Se dice que Henry Kissinger, iniciaba sus conferencias de prensa con un saludo y en seguida expresaba: “¿Cuáles son sus preguntas para mis respuestas de hoy?, y era, según algunos consultores en comunicación política, una forma de establecer agenda propia para evitar caer en la de la prensa y medios, que frecuentemente, cuando es libre y crítica, es diferente e incómoda al poder o al funcionario.
Un ejercicio similar es el que observamos todos los días en las conferencias de prensa matutinas del presidente López Obrador. No importa si el tema del día para los medios sea uno en especial, si este es incómodo o no representa rentabilidad política, sistemáticamente será eludido, la fuente descalificada y el tema, si no puede ser evadido, será minimizado y sustituido por una referencia histórica o una alusión a su imaginaria confrontación con los conservadores, término en el que ha englobado a todos los críticos de su gestión.
Algo que no es recomendado en los manuales de comunicación política es la confrontación con los medios, pero ello parece no importarle al presidente, que un día sí y otro también, elige un blanco entre los que publican notas críticas y tras de ello engloba a todos como corruptos, enojados porque ya no reciben el dinero que recibían de las administraciones neoliberales.
Son pocos los gobernantes o líderes que han hecho de esta confrontación un sistema, Donald Trump en EEUU, Cristina Fernández en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela junto con su heredero Nicolás Maduro y Rafael Correa en Ecuador, han seguido líneas similares contra medios que publican notas desfavorables, y en México, la obsesión en contra de algunos comunicadores como Carlos Loret de Mola o Denise Dresser, lo ha llevado incluso a violar la ley para divulgar datos que pudieran afectar a la credibilidad del crítico.
Sin embargo, es de resaltar la actitud tomada por los propios medios, vilipendiados a diario y no obstante, proporcionan una cobertura total y destacada a las notas generadas por la presidencia de la República. No importa que lo comunicado, su importancia periodística sea nula, o su trascendencia en la vida nacional efímera, basta que lo haya dicho, en el tono que sea para que ocupe las columnas destacadas de la primera página.
Lo destacable de esto, no es la habilidad retórica presidencial, ni la ingenuidad o deliberada complacencia de los medios con un poder ejecutivo que ha demostrado ser capaz de investigar, intimidar, perseguir y difamar a sus contrarios, sino un tema mucho más importante, la responsabilidad social.
El presidente ha demostrado ser frívolo y atrevido en señalamientos que no tienen sustento o son mentiras evidentes, buscando el impacto en su clientela electoral, sin importar los daños que pueda ocasionar a la economía de empresas, a la confianza en el gobierno y sus órganos administrativos, a la inversión productiva, a la competitividad y en conjunto al riesgo país.
De acuerdo con SPIN taller de comunicación política, hasta enero de este año, el presidente había expresado 70 mil afirmaciones engañosas, inexactitudes o falsedades y todas ellas fueron reproducidas en su momento por los medios y surge un cuestionamiento pertinente; ¿es necesario y prudente que los medios hagan eco de tan irresponsable actitud?
Sería más sano para el público al que sirven, que se discriminara esa información, tendenciosa y falaz, desairando esa propaganda oficial que deliberadamente elabora cada mañana para que sea difundida en forma gratuita y masiva.
¿Realmente es responsable el proporcionar al público información de esa naturaleza? En realidad el periodismo, salvo el de opinión y contadas excepciones, se ha dedicado a transmitir textual lo que el gobierno dice y a dar difusión incluso a letras de Chico Che como respuesta frívola a un conflicto de comercio internacional.
Es nota entretenida, morbosa y hasta cierto punto divertida, como son la mayoría de los pronunciamientos presidenciales basados en la ocurrencia popular pero que implican un enfrentamiento permanente. Es importante porque las pronuncia el presidente, aunque sea irresponsable o frívolo, pero no es prudente que el diarismo caiga en esa misma condición. No se trata de que los medios hagan un vacío a la información presidencial, sino de que no se vuelvan cómplices de la intención presidencial de confrontar y dividir.
La situación actual y la que privará al término de esta administración requieren de la unidad nacional y todos tenemos la responsabilidad de buscarla, particularmente cuando desde el gobierno se busca lo contrario.
Los procesos electorales de 2023 y 2024, perfilan tiempos turbulentos para la opinión pública, expuesta a desinformación y propaganda auspiciada por los partidos políticos y particularmente desde el gobierno, como se vio en las anteriores elecciones en las que el desprecio a la legislación y a los órganos electorales fueron evidentes y mostraron el verdadero rostro de un régimen dispuesto decididamente a someter no a persuadir ni a dialogar o a la búsqueda de consensos.
Ante esto, resulta procedente preguntarnos si los medios seguirán dispuestos a seguir siendo eco de las mentiras del día para las preguntas del hoy. Es cuestión de responsabilidad social que no debiera estar circunscrita a la simple rutina plana de informar sin cuestionar seriamente y sin domeñarse ante la amenaza del poder.