Con algo parecido a un timbre de orgullo Alejandro Moreno Cárdenas discutía en el programa de René Delgado –con su acostumbrada vehemencia enrevesada– el sitio indigno de su partido en el escalafón de la intrascendencia política:
No somos la cuarta fuerza política… somos la tercera y te lo demuestro con cifras del INE… debemos defender nuestros seis millones de votos…”
Escuchar ese alegato sobre la diminuta y en los hechos insignificante presencia de un partido cuya obra condujo políticamente la herencia de la Revolución Mexicana, cuyas realidades y mitos construyeron el país del siglo XX, con sus luces y sombras, resultó por lo menos triste. Penoso.
Recordé aquella frase de Luis L. León; primer presidente del Partido Nacional Revolucionario, dicha muchos años después de la fundación del partido:
“…La Revolución es un movimiento en marcha y mientras cumpla con su programa y vaya mejorando las condiciones del pueblo, nada la podrá detener…”
¿Cuál era ese programa?
Muy simple: establecer en México la democracia con justicia social, propósitos parcialmente logrados y sobre cuyas deficiencias se estableció el sistema asistencial populista de la Revolución Democrática y su incontenible evolución en Morena, cuya longevidad corre en sentido proporcional a la fugacidad de sus adversarios, hoy derrotados, disminuidos, confundidos, perturbados y cada vez más inocuos y vacíos.
Hoy la pregunta de muchas personas tiene la misma respuesta en todos los casos. La oposición en México no existe. Las oposiciones tampoco.
La alianza del titubeante nombre cuya cursilería final fueron la fuerza y el corazón por México, sólo exhibió su debilidad y murió de un infarto fulminante. Cuando Moreno dice hablar en nombre de sus seis millones de votos, la carcajada de los 35 millones de votantes de Morena se escucha hasta la Patagonia.
Y el caso de Acción Nacional, con la mediocridad enquistada en el grupo de Jorge Romero, Ricardo Anaya y Marko (con k) Cortés no queda nada más sino prolongar la hilaridad hasta el infinito.
Enanos rijosos ambos partidos. Si las posiciones electorales y la obra de organización territorial necesarias para una verdadera competencia hubieran sido emprendidas con la misma enjundia, ansia y vigor de los pleitos internos, quizá otro gallo habría cantado.
Lo más notable del panismo actual fue la regañíos de Cortés a Xóchitl por la felicitación a Claudia Sheinbaum después de la paliza. Si bien esa llamada pudo haber esperado (en seguimiento del modelo de Andrés Manuel con Biden), hasta la declaratoria del Tribunal, resulta absurdo el regaño del presidente de un partido a una señora cuya Candidatura ellos mismos sabotearon con una dirigencia incompetente desde un principio.
Mientras tanto en la casa de la victoria, Morena, se aprestan al cambio de dirigencia. Obviamente iba a ser una mujer. Mario Delgado, en un desayuno había adelantado la condición femenina de su relevo. O Citlali o Luisa, me dijo.
Citlali se hizo a un lado. Y la señorita Alcalde, se suelta de la lengua en el mismo tono acostumbrado a lo largo de su corta vida. Recita de pe a pa el dogma de Morena; la veneración por Andrés Manuel y el orgullo de estar junto a Claudia. Colorín colorado.
Los partidos hoy son un fracaso. Pensemos en el pasado:
“(Luis L. León) “…El general Calles había madurado mucho este asunto y lo había estudiado detenidamente. En ese informe hizo un análisis de la situación política, afirmó que la revolución estaba desorganizada políticamente, que sólo se improvisaban partidos alrededor de las candidaturas, para desaparecer después de las elecciones, o los que se conservaban eran como cacicazgos regionales de los jefes militares o de los jefes de los políticos en determinadas regiones…Sostuvo que hasta entonces nos había salvado de esas situaciones el hombre, el caudillo, alrededor del cual se agrupaban los revolucionarios, se sometían y se disciplinaban aun los más rebeldes, pero que faltandonos el caudillo, como ahora nos faltaba el general Obregón, teníamos que recurrir a la organización política y que aprovecháramos la oportunidad, aunque era más duro el camino…”