CONCIENCIA PÚBLICA
No tiene que ver solamente con la edad el que exista una barrera generacional en sociedades en construcción como la nuestra, sino en la manera de procesar y comprender el pensamiento y las actitudes de los jóvenes y los mayores.
Con la llegada al poder de Carlos Salinas de Gortari, México dio un salto generacional que desplazó a una clase política hecha en el pragmatismo y el conocimiento de una sociedad que había sido predominantemente rural y que se tornaba más urbana e industrializada, para dar paso a una camada de políticos jóvenes, con estudios en universidades extranjeras, calificados entonces como tecnócratas, que desplazaron a la clase política, donde brillaban varios que hoy integran el gabinete presidencial, o colaboran directamente en los primeros niveles.
A diferencia de las condiciones actuales, esa brecha no se abrió por la vía electoral, sino por la lectura del cambio social hecha por la clase gobernante, en un escenario donde el problema económico era determinante y necesario encauzar la economía en el escenario mundial. La recuperación económica se dio pero no sin costos ni uniformemente, la desigualdad existente en el México posrevolucionario, dio paso a otros tipos de desigualdad, y los niveles de ingreso determinaron una nueva composición social.
El Siglo XXI hizo más evidente la desigualdad, sin embargo, no fue ella la que indujo la vuelta generacional que estamos experimentando, sino la exigencia de la sociedad para que se resolvieran problemas tangenciales a la economía, como la inseguridad, la impunidad, la corrupción y el alejamiento de la autoridad con la sociedad y su demanda de justicia.
Lo irónico, peculiar y hasta paradójico es, que pareciera que el salto generacional fue dado en retroceso, a juzgar por la edad de los gobernantes y por la recuperación de las políticas asistencialistas y con mayor presencia del estado en la rectoría económica, propias de los años setenta y ochenta. Es paradójico, porque quien puso en el poder a esta generación, desplazada en los años noventa, fueron los jóvenes. En la elección del 2018, los jóvenes entre 18 y 29 años que votaron, el 46.5 % lo hizo por López Obrador, así como el 45.9 de los votantes entre 30 y 49 años. (Mitofsky Encuestas de Salida).
Debe preocupar o llevar cuando menos a reflexionar que, según encuesta publicada por El Financiero el día 20 de junio el respaldo mayoritario con el que inició esta administración se haya polarizado y que ahora, solo un 37 por ciento apoye la transformación que enuncia este gobierno y otro tanto igual la rechace, mientras un 25 se muestra neutro. La encuesta no muestra las razones del rechazo, pero debiera inquietar al régimen, que este desacuerdo con la transformación se manifieste mayoritariamente en segmentos que apoyaron; según la encuesta referida los jóvenes entre 18 y 29 años, el 46% está en contra y solo el 31 a favor de la transformación, mientras que los que tienen entre 30 y 49 años el 39 está a favor y el 37 en contra, solo los adultos de 50 y más otorgan un 42% de apoyo.
Estos números muestran, además de la polarización que ha provocado, que hay una mala lectura de la intención del votante al ponerlos en el gobierno, y que están haciendo su propia interpretación para llevar a cabo acciones y proyectos que apuntan más a un revanchismo ideológico que a un diseño de futuro. La generación de 60 y más, acompañada de algunos discípulos, toma revancha de la generación que los desplazó e impone una visión dicotómica de país que responde más a su delirio de equipararse a momentos decisivos de la historia, que a la realidad social donde conservadores y liberales son anacronismos demagógicos.
Entonces, ¿Para que la 4T? ¿Para dirimir disputas generacionales y perpetrar una revancha ideológica clasista? ¿Para involucrar a la sociedad en una pugna artificial e inexistente entre liberales y conservadores, pobres y ricos, mientras las demandas reales del electorado siguen sin atenderse? La lucha anticorrupción solo existe en el discurso, la inseguridad crece, la economía retrocede y la justicia aplica solo a los divergentes.
Es evidente que la carga ideológica que se está imprimiendo a la 4T no es compartida ni por los jóvenes ni por los que tienen más escolaridad, así lo muestran los estudios, y no es porque no sean nacionalistas o sean conservadores y “fifís”, sino porque tienen conceptos diferentes de cómo quieren que sea su país. La visión gubernamental está polarizando a la sociedad imponiendo un modelo que media nación no comparte y que está cancelando las opciones reales de desarrollo para una juventud que no puede resignarse a vivir del asistencialismo.
El salto generacional inadvertidamente fue hacia atrás y la sociedad lo está notando, lo grave es, que esta generación revanchista, imponga su visión con artificiales mayorías conseguidas con el uso del poder, tal como en sus tiempos, cuando Mario Vargas Llosa nos calificó como la dictadura perfecta.