––Nos invitaban a los líderes de los sindicatos a la fiesta de cumpleaños del Gran Líder y a la puerta de la casa, de su casa, debíamos entregar nuestro boleto de entrada: un Centenario. De preferencia aún protegido en su bolsita de plástico o terciopelo, para evitar raspones y desportilladuras en el filo de la moneda, cuyo valor disminuiría por las imperfecciones.
Y ahí, en un baúl, se guardaban cincuenta, sesenta o más monedas. Había quien, munífico, soltaba cuatro o cinco piezas él sólo. Había una competencia entre los aspirantes a suceder al líder. El gran viejo ni siquiera los veía, mucho menos los iba a contar. Un ujier obsequioso le relataba quien había cumplido con la cortesía y quien no.
Las consecuencias eran consecuentes. Obviamente.
El director del instituto estaba de cumpleaños.
–Le vamos a comprar un regalo entre todos. Bueno, no entre todos, sólo los más cercanos, el equipo de confianza, ¿verdad? Nos toca de a diez mil pesos por cabeza.
–¿Y le van a regalar la Torre Eiffel, o qué?
–¡Ay!, cómo serás, respondía la recaudadora designada. Le vamos a dar una escultura de Felguérez, pero están carísimas. A él le gusta mucho, ya sabes, conoce mucho de arte (y de clavarte, pensaba yo)”.
Esas imágenes son absolutamente ciertas. He omitido los nombres, pero aquella costumbre de usar el puesto para forzar la obsequiosidad y sacar dinero de las arcas públicas o los bolsillos ajenos; la cooperación, el apoyo voluntariamente a huevo, por fortuna ya ha desaparecido en nuestros días.
Hoy no podríamos ver, en pleno auge de la regeneración nacional, a una alcaldesa texcocana –por ejemplo– sisándole el salario a sus compañeros, para sufragar los gastos de organización de un partido cuyo lema es la ética pública, la honestidad valiente y en términos evangélicos, la lucha contra la corrupción, así como la verdadera fe luchaba contra el mundo, el demonio o la carne.
Vade retro, Satán, formulaba el exorcismo contra las potencias oscuras. “Vade retro”corrupción, dice el nuevo evangelio nacional.
Por eso yo no creo justa la multa del Instituto Nacional Electoral contra la bondadosa y pedagógicamente inigualable maestra Delfina. Simplemente no lo puedo creer. Han de ser complejos de Murayama y cacahuates japoneses.
Ni de ella, ni de Higinio Martínez, ni mucho menos de Horacio Duarte, tan ilustre como Nezahualcóyotl, o Silverio Pérez, ninguno de los cuales obtuvo como premio a su honestidad, el control aduanero nacional. Nomás.
Tras aquel rey florido y el tormento de las mujeres, hemos visto una generación de políticos cuya honestidad deslumbra.
¿Cómo imaginarse una conducta equívoca si todos ellos viven bajo el manto albo y pulquérrimo (superlativo de pulcro, no de pulque), de quien ha proclamado la “Honestidad Valiente” como signo, símbolo y síntesis de una lucha interminable contra la corrupción y los neoliberales apátridas, racistas y clasistas?
–¿Los clasistas también pueden volver a clases?, preguntó la maestra
Pero volviendo al tema del mordisco texcocano, quitarles así el dinero sería una deshonestidad cobarde, y eso no es creíble.
–¿A poco así se financió la carrera política del nuevo apóstol de la democracia de inspiración juarista, maderista, pacifista y humanista?
Nada de lo humano me es ajeno, ni tu dinero, dicen los “morenos” al grito de vénganos en tu reino; lo cáido, cáido y matanga dijo la changa
Si me dijeran, hay un video en el cual el ex secretario particular, René Bejarano se retaca las bolsas de billetes entregados por un empresario favorecido, cuando todos eran perredistas, yo no lo creería. Son viles calumnias de Vox y sus aliados. también de Fox.
Tampoco lo creería de los hermanos del señor presidente.
Me resultaría imposible pensarlo siquiera, porque si esos señores estuvieron tan cerca del neo apóstol debieron haber adquirido –hasta por ósmosis moral, su ejemplo de verticalidad.