A mediados de agosto el mundo se escandalizó porque los talibanes regresaron al poder en Afganistán (o como diría Ricardo Monreal, Apatzingán).
México, precursor en estas cosas, ya había iniciado un periodo talibán en el gobierno: Martí Batres fue designado el quince de julio secretario de Gobierno de la ciudad de México, y ayer exhibió, con la fuerza de la macana, la profundidad de sus métodos políticos.
A los alcaldes opositores a la Cuarta Trasformación, quienes acudieron al congreso urbano a demandar trato justo y conservación de facultades y presupuestos, les echó encima la caballería (es un decir) para mantener viva la memoria de Mauricio Toledo cuando desbarataba mítines a sillazos.
Obviamente los alcaldes no tendrán trato justo, obviamente les van a mutilar los presupuestos, obviamente los van a cercar y a acosar; es evidente el hostigamiento, el bloqueo, el sabotaje.
De alguna manera los harán pagar (y con ellos a los ciudadanos de las alcaldías bajo su administración), la osadía de haberle tumbado media ciudad al presidente y a su “delfina” (no la maestra de Texcoco), Claudia Sheinbaum.
Si “Delfín” era el heredero de los monarcas absolutos en tiempo de los reyes de Francia, CSP es la actual delfina. Por cierto, en la mitología la dragona, hija de Hera y custodia del oráculo de Delfos, es una criatura mitad mujer y mitad serpiente.
Pero dejemos esas digresiones mitológicas. No vienen al caso.
Después del encontronazo, en ejercicio de obviedad, Martí Batres, con voz falsamente contrita y dolida por los hechos ocurridos en la zacapela contra los alcaldes, salió a decir mentiras, como siempre a través de cuanto micrófono halló disponible.
–El gobierno de la ciudad no acepta estas imputaciones de violencia; nosotros siempre hemos estado abiertos al diálogo, nosotros somos demócratas, justos, gobernamos con y para todas las fuerzas políticas y bla, bla, bla.
Lía Limón, alcaldesa de Álvaro Obregón (con quien Claudia Sheinbaum mantiene una antigua rencilla personal, por razones cuya naturaleza ahora me reservo), cortada de la cara por el filo de un escudo de granadero, también es una expresión del diálogo, no de la violencia.
No fueron los policías, fue ella quien se rascó un granito en la nariz. Ella sola se infligió ese daño para ofender a la Cuarta Transformación.
Cuando CRONICA inició hace varias semanas, una serie de entrevistas con los alcaldes vencedores en las recientes elecciones, se les preguntó (Saldaña, Tabe, Cuevas, Ruvalcaba, etc) si podían confiar en el diálogo y la civilidad con Morena cuando la primera movida en el tablero, para darles la “bienvenida”, fue ponerles enfrente a Martí Batres.
–¿Se puede dialogar con él?
Todos dijeron lo mismo, confiamos en la institucionalidad del gobierno.
Si, Chucha, cómo no. Ahí está su confianza.
No tendrán nunca trato justo.
Morena les cambiará todo en el congreso, limitarán sus presupuestos y les impedirán la operación de las policías de proximidad, entre otras cosas.
Y cuando sea necesario, les van a cortar el agua.
Pero si quisieran elevar el tono de sus quejas y aun de sus protestas, los van a meter en callejón de le Macan esquina con el boulevard de la Picana y les repetirán lo de ayer. Ese es el verdadero lenguaje de Morena. Así llegaron al poder, como ahora los de la CNTE en Chiapas. Es la misma estrategia.
Los nuevos tiempos van más allá de colorear los logotipos y símbolos de la administración con el color vino tinto de Morena.
Lom de ayer no fue una excepción ni un operativo (“o-perrativo”) fuera de control, fue una exhibición de fuerza y una advertencia. Se va a repetir cada y cuando sea necesario. Invocarán la presencia de provocadores, culparán a los conservadores, reaccionarios, racistas, clasistas, clase medieros aspiracionistas y enemigos de la patria.
Pero ellos tienen la fuerza, motivo por el cual no necesitan tener la razón. Nunca la han tenido.