LA APUESTA DE ECALA
La llegada del puerto de Veracruz a La Isabela —que fue la primera población después de la llegada de Colón a estas tierras y de haber terminado con el primer fuerte de protección una vez que la carabela Santa María encalló y sus maderas fueron utilizadas para tal ocasión— fue un desastre, en lo que se refiere al traslado de los jesuitas hacia su ruta de llegar a Bolonia en Italia.
El primer trayecto ya tenía de por sí una crisis sanitaria, la diarrea y los vómitos —algunos de ellos ocasionados por el vaivén del mar— tenían a la tripulación preocupada, aún faltaban meses de trayecto y era seguro que no sería soportable para los religiosos.
El capitán del navío Esperanza que transportaba mas de setenta jesuitas —entre ellos Clavijero— comprendían la situación y mandaron un mensaje claro a la capitanía de La Isabela una vez tocaron puerto:
«…en si damos atención a los múltiples malestares de los hermanos jesuitas, que se han ganado por sí el cariño y aceptación de la tripulación, han sido dóciles maestros de algunas cuestiones del mar y de los vientos que no eran en sí comprendidos en su cabalidad, han dado honra a su actuación y han explicado algunos movimientos estelares a los Capitanes y contramaestres, es fructuoso su acompañamiento, por ello les pedimos a sus excelentísimas capitanías de puerto nos permitan sean atendidos en sus malestares y recomendados a unos días de atención y pasividad en La Isabela, debido a que doy la fe para lograr hacerles ver que no hay condiciones para que continúen este viaje…»
Una vez el mensaje llegó a la capitanía de puerto fue leído y se citó al capitán del Esperanza, con el tinte de hacerle ver la situación.
Oficina de Capitanía, 3 de julio de 1867, La Isabela.
A par de hacerse de una buen rancho, el capitán Gonzalo de Iturbide y Aranda da razón de la petición del navío bergantín de la corona el Esperanza —veloz pero ya de casco antiguo y poco resistente al oleaje dedicado al comercio y no al transporte de personas— el capitán de rango superior a Gonzalo de Iturbide, le alcanza a dar un tono de enfado, no se yergue ante nadie, pero la carta de petición pareciera se le hace de su conocimiento y atención —tono solo usado entre inferiores a mayores, no es el caso—.
—Así que indíqueme capitán… Lope de Atenuria ¿verdad?, dígame cuál es la situación que guarda su navío.
—Es sencillo, transporto a los jesuitas expulsados de la Nueva España hacia puerto de Palos y luego harán travesía hacia Italia, es posible que traslademos la ruta marítima hacia el mediterráneo, pero dependemos de los tiempos del calor para hacerlo, como le informo en la misiva, he tenido malestares de mar y diarreas, que les han pegado en demasía a la salud de los clérigos.
—Tengo de propia mano señor capitán un texto de parte de su majestad nuestro Rey Carlos III de no hacer variación alguna del episodio de transportación, ni consideración alguna, serán sometidos a las condiciones del viaje como cualquier marinero.
—Es sus condiciones no les será propicio hacerles entender esa necesidad.
—¡Peor para ellos! asumo toda la responsabilidad de su rango capitán, pero aquí en tierra soy la autoridad, he recibido órdenes, ahora bien, tengo a bien solicitarle si considera darme una orden por escrito y atiendo que su rango por encima de un servidor sirva de contraindicación, que para ello deseo así fuere.
—Deme papel y traiga al escribano.
En una acción poco vista en La Isabela, el capitán de navío rango superior al de puerto deja clara la indicación y los repitas para evitar el juicio mayoritario en su persona, por la vía de las ordenanzas de mar.
Los alguaciles de las ciudades que acompaña el espacio geográfico de La Isabela ya tenían carretas, menesteres de recuperación de los jesuitas, ropa limpia, agua para baño y consumo, así como plantas medicinales para la ocasión, en más de cientos se contaban las ayudas, atenciones, los religiosos eran en fama posible de llegar a aquel lugar —el primero en fundarse en estas regiones y con un sentido cristiano a más no disminuir— por esto, los lugareños aprovecharon la ocasión para escuchar menesteres de los viajantes.
Cercanos y con solo tres ocasiones para pernoctar, además de los arrieros que se lograron en colocarlos en lugares dignos y fuera de peligro de su salud, reconocieron en los religiosos la ocasión al tacto de lograr hacerse de una orientación en lo ecuménico y doctrinal, sino en aquellos beneficios negados a la población y que se retiene en dejarles ir, pero que se quedaran sus ideas y plantas.
La fama de los jesuitas resonaba en todos los territorios anexos.
«… que sea de cierto que el don de lograr separarnos de nuestros espacios de comunidad sea también el tiempo de lograr sabernos peregrinos de estas tierras, de este paso, la penumbra de la ignorancia es la base de la ocasión de saberse amados por Jesús, no por lo que se deja de saber, en todo caso esto sería un pecado, sino el de saberse amados por Jesús en lo que se sabe hacer, en lo que se sabe decir y en lo que se sabe actuar, la acción de mayor arraigo en el corazón de las personas es su valentía de hacerse de conocimiento para tomar las decisiones en favor de la igualdad, el respeto y los valores de lo humano, lo cercano y de la alegría de convivir…»
El centro de la plaza era el lugar asignado para esta velada, por aquello de que no se les permitió pernoctar en espacios de otros religiosos —aunque ellos en sí los acompañan, tanto dominicos como franciscanos— aquella tertulia literaria mostraba el carisma de los jesuitas, prontos al discurso y cercanos a los pobladores.
En ello se encontraban cuando les avisa el comisariado que el jesuita Leoncio de Alvires había fallecido de males intestinales y falta de apetito, con apenas veintiún años.
Toda la plaza guardó silencio.
Colegio de San Ignacio de Loyola, 3 de julio de 1867, Querétaro.
El primer contingente de soldados de la corona que ingresaron a los espacios del conjunto arquitectónico del Colegio Jesuita en la ciudad entraba aún con asombro de saberse que era la primera vez que lo hacían, las ordenanzas de expulsión daban poco clara la salida de los religiosos, pero los huecos en la orden de lograr hacerse del bien raíz complicaba al alguacil en la ejecución de lo aplicado.
El acceso por el patio de lustre principal —aquel anexo al templo— enardecía de limpieza y decoro de sus verdes y cuidados pastos, una cascada natural del antiguo cerro reluce por el acceso al patio de los civiles —un simple pasadizo que fue tapiado— lleva cristalina agua hacia un pozo que deja oportunidad de probarle.
Las habitaciones de los religiosos están continuas una de otra, en el segundo nivel unas escaleras reales dan cabida al antiguo ejercicio de subir por la derecha y bajar por el lado izquierdo —ruta diseñada por el jesuita Schenherr en su código de andanza y comunidad de la Compañía de Jesús— así como el de no saberse que de dormitorio a dormitorio no se debe regresar, sino se dará toda la vuelta, esto por respeto a los hermanos que aún duermen.
Dentro de una simple habitación está el repositorio, el baúl y el reclinatorio, no habiendo nada más, cada uno de los baúles tienen una cerradura y las llaves están en orden afuera de cada uno de los dormitorios.
Así que fue sencillo que el escriba diera razón al contenido de cada uno de ellos:
«…ropajes de diario y labor, un libro de lectura con varios que acompañan a las razones y ordenanzas de la Compañía, lentes cristalinos (no se sabe el uso) algunas herramientas personales como peines y frazadas para el frío, en la habitación III-V encontramos dibujos de los religiosos correspondientes a pasajes bíblicos, en específico a lo relativo a la natividad…»
Uno de los capitanes que acompañaban a los escribas y encargados del registro y auscultación tenía un documento que le remitía a los pisos bajos y cercanos al cerro de la parte posterior, en la situación de las paredes norte…
«… que de seguirse así al tanto desde el cerro contiguo podemos observar una entrada que diera a un gran jardín y frutales, ahí están ocasionadas las carretas que de seguro tendrán vestigio de chocolate y cercano deberá existir una círculo de cantera con dos orificios, levantadle, le llevará hacia una escalinata que bajará un desnivel más, cuidado de no alejarse por el peligro de extravío, los pasadizos que construyeron los antiguos en esta ciudad dan hacia lo impensable y lejano, he visto cadáveres de similares que seguro se extraviaran en su caminar… al paso inmediato de bajada encontrarán el resquicio para los salones y contiguo baúles con el interior catalogado en oro y monedas…»
A voz de orden:
—Que se dirigen los más hacia los patios de la casa civil y que el convento lo ausculten los dragones, que un puñado me acompañe a los patios de la parte norte… ¡que de ahí no se muevan!
A las indicaciones del capitán el encargado del ayuntamiento estaba recién enterado de dicha acción, debido a que las fiestas de la ciudad se dejaban en cercanía.
Al ingresar con los síndicos les fue negado el acceso al conjunto jesuita, con la indicación que las ordenanzas vienen directas desde la casa real, a lo que argumentaban que se les debió de avisar para acompañar el acto con el protocolo de los reales del ayuntamiento y sanciones del cuidado de casas reales.
—No damos vista a los municipales de la región por sencilla razón de no contar con jurisdicción en tal orden.
—Se me debió avisar de todos modos, soy el responsable de la ciudad y en ello va mi cuidado de lo hecho y sucedido.
—Lo siento no hay de toda forma atención a su persona, tanto y lo municipal no le corresponde la expulsión, es una orden y solo la cumplimos bajo el requisito desde el inicial.
—En ello lo verán… ¡lo verán!— se alejó dando señas a un grupo de personas cercanas.
Después de un rato —pegados a la mañana mediana— un tumulto de personas acompañados por los franciscanos daba pie de comenzar una trifulca a las afueras del templo anexo al conteo de los restos de la expulsión de los jesuitas, en sí, alegaban propicio respeto a la indicación del bien raíz y anexos de sus haciendas, debido a que era una orden de expulsión que seguramente el Papa tiraría y dejaría regresar a los religiosos.
Dentro del zafarrancho el Fraile Santos de Nuestra Señora era el que increpaba dentro de empujes y escupitajos de la gente a los oficiales de la corona, mostrando un documento de resguardo de la orden jesuita a los franciscanos ¡se vinieron los golpes! la gente defendía a los religiosos, pero los oficiales de la corona eran aguerridos y devolvían los golpes.
Porrazos y empujones daba ya a más de una decena de vecinos de las calles, los barrios, aquello escaló de nivel, la gente trataba de entrar al conjunto para lograr proteger los bienes de la Compañía, el escriba principal Bachiller Esquivel fue el primero en ser sacado por las graves heridas de la chusma a su persona, piezas dentales tumbadas, un ojo lacerado y un brazo torcido, así como la imposibilidad de hacerlo de salir de propio pie, dieron la mecha de los dragones de la reina que de improviso contraatacaron por la espalda de la población con un nuevo destacamento.
Los lanceros dieron a palos con los disidentes sin encajar jamás sus “esternum” en la gente, pero los palos estuvieron al día, chichones y quebrados del rostro dieron a más el encuentro, ya se contaban por bandos heridos y sacados hacia el templo anexo, a lo que las personas que escuchaban el medio día, también se unieron al zafarrancho.
El Capitán, quien ya había distinguido el lugar de la zona que le explicaba la carta para ingresar a la zona del oro —o que sospechaban ahí estuviera— tuvo que abandonar el asunto y dirigirse hacia el encuentro.
Lo que pareció un simple acto de toma del conjunto conventual y arquitectónico del Colegio Jesuita de Querétaro, por parte de los oficiales —que de sí se consideraba de rutina—se desenvolvió en un verdadero encuentro de afrentas ancestrales, odios, egos y desatenciones que dieron como resultado varios detenidos.
Veintidós personas con pérdidas de piezas dentales, once quebrados de cabeza, dieciséis con contusiones que ponen en peligro su vida, más de una decena de dragones que aún no despiertan en razón, así como más de cuarenta y ocho detenidos en las mazmorras del ayuntamiento por haberse metido al conjunto conventual para saquearlo.
El enfrentamiento duró de las once de día temprano al atardecer pegado al sereno.
Doy Fe, Escriba Esquivel 6 de julio de 1867.
Rúbrica.