Nadie sabe para quién trabaja. Claudio X. González, hijo, se ha convertido en la némesis del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, fue uno de los pistones del motor que contribuyó a revelar la corrupción en el gobierno de Enrique Peña Nieto y a alimentar el discurso contra las raterías públicas, que propició el tsunami electoral en 2018, cuando unos 15 millones de personas que nunca habían votado por López Obrador, le entregaron su respaldo y la Presidencia. Hoy es el pretexto para todo lo malo que enfrenta el gobierno o los tropiezos de López Obrador, otorgándole el presidente un poder que no tiene, y haciendo crecer a un monstruo que manipula eficazmente para adquirir poder, y que sin proponérselo, le regaló una plataforma política que podría convertirlo en legislador en 2024.
La historia de la construcción política de Claudio X. se remonta a 2005, cuando fundó su primera ONG, Mexicanos Primero, con un énfasis en la educación. Quería ser el ideólogo del nuevo modelo educativo, que lo llevó a enfrentarse con la entonces líder magisterial, Elba Esther Gordillo. El vicepresidente de Mexicanos Primero era Alejandro Ramírez, a quien prácticamente su familia regresó de urgencia de Harvard para que se hiciera cargo de Cinépolis, que por razones familiares entraba en crisis. Si en política no hay coincidencias, no sobró que Ramírez fuera muy amigo de Josefina Vázquez Mota, en ese entonces secretaria de Educación y confrontada con la maestra Gordillo.
Desde Mexicanos Primero se cocinó un documental contra Gordillo y el sindicato de maestros, “De panzazo”, que fue presentado en el Festival Internacional de Cine de Morelia, controlado por Ramírez. El documental fue un ataque directo a Gordillo, que lo acusó de querer debilitar la educación pública con fines particulares. La maestra ganó la partida. Se fue primero Vázquez Mota que ella, y Claudio X. perdió esa batalla, pero insistió en ganar la guerra al siguiente sexenio, peleándose en el inicio del gobierno de Peña Nieto con su jefe de Oficina, Aurelio Nuño, al querer imponer su modelo educativo, claramente conservador.
No logró influir en él, ni en el gobierno de Peña Nieto. Entonces buscó otra vía. Claudio X. habló con varios empresarios -cuyos nombres siguen siendo secretos- y recibió financiamiento para que en 2015 fundara Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI). Esta ONG fue construida con cinco brazos. El más visible es el de periodismo de investigación, que apuntala al análisis y denuncia de la corrupción en busca de una rendición de cuentas, que daba pie a que otro de sus brazos, el más efectivo quizás, litigara amparos en tribunales.
MCCI fue un fusil sobre el corazón del gobierno de Peña Nieto. En un conferencia magistral en enero de 2017 en la Universidad Iberoamericana, Claudio X. dijo que de existir un “salón de la infamia” de la corrupción nacional, el entonces presidente, varios de sus colaboradores, gobernadores y exgobernadores, deberían encabezar “el top ten”. Sus palabras se hicieron públicas, luego de que fueron reproducidas en el periódico oficial de la Ibero, que motivó presiones sobre él y más de tres auditorías contra su familia.
En aquél entonces, funcionarios del gobierno peñista decían que sus motivaciones eran mucho más profundas y menos nobles de lo que reflejaban. Claudio X. no era el único de su familia que irritaba en Los Pinos. Su padre, Claudio X. González Laporte, había sido frenado por Nuño al iniciar el sexenio porque quería mangonear en Los Pinos, como había sido su costumbre en el pasado. Las consecuencias, deliberadamente o no, llegaron por la vía de MCCI, y le pasaron una factura muy costosa a Peña Nieto, cuyo gobierno quedó machado como uno podrido por la corrupción y el amiguismo, facilitando la victoria de López Obrador en las elecciones de 2018, cuyo resultado pareció más un voto de castigo que a favor del tabasqueño.
Ni Claudio X, ni los grandes financieros mexicanos de MCCI, se imaginaron que si la relación con Peña Nieto había sido mala, con López Obrador sería peor. Pero la dialéctica de la confrontación con el poder a través de la ONG, le quedó chica a Claudio X., que a mediados de 2020 la dejó para involucrarse abiertamente en la política. En octubre de ese año, junto con el expresidente de la Coparmex, Gustavo de Hoyos, fundó la organización Sí por México, que decía buscar una agenda ciudadana para sacar del poder a Morena en 2024. En lugar de eso, formó con el PAN, PRI y PRD Va por México.
Desde el principio, Claudio X. se convirtió en su articulador, en el estratega y en arquitecto de la agenda. Nunca se reconoció públicamente su liderazgo gerencial, pero en los hechos así era. Les decía qué hacer y cómo hacerle, y aunque había reticencias en la oposición, al final hacían lo que les indicaba. Su ambición, protagonismo y autoritarismo, comenzaron a desgastar el liderazgo forzado que había asumido, y empezó a perder poder, mientras que las cabezas de la oposición y él mismo, comenzaron a ver su futuro después del ’24.
La discusión de fondo ya no se centró en la candidatura única -hasta este momento las cabezas de Va por México apuestan por el diputado Santiago Creel-, sino en la repartición de plurinominales. En este proceso comenzó a salir la otra cara de Claudio X., a quien Va por México ya no le da para su misión de acabar con Morena, pero sí para sobrevivir, en otras condiciones, transexenalmente. Quiere ser senador -diputado cuando menos- plurinominal, y seguir construyendo como lo ha hecho de manera notable en los últimos años, para él, para su ego y para sus intereses personales, que siempre se anteponen a los intereses colectivos que dice defender.