acción los describió en una carta que le dirigió a su hermano mayor en París, dándole a conocer su plan de lograr hacerse de un verdadero favor de la clase noble —a la cual tenía bien atendida y de lujos llena con extravagantes muebles y tallas de calidad excepcional— escribió con detalle las partes de la mujer y lo corrompido del cuerpo, sacando conclusiones.
«… que esta actividad digna del averno, donde se cruzan las necesidades y la obediencia, también encarna que el cuerpo se deteriora, no solo en su espíritu, sino en su flagelación de la piel, de su brazos, lastimaduras y llagas por todo el cuerpo, los ojos y los labios no son excepción…»
Siendo ebanista era claro que no reconocía las lastimaduras de la sífilis.
La carta nunca recibió remitente, William continuó con sus actividades normales, solo cuando era ya luna menguante su cuerpo se transformaba, se desfiguraba y su mente le trabajaba acciones, era un licántropo de esos, de fábulas y leyendas de los bosques, pero sabía en el interior que hacía un bien a sus semejantes, a su comunidad, al terminar con esta mancha de las mujeres, aquella que las determinaba como útiles solo para la concupiscencia.
Londres, Sociedad para la reforma de los modales, sesión de apertura de ciclo de actividades 1788.
El presidente de la sociedad en voz alta otorgaba el discurso de aquellos trabajos en las actividades que se ejecutaron estas últimas dos semanas, en lo que pormenores más o menores, resaltaba el asesinato de cuatro prostitutas de los burdeles de mayor prestigio de Londres.
«… que a no cuente como actividad que la pérdida de estas lamentables damas, que a cuenta no se relacione a socio alguno de tal calamidad, que por ello no se centre las actividades de los señores detectives en este recinto y que a bien desarrollen sus hipótesis a lo verdadero y extraño que debe ser su trabajo ¡aquí no hay delincuentes señores detectives! va nuestro honor y gallardía…»
La encomienda versaba por aquellas cuestiones de ser acusada la sociedad de asesinar a una serie de prostitutas en Londres, debido a sus radicales movimientos, famosos en la ciudad de saquear barras de venta de licores, periódicos que anuncian burdeles e inclusive adentrarse y quemar las instalaciones de famosos centros de reunión de caballeros.
—¿Quién si no aquellos guardianes de la moral serían capaces de semejante afrenta?, excepcional deducción mi querido amigo, lo que no se distingue es la objetividad de las acciones, desean terminar con la planta de tabaco matando las hojas, mi querido y excepcional compañero, cuando solo es posible cortarla de raíz.
—¿Asesinar a todas las prostitutas?
—Estás pensando como él.
—¿Él? ¿cómo sabe que es solo es uno? yo pensaría que fuera la sociedad o un grupo radical en contra de estas mujeres.
—En todo Londres no encontrarás un varón que le disguste los burdeles, no en esta época, pero si vienes de una familia en donde la obligada a amarte te odia, por recuerdo de aquel que la ultrajó y engañó, no mi atinado amigo, estamos ante una persona de pésima formación familiar y una nula aceptación de lo que llamamos simple afecto y en el más alto grado, un odio a las mujeres tan solo por representar lo que él no ha podido resolver.
—Atinado ¿quién es entonces el homicida?
—Te invito a que me acompañes a ver al Lord Deacon buen amigo mío, un noble preocupado por la salud mental de su hermano en Edimburgo, mismo que realiza unos muebles afamados por toda Europa, condes y nobleza cuentan con cada uno de ellos, él los ha bautizado como estilo Luis XVI, pero le preocupan algunas cosas de sus actividades fuera de los talleres.
El castillo del Lord Deacon es de los más escarpados, su llegada requiere un día entero a monta, el frío nubla la visión y la espesa penumbra de verdad que hace pensar que van hacia un camino sin vuelta, los portones apenas distinguen donde terminan hacia levantar la mirada y no se observa actividad alguna.
Son introducidos a un salón de amplio techumbre y sólidas columnas medievales —debió haber sido un monasterio por el acabado de las gárgolas afrancesadas— largas alfombras de color marrón dan el paso al Lord quien los recibe sin los protocolos de régimen.
—Díganme señores detectives ¿qué de saberse de mi hermano y sus actividades?
—Pues es un pesar comunicarle que no es a menester decirle lo siguiente mi Lord, pareciera que su hermano afrenta una realidad diferente a la de usted y nosotros, él considera como un servicio al todopoderoso terminar con las mujeres dedicadas a los prostíbulos, en condición de sentirse un mesías, una especie de enviado.
—Pues a desatino tal costumbre y no tendría porqué hacerlo así, recibimos de nuestro padre la mejor educación.
—Mi Lord, deseo hacerle unas preguntas que nos darían pie a considerar tal vez un tratamiento para su hermano… ¿fueron hijos de la misma madre?
—¡No! su madre fue una del servicio de nuestro padre, pero a él siempre se le consideró como hermano.
—Me apena escucharlo ¿Él recibió atención de parte de su madre?
—No sabré contestarle eso, solo sé que su madre se perdió en los burdeles y que dejó al encargo de mi hermano a una institutriz que yo mismo le hacia sus salarios.
—Puedo concluir algunas cosas con sus respuestas mi Lord, su hermano tiene una manera de vivir por el día, siendo un ciudadano atento a las necesidades, pero por la noche cambian sus actividades y emociones, sospecho inclusive que esté tomando algo que no sea permitido por su salud, una pócima que le trastorna las emociones y lo convierta en doble personalidad.
—¿Eso es posible? ¡dos personas en una! vaya conducta.
—Las personas se transforman en la intimidad de sus temores, vuelven a los deseos primarios y si estos fueron mal formados, al salir de sus encierros muestran los más profundo de sus miedos…