Las elecciones de Estados Unidos tienen un especial mensaje para México por las semejanzas de Trump y López Obrador. Veamos. Los dos andan por la vida en postura de boxeador; los dos detestan a la prensa; los dos no tienen respeto por el marco jurídico; los dos desprecian a los científicos y desdeñan los peligros del corona virus, coinciden hasta en la no utilización del cubre bocas; los dos no reconocen sus derrotas en cualquier área de la política; los dos carecen de auto crítica. Los dos, la semejanza más riesgosa: polarizan y dividen a la sociedad.
No se necesita ser Nostradamus para ser consciente de que un escenario electoral reñido en nuestro país, podría provocar un rifirrafe, peor que el de Estados Unidos, pues tenemos la agravante de que somos un país más violento y sangriento. Es necesario que el gobierno, todos los factores de poder, la sociedad civil y los medios de comunicación nos sumemos para vacunarnos contra este inminente y grave peligro. Sin duda el principal responsable de que México se haya convertido en un palenque de buenos contra malos, de héroes y villanos, es López Obrador.
“Al asumirse como único salvador y tener como consigna, lo que avala el apodo de Mesías Tropical, la frase del nazareno: “Quien no está conmigo, está contra mí”. Fomenta la confrontación, debilita las instituciones y convierte hasta peligrosas las prácticas cívicas”.
No avanzará la concordia en la sociedad si toda crítica, según el Presidente, es una herejía, que proviene de intereses oscuros de quienes añoran los privilegios que antes gozaban, por si fuera poco, que desean que regresen los malandros de los sexenios anteriores. La primera solicitud es entonces para el Presidente: que aprenda a negociar. Una negociación es un intercambio de ideas entre dos o más actores para resolver diferencias. En toda negociación se gana y se cede; subordinarse al otro u obtener todo, son síntomas del fracaso de una negociación. En toda buena negociación se llegan a acuerdos que dejan a las dos partes satisfechas. No hay ganador ni perdedor.
Una de las razones del triunfo arrollador del Presidente es que como opositor marcó una línea tajante entre su postura y la de todos los otros partidos y la clase política. Un electorado hemisféricamente harto encontró una voz que lo comprendía. El problema es que López Obrador ya no es opositor sino Presidente, ahora debe ser el símbolo de la unidad nacional, lo quiera o no, tiene que negociar y procurar consensos. Mientras sostenga su infalibilidad la posibilidad de acuerdos es imposible. El ejemplo más reciente es el diferendo con los gobernadores. Ni siquiera habla con ellos, no solamente no tiene flexibilidad, el lenguaje que utiliza es hirsuto de improperios y desprecios. Aquí llegamos a otra exigencia si no queremos acabar peor que los gringos.
Todo diálogo exige como condición respeto al interlocutor. Curiosamente el Presidente demanda respeto a los gobernadores, cuando como opositor llamó “Chachalaca” a Fox, a Calderón “Comandante Borolas” y a Ricardo Anaya “Canalla canallín”. Si el Presidente no apuesta en favor del respeto y la tolerancia, debemos estar preparados para vivir en las próximas elecciones una especie de guerra civil. La paz del país estará en semáforo rojo.