LA APUESTA DE ECALA
Los romanos en tiempo largo
Pablo nació en Tarso, ciudad considerada de la cultura grecoromana.
Siendo judío en la ciudad de Tarso, era como andar a escondidas, como tratando de evadir que lo reconocieran, debió pasarlas mal de niño, porque eran de los más maltratados, todos aquellos que no fueran romanos de casta.
Los romanos en tiempo largo, consideraban a la cultura hebraica como brujería y charlatanería.
Pablo de adolescente observó el rechazo y esto le solidificó su fe, sus creencias en un solo Dios verdadero.
Cuando ingresa a estudiar fue de los más avanzados, filósofos de aquellos que escribían sobre tablas, le tenían considerado como de los mejores pupilos.
Más bien bajo de estatura, con secuelas de una posible poliomielitis, cojeaba al caminar y era de huesos grandes.
La burla constante hacia su físico, el ser considerado un hebreo, que vivía separado en pequeñas islas o guetos, hasta brujo y mitómano, constantemente acusado de ello.
Duro entre los duros, Saulo tenía la gran ventaja de ser poeta y un estudioso de las leyes. Parte a Jerusalén, a tener estudios profundos de su fe.
En donde el Maestro Malaquías, le enseñó del Dios poderoso, supo más de él y su pueblo, en donde por encima de la media, se esforzó por tener los conocimientos y la fe de la llegada del nuevo mesías, que su pueblo esperaba con esperanza para librarlos del yugo del opresor.
Siendo Saulo ya un letrado conocedor y fehaciente convencido de su fe, escuchó de la herejía de un crucificado, que se alzaba por toda la región, auto señalándose como el salvador… ¡eso le enojaba demasiado!
Aún recordaba Saulo cuando lapidaron a aquél otro infiel que se autodenominaba el mesías esperado, él mismo Saulo infringió el castigo, producto de la ley de Moisés.
Saulo furioso salió el encuentro de aquellos seguidores, aquellos que violentaban la ley, aquellos que decían era el Mesías, iba fúrico al encuentro con ellos cuando…
Todos se pusieron de acuerdo, una gavilla de judíos dispuestos a todo, para desestabilizar a estos nuevos seguidores del crucificado, piedras y palos, espadas, escudos, escritos donde sustentaban lo que expresaban, la mayoría enérgicamente enojados, grito y consignas en contra de ellos.
Ya tenían tiempo de haber solicitado al Sanedrín el permiso para lapidar a estos herejes.
¡Por la pureza de las tradiciones! – Gritaban embravecidos, -el mismo Saulo los animaba-
Al ir avanzando, reclutaron más de ellos, judíos bravos dispuestos a terminar con los seguidores del crucificado, enardecidos por la herejía que violentaban sus bases más ancestrales.
¡Comandadnos por Saulo!
Se trasladaban camino a Damasco, en donde se encontraban la mayoría de ellos, los herejes del crucificado; resonando los caballos, duros hombres de fe, llevaban ya varios días andando.
“Y sucedió que, al llegar cerca de Damasco, de súbito le cercó una luz fulgurante venida del cielo, y cayendo por tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dijo:
¿Quién eres, Señor?
Y él:
Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
Pero levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer.
Y los hombres que le acompañaban se habían detenido, mudos de espanto, oyendo la voz, pero sin ver a nadie.
Se levantó Saulo del suelo y, abiertos los ojos, nada veía.
Y llevándole de la mano lo introdujeron en Damasco, y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (Act. 9, 3-9).
Saulo en su mudez, lloraba profundamente, dejó plasmado su sabiduría de aquél hecho el propio Lucas, quien narra el preciso instante de la luz de Cristo.
Y al paso de la narración.
¿Cuál ciegos estamos ante la presencia de Cristo? ¿Por qué ahora somos perseguidores de Cristo?
¿Qué acaso, al ir juntos con otros más, tratamos de hacer ver que Cristo es el incorrecto y las conductas que nos alejan de él, las correctas?
¿Qué esperas amigo peregrino tumbado en la cama en tu recuperación para alzar a viva voz:
Quién eres, Señor?
Y él te responderá: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer.
¿Qué milagro en nuestro camino a Damasco necesitamos para voltear a ver al crucificado?
La vida común, la de todas horas, nos enfrenta a retos importantes, unos más otros menos, pero todos nos llevan a caminar, unos aprisa otros lentamente.
El trajín del trabajo -sencillo y santo de carpintería-, o de algún oficio más, complejo para aquellos que toman decisiones que inciden a miles o cientos de miles más, y aquellos de quienes prestan un servicio, nos hacen olvidarnos – en algunas veces- que caminamos con el crucificado a nuestro lado.
Y tal vez, en pocas ocasiones espero, realmente perseguimos a los que aman al crucificado: criticándolos, diciendo que pierden el tiempo, que no deberían de participar en las cuestiones de los gobiernos, que son unos mochos, que atentan contra los niños y niñas… etc.
¡Dura caída del caballo!
Pero al seguir ciegos, al caminar en la oscuridad, debemos resurgir, hincarnos y besar los pies del crucificado ¿Cómo?
¡Conociéndolo!
Estando cercano de las actividades que hacen quienes siguen al crucificado, en los colegios, en las parroquias, en las Universidades, en los centros catequistas, casas hogar y asilos…
El pasado 25 de Enero nuestra Santa Iglesia Católica celebra la conversión de Pablo de Tarso.
Un perseguidor de los crucificados, que vio a Cristo, creyó en él y fue y es, quien sufrió toda una vida de calamidades, mares embravecidos, prisión y enfermedad, azotes, por demostrarnos y aleccionarnos a todos nosotros, como Maestro que fue:
Que por Cristo vale la pena un cambio tan radical, tan del otro lado, tan lleno de pureza y fervor.
Dejemos la ceguera, y no esperemos que nos caigamos del caballo, porque luego de esas caídas, algunos, ya no se podrán levantar… ¡jamás!
Luego entonces amigo lector, no nos quejemos del México que estamos viviendo, porque en ello nos quede claro: ¡Tenemos el País que queremos!.?Esa es mi apuesta, ¡y la de Usted?…
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