Esto no es una acusación.
Ni siquiera un texto de análisis político. Es una expresión cercana a la literatura.
El diseño de un personaje. Un hombre –en este caso Marcelo Ebrard– a quien la muerte sigue y marca en las etapas de su vida pública.
Dos muertos en Tláhuac. Un linchamiento al cual no pudo ni siquiera llegar para impedirlo. Ni personalmente, ni por medio de alguno de sus 60 mil policías. Y todo frente al abierto ojo de la televisión y en público (como por definición “ajusticia” la turbamulta).
Sobre ese caso (2004) el ex ombudsman de la ciudad de México, Luis de la Barreda, escribió.
“…Lo más indignante no fue el linchamiento, a pesar de toda su crueldad y su miseria infrahumana, sino que no se hizo nada por salvar a los agentes. Cualesquiera que hayan sido los motivos de la inacción, lo cierto es que el absoluto desprecio por la vida humana pesó más que el sentido del deber.
“A sólo 20 minutos se encontraba el Agrupamiento Fuerza de Tarea de la Secretaría de Seguridad Pública de la hoy Ciudad de México con 100 policías que se quedaron allí. También estaban cerca los sectores Zapotitla, Mixquic, Milpa Alta y Tecómitl, y la base de la Policía Ribereña, por lo que se contaba con más de 400 elementos que hubieran podido acudir al rescate.
“El jefe de la policía, Marcelo Ebrard, intentó una justificación que ofendió la inteligencia: no se podía llegar al rescate ¡por “la distancia y la orografía” (sic) del lugar! ¡Pero si los reporteros pudieron llegar en un santiamén!
“La Comisión de Derechos Humanos, de la hoy Ciudad de México, cuando tuve el honor de presidirla, había advertido acerca de la gravedad de que los numerosos linchamientos previos no se persiguieran penalmente, a lo que el jefe de gobierno respondió que había que tener cuidado con el México profundo, que con los usos y costumbres del pueblo más valía no meterse…”
Por su omisión culposa, Marcelo Ebrard fue cesado como jefe policiaco. El actual presidente lo rescató. Por primera vez.
La segunda circunstancia de muerte fue en el año 2008.
El 20 de junio en la delegación Gustavo Madero.Trece adolescentes murieron en una estampida provocada por los policías quienes los enjaularon y bloquearon las puertas con el fin de extorsionarlos por nada. Por hacer una fiesta de fin de cursos.
Marcelo Ebrard cesó a diestra y siniestra. Se tiró en los brazos de una comisión de Derechos Humanos local, dominada y anticlimática y libró el trago. Todo se resolvió repartiendo dinero y creando un “Centro cultural” en el sitio de la tragedia. Todos los altos mandos fueron exonerados, pero la muerte sigue ahí.
Cuando la rueda de la fortuna dio un giro más, Marcelo Ebrard llegó a otro pico en la cordillera de sus ambiciones: convertrrse en el super secretario de un gabinete mediocre e iletrado (él escribe hasta en cirílico cuando recorre Moscú), en el cual brilla con luz intensa. Marcelo todo lo sabe, Marcelo todo lo puede.
La muerte vinculada a sus cargos y sus actos, lo había dejado en paz.
Pero antenoche la parca salió de paseo por la ciudad de México. Visitó la obra pública más polémica de los últimos años, la “Linea dorada”; la “Linea del Bicentenario”, la joya de la corona cuya pésima estructura (obra del señor Slim, huésped presidencial en Palenque), se vino abajo, como si no hubieran sido suficientes las clausuras, reparaciones y ajustes de todo el sistema de trenes.
La estructura sobre la cual se sostienen las vías y corren los vagones y convoyes, se derrumbó con estrépito de desastre. Ahora hay 40 muertos más en la contabilidad de las obras y las acciones de Ebrard.
Con ensayadom estoicismo, el actual secretario de relaciones Exteriores, dijo ayer en la conferencia mañanera con el presidente quien –una vez más– lo protege y cobija: quien nada debe nada temer. Es cierto. Pero quien nada teme no se autioexilia cinco años en París, para esquivar una ivestigación precisamente por esta obra ahora colapsada, viendo pasar el tiempo y acariciando la corona de sus sueños.
Mientras tanto, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum nos ofrece una linda batea: vamos a solicitar una investigación extranjera para determinar las causas de este lamentable accidente. Y pone cara de velorio.
No es necesario, señora. ¿Para qué hacen un peritaje sobre las causas del desastre si todos sabemos por qué ocurren estas cosas: por mal hechas.