El joven y adinerado José María Diez Marina, que durante años su familia ha tenido vaivenes como comerciantes importantes, busca desposarse con la hija de nada más que el Cavalier Juan María de Jauregui Canal, octavo Marqués de la Villa del Villar del Águila, un suceso que en propio le tendría que cambiar de su vida por completo, no solo por la aspiración a tan alta envergadura de corte, sino a la inquietud de que, al mando de su corazón, no hay quien les logre disponer de otra cosa.
Tanto José María como María Concepción Fernández de Jauregui Villaseñor llevaban ya varios años tratándose, enamorándose, buscando dentro de sus familias el lugar propicio para que se diera la relación, pero que de algún modo no añejaba el gusto del joven abogado con el flamante descendiente de la Villa —la familia de mayor caudal financiero del Querétaro de la Nueva España—.
La niñez del hoy ahora gobernador de Querétaro —se mira como el primero después de lograr la unificación de todos los Estados Unidos que ahora conforman México— estuvo llena de grandes alegrías y múltiples aventuras en la pequeña población de violáceos atardeceres, de cuando el río le acompañaba en sus baños y diversiones en la deteriorada y casi extinta Nueva España.
Los años de comienzo del movimiento insurgente pasaron de manera lenta, uno hubiera imaginado que un levantamiento general en armas hubiera logrado de inmediato la formación de ejércitos de un lado y del otro, con batallas cruentas, salvajes, de campos desolados con olor a muerte y el daño de la descomposición de los cuerpos.
¡Pocos hechos fueron así!
Solo noticias pequeñas llegaban a ciudades como la de frescos verdores, en la que habita la familia de los Diez Marina desde los primeros años de la llamada “españoladas” —cuando se sembró de peninsulares estas tierras— a diferencias de lugares como las descubiertas por Gil González Dávila y Andrés Niño, pertenecientes al golfo de Fonseca llamado Hibueras, que de mares y pescados era la vida— la familia del joven Diez Marina llegó de por aquellos lares, con fuerzas de conquistadores, pero de más bien un paso de carretas de gran camino Real de Minas del Potosí.
Así que al niño no le faltaba nada, en una tierra en donde se apreciaban grandes diferencias entre una casta y la otra —indígenas, españoles, hijodalgos y criollos— sabiendo que el sobrenombre de hijodalgo era para aquellos criollos que habían quedado en desventura, fuera por la pérdida de sus negocios ante cualquier inclemencia o de haber abandonado las casas de escudos, con el afán de seguir la juerga y el despilfarro de herencias, como tunantes universitarios.
Los Diez Marina eran cautos en los negocios y tendrían la fortuna de realizar algunos comercios no tan alejados de lo ilícito, mientras tuvieran la forma de mandar la plata a las llamadas Filipinas, en donde se les consideraba de a catorce de veces el valor que la corona misma, negocio peligroso que de ser descubierto costaría el patíbulo, la mazmorra y el garrote.
Durante los dos lustros que duró el levantamiento insurgente la ciudad pequeña de fuertes corrientes de su neblinoso río sus costumbres cambiaron, se arraigaron algunas otras, que de contarles quedaríamos en la infinita verdad de que solo fueran simples cosas de a diario, pero que, de hacerlas y llevarlas a cabo, quedan de asombro para el que no las tuviera de cabo y cuenta.
Como aquella de que los recién nacidos debían de ser circuncidados como costumbre de las casas españolas de escudos nobles —que a pesar de que era una costumbre de los árabes, sirios y muladíes la nobleza española la tomó como digna y de linaje— así que en esta ciudad todos los nacidos bajo casa de escudos tendrán al tercer día la circuncisión como costumbre de nacimiento, alegaban que eso evitaba que los niños tuvieran onanismo, que era de los males de los mancebos el peor, porque ocasionaba estupidez.
A diferencia de los nativos indios que no eran así circuncidados y eran proclives a tener calenturas nocturnas por acumulación de suciedades, que les causaban grandes males y dolores, que apaciguaban con sebo derretido.
Una de las tradiciones de mayor arraigo y que se fundió como parte de la vida familiar fue el cuidado de las señoritas, aquella de su actividad de enamoramiento y cortejos, porque no podrán tener pretendiente si el hermano mayor no lo permitía —esto a falta de algunos padres que se unieron a los movimientos insurgentes como diestros que eran en el bridón— así que la correctitud de los pretendientes a las hermanas era la de salvaguarda el permiso y ademán de lograr la visita.
Siendo una de las ofensas de mayor estupor entre los jóvenes: ¡pasaré a visitar a tu hermana! que hacía refunfuñar a cualquiera encargado de la lozanía de la menor e inclusive se liaban a golpes por tal motivo, siendo solo una de las afrentas mayores.
A los catorce años los varones ya están jurídicamente listos para el matrimonio y las mozas a los doce, ya de hablar de dieciocho años era una pena que se quedaran al grupo de las cuidadoras de vestimentas de los santos de cada parroquia. Siendo que los varones en esta pequeña ciudad que le cruza frondoso río por sus medias cajas, debían de someterse al escrutinio y juicio de valor, fuera del padre de la posible enamorada o del hermano mayor —que competiría por ser el encargado de mantener el apellido y la casta de nobleza—.
El gozo del joven Diez Marina radicaba en que María Concepción Fernández de Jauregui Villaseñor no tuvo a bien hermano mayor, por el contrario, la figura del José María era inclusive aquella de la madre de la posible Marquesa, quien le viera como el hijo que perdió al nacer —cruel, pero ventaja—.
La vestimenta y cuidado del varón en estos tiempos es de verdad lleno de embrollos, la media completa de cintura a pie debía de mantenerse a la usanza del grado —litigante— por ello el blanco puro debía de resaltar aunque la movilidad y la ligereza no van de la mano de la estreches de la media, que de tejido de algodón picara menos, que de seda —las que más se utilizan— el calzón era de seda e hilo de oro y llegaba hasta la rodilla, salve comentar que tocarse por en medio de las nalgas no era de moral y cuidado, por ello al obrar, solo era parte de tocarse por una sola vez tratar de mover la inmundicia mayor posible, que de no hacerlo, la media del caballero haría lo propio.
Un blusón de cuerdas que se ajustan al caballero de la prenda del calzón y sobre de esta la camisa de finos puños y anchos encajes, sobre el cuerpo la casaca a media caída de cintura —que evitaba el olor — bordada de hilos de oro y plata distinguían el porte, que de finos ropajes el joven José María hace lo propio en el menester y lleva un sombrero de tres picos —a la moda de Ezquilache un insurgente español conocido que realizó verdaderas revueltas en España— y que aquí le es venerado.
Enfundado en su ropajes de criollo —nunca hijodalgo— avanza con sus compañeros el ya abogado José María Diez Marina, sabedor de que la ciudad no sufrirá cambios abruptos con el fin de la insurgencia, pero que ha evitado ser nombrado Marqués de la Villa del Villar del Águila, título que ha sido otorgado por todas las circunscripciones a su esposa —que de sí aún no le ha parecido de modo erróneo— pero que le da la valía para lograr hacerse de los cuatro votos que necesita de las parroquias que le permitan obtener el primer gobierno del recién fundado y llamado Estado.
Ahora su enfoque es el ir descubriendo cómo será el nuevo Estado, que de sí apenas conformado y él vive el tiempo propicio con el mando actual en la pequeña ciudad, lee como se dictamina para el 21 de febrero de 1824 la creación del primer congreso constituyente en Querétaro —que aún no definía un camino si fueran elecciones como la Constitución de Estados Unidos o la de Cádiz— se concreta en unos días de arduo trabajo la conformación Supremo Poder Ejecutivo Provisional del Estado que lo integrarán José Manuel Septién, Juan José Pastor y Andrés Quintanar, mismos que asumirían las responsabilidades del cargo de gobernadores y harían convocatoria para elecciones, ya dos de ellos le han tomado a buen recaudo la figura del joven José María Diez Marina, no para Andrés Quintanar.
Los legisladores que acompañan este proceso de llamar a elecciones son el ilustre Ignacio de la Fuente, José Diego Septién, Juan José García Enríquez, Juan Nepomuceno Acosta, Sabás Antonio Domínguez, Joaquín Espino Barros, Ramón Covarrubias y José Mariano Blasco.
Quienes a bien tuvieron el 12 de agosto de 1824 dar a conocer la primera Constitución del recién llamado —al estilo norteamericano— Estado de Querétaro —dejando de ser provincia formalmente, aunque ya se le denominaba estado por los encuentros apasionados de Don Félix Osores Sotomayor quien alegando de que Puebla no se le pone pero alguno para ser estado, aquí lo había y que tuvo como resultado la ley para establecer las legislaturas constituyentes particulares en las provincias, el 8 de enero de 1824 —.
Con ello José María Diez Marina se colocaba como el ya posible primer gobernador, si las elecciones le dan oportunidad de hacerse del favor de los legisladores y cuerpo constituyente, para postularlo y de los votos de las parroquias para reafirmarlo.
A José María Diez Marina le llamaba la atención del cómo se contaban los votos y una y otra vez hacía de memoria para no perder el ejercicio:
Cualquier persona con dieciocho años podía votar, si viviera cerca de la parroquia, que estuviera casado, empleo y modo honesto de vivir —para ello se referían al párroco quien conocía muy bien a sus feligreses— que no tuvieran alguna infamia pública, ni haber pisado prisión alguna.
Cabe mencionar que antes de realizar las votaciones —una vez elegido quien contaría los votos— se realiza una misa al Espíritu Santo, misma a la que deben asistir todos los que votarían o no se les daría ese derecho, si alguien llegaba a la misa tarde se anulaba el sufragio, hubo casos en donde las esposas llegaban a misa pero el esposo no, se alegaba que estaban unidos “en una sola carne” pues el párroco después de deliberar, no le dejó hacer el voto.
EL voto se ejecuta cuando el secretario de la casilla le lee en voz baja los tres candidatos a gobernador a cada votante, deciden su elección y después se lo hace saber de manera callada al escrutiñador, quien lo escribe en una lista.
Al final, después de contar los votos, se regresa a realizar un Te-Deum, para agradecer los resultados y finalmente se da por disuelta la asamblea, dejando que los votos contados están en los archivos y libros de cada parroquia. Si una persona era elegida cómo un representante de la mesa de conteo de votos de la parroquia y no se presentaba, los alguaciles iban a su casa —o a donde estuviera— lo llevaban con uso de la fuerza pública a la mesa —estuviera en las condiciones que fueran— y le hacían cumplir el mandato ¡ante Dios y ante los hombres! si una parroquia tuviera a muchas personas para votar, se dividía en otra cercana y se formaba un colegio de parroquias, que operaba bajo el mismo concepto.
Para el caso de los diputados los mismos parroquianos le escogían, lo asignaban y lo proponían en mesas de debate, si no aceptaba a ser votado se requería el uso de la fuerza pública, nadie se podía negar ante tal distinción —siendo la primera vez que se hacían estos procesos—.
La entrevista con el Párroco de Santa Ana no le vislumbraba al joven José María Diez Marina un halagador momento, el cura Félix Osores Montemayor no era en nada apacible, con una aguda sutileza le dio la cita al abogado —recién esposo de la Novena Marquesa—.
La entrada a la oficina del párroco se atavía con hermosos árboles de membrillos y olores a los azares de limón que coronan el verde patio, el retraso de más de media hora de día le da al ilustre José María la idea de que ya no llegará, presto a levantarse le sorprende con su entrada.
—¿A dónde va mi Marqués y medio? —sarcástico por lo de estar entre el octavo Marqués y la Novena Marquesa—.
Una vez le besa la mano en señal de genuflexión.
—Atento a estar con su merced excelentísimo párroco, deseo en propio escuchar sus mejores consejos para lograr una elección de cuenta y gasto para un servidor.
—¡Aún no salen las propuestas mi joven aprendiz! pero estaremos atentos a lo que las personas, todas buenas ellas, logren hacerse de un buen gobernador ¡el primero dicen! acá por estos lugares su figura no es conocida, tendría que ir de casa en casa para hacerse del conocimiento, o en mucho ¡hacer una pintura de su persona para lograr ingresar a cada hogar! a más de alguno le gustaría eso.
—Mi elocuencia solo le da mi Señor cura de hacerme escuchar en alguna plática, si me facilitara la oportunidad de entablar un diálogo con sus feligreses.
—¡A mucho que estas familias que rodean nuestra parroquia que de nóveles no son! usted representa justo la causa que la insurgencia deseaba quitar del poder, un hijodalgo de casta alta y aquí si observa su persona, somos una parroquia de gente de trabajo, que se curten sus manos con la tierra del día, creo un roto como su persona aquí no cuenta con ayuda alguna, así que hablar con ellos, miro, que le sea difícil ¡pero por el intento no queda!
El joven José María Diez Marina tragó saliva.
Continuará…