LA APUESTA DE ECALA
La traición de Cortés
La hermosa mujer de casta española, ojos negros y piel de brillo, aún sentía como el hilo de sangré fría recorría su vientre, un temblor en su mano izquierda le daba la señal inequívoca… ¡estaba perdiendo la vida!
—Pero ¿qué pasa?
—Lo siento— dijo pasiva la hermosa indígena de piel de corteza, quien le había cortado la garganta.
En el poco tiempo que estuvo Catalina Suárez Marcayda cerca de su esposo Cortés, fue el suficiente para que el capitán haya encontrado en ella ¡un estorbo!, más que un acompañamiento.
El capitán Hernán llevaba, con tiempo suficiente, para establecer que el gusto y sentido de su estadía en estas tierras, se regocijaba en el encuentro con las nativas, que, en atención, llevaba ya varios encuentros gráciles con tan excelsas mujeres.
El aroma de la piel de las mujeres de estas tierras, estaban lleno de un extremo sentido de higiene, de saberse agraciadas con el brillo de la luna entre sus pliegues ¡no tenían vello en su cuerpo! y la candidez de sus miradas le hacían evocar sus nóveles días en la India.
¡son el elixir del tributo de estas tierras! ¡el epítome de la creación desconocida!
La llegada de la esposa de Hernán Cortés a la Nueva España, allá por 1522, no era por la simple presencia —en contrario a lo convenido en las epístolas— Catalina llegó con toda su parentela, una estirpe que buscaba las riquezas de las nuevas tierras, y sintiendo la cercanía al capitán, consideró pertinente el encontrar consuelo haciéndose acompañar por toda su familia.
¡previo registro en las escalinatas de la catedral de Sevilla!
Así, en el encuentro romántico y anhelado por la mujer de saberse amada y atenta por su esposo, de inmediato cae en la incertidumbre, de que el capitán Cortés ¡le daba un trato despectivo y nada amoroso en su reencuentro!
El capitán la recibió en la entrada del edificio que recién había construido —aquel de grandes balcones y fachada de tezontle— y de inmediato asignó a una serie de su personal de servidumbre, para que le acercaran sus habitaciones, que le indicaran en donde quedaría su familia, y que de inmediato se dieran las instrucciones de las labores que haría ella ¡menos que un ama de llaves!
A saberse en su condición Catalina buscó pronta hacerse de una mujer confidencial, de alguna nativa que le fuera explicando la lengua, los usos y las costumbres, así como la historia de aquel pueblo que se veía en ruinas — no demasiadas—porque aún se veían levantamientos en algunos barrios y la sumisión de la que hablaba su esposo de algunos guerreros importantes, no eran del todo en la calma dicha.
¡se hizo de los servicios de una hermosa joven de simples trece años!
Estando en la monumental cocina, llevada en hermosa túnica blanca de un puro inmenso y con una marca debajo de sus labios, la joven mujer apenas formaba su cuerpo con gráciles curvas y sencillos pechos, así que Catalina suponía la candidez de su edad.
—¿cuántos años tienes niña?
—mahtlactli-om-ëyi — respondió cantando.
—¿ese es tu nombre?
— mahtlactli-om-ëyi
Para no complicarse más, Catalina la llamó Macaria.
Macaria de inmediato se distinguió de sus demás compañeras de la casa del Capitán, se hacía de aprender pronto la lengua de su señora, y atinadamente caminaba dentro de un rango de saberse atraída por Catalina, quien le daba lecciones del lenguaje y determinaba su aprendizaje, haciéndole repetir varias frases para que, en pronto, tuvieran oportunidad de realizar una plática.
Al paso de unos simples meses —y ante la necesidad de comunicarse pronto— Macaria sabía a bien el español y servía de intérprete de la señora Catalina, quien ya le había considerado su amiga, su confidente.
¡la necesidad es la madre de todos los avances!
Cuando salían a caminar a lo largo de las nuevas calles que se construían, a un paso casi inmediato, la esposa del Capitán preguntaba todo —¿cómo se dice esto? — mientras tomaba una flor que se encontraran al pasar —¡xóchitl! — respondía la joven hermosa de gráciles curvas.
La amistad entre ellas se afianzaba con el tiempo, y el capitán Cortés tenía a pronto, bajo sospecha, de que una nativa no le sería en nada halagador para sus constantes conquistas y revuelos con mujeres de estas tierras.
Podía llegar a oídos de su esposa por vía de Macaria ¡eso sería grave!
Con la llegada de la esposa del capitán Hernán Cortés, también le acompañó un joven que, durante algunos años, fue la mano derecha de Cortés: Diego Soto.
Un joven pobre, avecindado de la casa de Cortés en la Extremadura, en específico de Cáceres, el mancebo en sus años era famoso por su esfuerzo y tenacidad que ponía a las cosas, en las que más, acerca de mantener la sana administración de las tenedurías de los libros, así como el manejo de las personas.
El joven Diego, estaba altamente relacionado con los nativos —debido que desde La Española ya entendía varias lenguas— así que, de tono fácil, entablaba diálogos que le daban perspectiva de lo que se avecinaba.
Los nativos tenían dos grandes obras que concluir, de la mano de los arquitectos que hacía llegar desde España el propio Cortés, terminar la obra majestuosa del palacio de tezontle, y de frente, hacer un edifico de torreones y grandes entradas.
En lo que fue el palacio del emperador Axayácatl, un florido vergel alto de fuertes verdes y grandes árboles, lo destinó para sus caballerizas, a un ciento de varas de distancia.
Allí levantó una estructura campirana con estilos europeos y los llenó de grandes huertas, de los frutos recién llegados de España: peras, granadas, membrillos, hizo su hurrta personal.
El paso de los meses Catalina logró hacerse de la amistad profunda de la familia de Macaria, misma doncella que ya relucía sus ojos negros como el jaguar marrón de las tierras e los mayas, y que abien de senitrse cuidada y atendida, comenzó a esarrollar mejoras en sus actividades.
Aún no se distingue que Catalina haya sabido o no de los amoríos de Cortés con las nativas, pero ya de buena fuente le llegaban sus aventuras, mismas que imaginaba sometidas a su señorío, en vez de considerar a estas mujeres bajas en sus formas, debido a que Macaria le daba razón de la pureza y viveza de la virginalidad de su casta.
—¡dime mi señora de piel de nacar! — insinuaba la joven de compañía —¡te noto distraída mi señora!
—solo estoy viendo el caminar el agua!
—¡pero enjuagas tus ojos!
—¡es por la luz que me lastima!
La fiesta estaba dispuesta con el único fin de lograr que Cortés tuviera la oportunidad de hacer celebrar, su ya nuevo palacio y darlo a conocer a la familias que ya sentaban sus reales en la Nueva España.
Exquisitos banquetes, viandas, frutas, dulces y un sabor distintivo de manjares, eran la visión primera de quien entraba en la sala de recintos, del palacio de tezontle —único en la ciudad nueva— el aroma de los guisos endulzaban el hambre y la imaginación.
¡nuevos sabores y colores!
Las flores que adornaban la reunión, expiden sus aromas, que entrelazados con el sudor y los perfumes de los asistentes, enloquecían a quien estuviera dentro de aquella nube de sensaciones y estremecidos vestidos.
¡que de verdad estaban en una vorágine previa a la locura¡ ¡unos juntos a otras¡¡ellas sentían la virilidad de los invitados¡ ¡ellos la liviandad!
¡solo Catalina no sentía deseo alguno! —su mente rondaba en los caprichos de su capitán, que relucía en abandono a su supuesta amada—.
Por estraña noche que pasaba bajo los rayos de los aromas, Catalina fue seducida esta ocasión por su propio capitán… ¡a sorpresa de ella!
…¡era su Hernán Cortés! ¡su gallardo capitán que tanto deseaba!
¡es Hernán ahora quien le sigue! ¡le acosa y le insinúa¡
—¡vamos a vuestra alcoba!
—¡oh Hernán que osado!
Le dio la mano, le tomó por la cintura y estremeció su cuerpo con el de él, se juntaron como aquellos años en Extremadura… ¡cuando jóvenes! el tiempo era eterno para verse y corto para separarse.
¡la cautivó!
Caminaron juntos hacia el tálamo, ella sonrojada por sus penares, él brioso y gallardo… atento y agresivo a la vez… ¡enloquecido!
Cuando estuvieron los dos desnudos y a su propio tiempo y forma ¡ella se perdió en la entrega!
La hermosa mujer de casta española, ojos negros y piel de brillo, aún sentía como el hilo de sangré fría recorría su vientre, un temblor en su mano izquierda le daba la señal inequívoca…
¡estaba perdiendo la vida!
—Pero ¿qué pasa?
—Lo siento— dijo pasiva la hermosa indígena Macaria
La joven mujer indígena apenas formaba su cuerpo con gráciles curvas y sencillos pechos, era quien le cortaba la garganta a su señora Catalina, enviada por el capitán Cortés para ello…
FIN