El teatro es libro clásico cuando hay director, actores y dramaturgia. Bertolt Brecht escribió para que la historia de la realidad de hoy se convierta en existencia consciente, fuera de lo estúpido. Madre coraje y sus hijos, por ejemplo, es un martillazo a las guerras del hombre, toma y daca de las religiones y el poder; una mujer sobrenatural para preservar su identidad de género en medio de desgracias. Brecht vislumbró el futuro, del XX al XXI.
Luis de Tavira es un viejo lobo de escena. Conocedor del espíritu brechtiano. Visionario que se ha quedado sin actores e inventa un montaje con música, ruidos, una caja escenográfica donde los pies de los soldados anuncian la tragedia de Madre Coraje. Síntesis y destreza para dirigir actores y actrices que vienen de Ciudad Juárez para mostrar en Ciudad de México las atrocidades deshumanas. Épica donde el clamor de gesto, tono y ritmo interpretativo importan poco: basta sentir el palpitar de almas en pena para entender el fracaso humano.
En qué triste soledad dejó Tavira la Compañía Nacional de Teatro: no ha levantado una escenificación digna de sus actores y actrices. En qué alegre ausencia Tavira levanta el vuelo alejado de instancias oficiales y patrocinado por un banco para que Madre coraje y sus hijos tenga temporada en el Helénico. Una pequeña orquesta en vivo es la heroína de la hazaña, al servicio de comediantes que se desgañitan y entregan todo en escena para hacernos sentir los sinsentidos de políticos corruptos, sacerdotes vendidos, apátridas incapaces de pensar un territorio nacional.
La caja negra del escenario es una boca que nos devora visualmente. Escenografía de escasos recursos con sabor a carpa para que la representación busque en provincias el eco de la conciencia. ¿El teatro tendrá hoy la capacidad de las gestas dionisiacas? ¿Ya no existe posibilidad de que un lenguaje antiguo venga a decirnos la verdad que otros callan? Luis de Tavira se quedó solo, igual que su maestro, Héctor Mendoza. Ya no son indispensables. De la cúspide a la caída. Tavira, el último sobreviviente de un arte que desfallece.
Hay que ir a ver la obra. Un esfuerzo descomunal de teatreros por reivindicar un arte, lejos de la mano de Dios.