LA APUESTA DE ECALA
Francisco Javier Clavijero —jesuita nacido aquí en la Nueva España y con un sentido como el que ninguno acerca del gusto por estas tierras y sus nativos— le resultaba hasta cierto punto extraño que aún no llegara alguna indicación, amonestación u orden de expulsión de estos territorios —como ya se había hecho en varios reinos y que se avecinaba según las acciones llevadas a acabo en Panamá —levantamientos de nativos en contra de la corona azuzados por los jesuitas—.
En la Nueva España en el año de 1767 las cosas no andaban del todo bien, las reformas borbónicas y su aplicación tenían a la mayoría en el sesudo intento de lograr en el ¿cómo llevarlas a cabo? más que de claras fueran para su interpretación, por otro lado las inconsistencias del orden militar —que también fue rediseñado— la participación de la Iglesia Católica —que operaban como verdaderos cuidadores y emancipadores de los nativos— le dejaban claro al Virrey Carlos Francisco de Croix que más que encontrar aliados en el nombre de Dios, estaba con un total de enemistados en todos los sentidos, ni siquiera los criollos gozaban ya de la plenitud de la corona, solo los peninsulares —soberbios y sobrados— dejan en claridad las condiciones de tener el mando ¡a como diera lugar!
Una marcada esclavitud —en todo momento existió desde la fundación de los territorios anexos a España pero que los nativos fueron excluidos por bando del Rey a los encomenderos, en la realidad no se comercializaban, pero no se les pagaban las jornadas de trabajo, para el caso era igual— que ya tenía a los españoles al borde de explotación —la mayoría de las haciendas de la Iglesia y de civiles se conformaban por toda una organización de producción, no existiendo contratación de personal, sino simplemente familias que se arremolinaban en un área de producción y que se mantenían de la misma producción limitada a las tiendas de raya—.
La Nueva España es boyante, majestuosa y a la vez suntuosa, pero al precio de la explotación de las personas, los aires de la literatura de Europa comenzaban a permear las rutas de navegación, desde el puerto de Palos hasta el propio de Veracruz, las noticias informan acerca de una inestabilidad en las colonias y en la península misma.
Pues en las manos de un Rey como Carlos III está la continuidad de una paz social o el de una transformación de un reino de más de doscientos cincuenta años tal cual y como se vive ahora ¿cambiar? resulta inapropiado, van más de setenta años de desear aplicar las reformas de la casa de Borbón y no ha sido posible.
El criollo mantiene una herida lacerante desde hace siglos: ¡no es considerado igual al ibérico! cuanto de menos el mestizo o los lobos, los indígenas son menos que ellos, en los niveles de castas no serán los últimos —porque se han defendido— pero nada menos por debajo de ellos.
Los centros literarios —los mínimos— dan fe de obras teatrales con el contenido de liberación, temas de la mofa española acerca de lo ridículo de ser un Rey y sus ordenanzas, se representan en pequeñas obras de teatro en donde la sátira y la comedia se envuelven en quejas hacia la corona —que cuando los cuestores se enteran arremeten de manera violenta a estos centros teatrales con el fin de parar toda la eluda— es pues el territorio propicio para una revuelta, no solo de localías, sino de un levantamiento a escalas mayores, el virrey debe estar agradecido que el correo, los bandos y todo aquello que se imprima y se logre leer es supervisado por cada una de las alcaldías, mesas de trámite y escribanos al servicio de la corona, quienes inclusive han sacado bandos con lecturas prohibidas en la Nueva España so pena capital para los disidentes.
Los encargados de llevar a cabo estos juicios de aplicación a la violación de los bandos y ordenanzas que se extraen de las reformas borbónicas es el llamado Santo Oficio —por la Bula del Papa Sixto IV en 1478 cuando se consideró al nuevo mundo lleno de las tentaciones del demonio y severas ordenanzas para evitar la blasfemia— pero también resultó una herramienta de control del desorden en estos convulsionados años de 1767.
Sabedor el Rey Carlos III que bajo ninguna aplicación de ordenanza era posible acusar a la Compañía de Jesús ante el Santo Oficio por varias apelaciones al desorden y disidencia —si había quienes eran férreos defensores de estos oficios eran los propios jesuitas— la única manera de sacarlos del reino era por una orden directa de él mismo.
¡Que se cumplió el 27 de febrero de 1767! acusando a la orden de gravísimas causas, pero la logística de expulsión le afectó a Clavijero hasta el 16 de junio, cuando de propia mano del cuestor en Guadalajara —reino de Galicia— le fue avisado que debía presentarse en el puerto de Veracruz para el 27 del mismo mes a la voz de inmediato.
¡No le impactó! llevaba ya varios meses dándose cuenta de las constantes visitas de miembros de la corona tanto militares como civiles en puestos administrativos, para evaluar y contar —bajo un censo— todo lo que a la orden le correspondiera, tanto en valores como el bien raíz.
Aquello le pareció propio, pero a su mente le recorre toda una historia personal de vivencias desde pequeño hasta estos días, su vida en Veracruz —lugar que lo vio nacer y ahora partir— en Puebla, su ingreso al Colegio de la Compañía y después al seminario en Guadalajara, lleva toda su experiencia y debates acerca de la naturalidad de estas tierras ¡no conoce más territorio que este! no ha viajado en barco y el trayecto le hace parecer que de verdad en poco regresará:
«… será de una vez y por salvado, que logre tan solo en cuantos tiempos cortos regresar y pensar acertadamente, será solo mientras dure el Rey Carlos III, una vez caída la casa se reanudarán las aseveraciones de regresar… no será por más tiempo que una vida…»
Les instruía a los novicios de la orden una vez que se registraron para la salida hacia el puerto de Veracruz.
¿Qué pasa por la mente de un naturalista que ama profundamente a Dios y que se formó en estas tierras cómo Clavijero? ¿quién acallará sus pensamientos en el propicio encuentro con el abandono de sus análisis y perspectivas?
Francisco Javier Clavijero tenía en su mente a un afamado enemigo literario que le causaba enojo y animadversión, el naturalista Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, una eminencia para su época —un verdadero analfabeta y distractor de la verdad para Clavijero—.
La primera obra del conde de Buffon que leyó Clavijero fue Historia y teoría de la Tierra, en donde una de las disertaciones de esta obra narra que los mares y el aire erosionaron la tierra, es decir, existe la erosión de la corteza continental por medio de las mareas —a lo que Clavijero se reía a carcajadas, la contra acción a esta teoría Clavijero la explica de la siguiente manera:
«Si observamos la cartografía del maestro Vespucio nos encontramos que algunas partes de las colonias francesas — África— y américa embonan como un cono, por lo que disertamos en que alguna vez estuvieron unidas como una masa total»
El conde Buffon no expuso hipótesis alguna, todo fue una teoría acerca de la existencia de la naturaleza, por ello le resultaba que simples ideas tomadas como una verdad, se le dieran el valor de acertadas ante algunas comunidades de intelectuales —eso verdaderamente era lo que le molestaba a Clavijero—.
Siendo al agua su parte de explicación natural de Buffon, Clavijero también reprochaba en la cátedra las condiciones de la creación del fuego por parte de que la tierra al formarse por un cometa que le pegó al sol—otra idea que enervaba a Clavijero— había mantenido su conformación del fuego como parte principal de la formación de la naturaleza, que el fuego era posible obtenerlo de la naturaleza misma, como el agua y la tierra.
Puerto de Veracruz 25 de junio de 1767, registro de Francisco Xavier Clavijero.
La elegancia de Clavijero estuvo detonada en todo momento, sus ropajes elegantes, su fina maleta —que le fue confiscada— su peinado lustroso, distinción de forma y manera, por en demasiado le dejaban claro a los porteños de quien se estaban refiriendo, no era el criollo majadero y rezongón, era una clase de nobleza, estudiada de cercanía, calidez, llena su esplendor de la academia y del buen trato.
Asombrados por su cercanía, el abate saca fuerzas para el registro, de cerca se escucha el tronido de las maderas del bergantín al que lo subirán —que dista mucho de haber sido cuidado y alentado al mantenimiento— y que a sus semejantes religiosos les atenúa la preocupación que un acompañante de la categoría de Clavijero sea uno más de los exiliados.
A lo lejos dentro de una carreta y apenas asomando la cara está el jurisconsulto Pedro Rodríguez de Campomanes y Pérez, conde de Campomanes, uno de los acérrimos enemigos de los jesuitas —quien promovió varias afrentas a la Compañía de Jesús— que de testigo fiel trataba de ser expedito con la orden dada por el Rey Carlos III de exiliar a toda la Compañía, gracias al censo de Campomanes se logró saber de dos mil seiscientos cuarenta y dos jesuitas fueron citados a la expulsión por la vía de Veracruz que vivían en la Nueva España.
Cuanto a los novicios —la mayoría de diecinueve años— se les inscribía para zarpar les daban la encomienda de decidir si continuaban en la Compañía o se separaban—así quedarse en la Nueva España a resguardo de sus familias— o si tomaban barco hacia Europa.
—¡Que dé a bien decirnos si renunciase a la orden de facto! para que con ello quede suprimido a tal exilio ¿renuncia?
—¡No señor!
—Que de a solo nos interesa su noviciado ¿dónde fue llevado a cabo?
—En Tepotzotlán.
—Qué nos narre de cómo fue extraído de dicho lugar.
—A tono estábamos para comenzar nuestros albores para dar el toque de primera misa y de oraciones de mattinata cuando llegaron los ejércitos a despojarnos con una orden, hombres armados y de cale tal que nos rebasaban en mucho al total de la población del seminario, nos contaron como iguales, nos pidieron saliéramos con solo el libro de oraciones, nada más que los piensos y labores que traemos puestos.
—¿A quién resultara de alguna falta de prestancia a sus personas?
—¡No a ninguno! que de mí solo sé, pero de mis compañeros no les observé dicha acción.
—¡Que se asiente lo dicho! que dé a bien decirnos si renunciase a la orden de facto, para que con ello quede suprimido a tal exilio ¿renuncia?
—Insisto en que no.
El joven mozalbete aún se encontraba en aquella desventura en donde sus padres no sabían del exilio, la rapidez de todo no le permitió hacerse de una carta, de un papel, para el simple lar de hacerles saber tal desventura, sufrirían seguro tal tristeza de no saberse, hasta que en domingo —día de visita— descubrieran su ausencia.
Pidió un papel al cuestor y escribió algunas líneas:
«…mi madre en profunda pena de su corazón por no verme, y mi padre, anciano, su vista palidecerá por no encontrarme, él quien más entusiasmado de que yo fuera uno de la Compañía, mis hermanos llorarán por tal desatino, pero mi madre, que de ello no sería volverla a mirar, no hay consuelo para las palabras que ahora siento y mis pensamientos en dolor profundo, de hacerme más uno de mis hermanos de la compañía y salir a este destino, incierto seguro que, pero destino… ¿y ahora en dónde estás mi Señor Jesús? .
Hermano mayor, te encargo con la asistencia a mis padres, el exilio es una orden del Rey será posible que nunca más regresemos, mi alma se debate en una profunda pena de atención, mi consuelo son mis hermanos jesuitas que me acompañarán a quienes aprecio y quiero, pero que de tiempo y manera nunca más volveré a estas tierras: Por sí en el nombre de Dios, mil lágrimas no me alcanzan en la eternidad para lograr no olvidarlos, apenas un fantasma de memoria de sus rostros, de sus manos y pensamientos, suyo por siempre:
José María Castañiza»
El novicio le dio el papel a uno de los escribas de registro, quien al ver la pena en el rostro del joven le insistió en que aceptara el separarse de la Compañía, a lo que el muchacho negaba rotundamente la invitación, solo lágrimas veía en sus enardecidos ojos.
Se hizo la promesa de entregarlo de manera tal y propia, ya no más como una encomienda, sino como una orden a la paz y consuelo de aquellos más de cuarenta novicios de la misma edad y seguramente, del mismo suplicio.
Continuará…