El cambio de administración representa un reto importante para el banco central mexicano. Su objetivo fundamental de mantener la estabilidad económica y el control de la inflación se verá afectado por múltiples presiones.
La inflación no cede a pesar de que la tasa de interés de referencia se mantiene alta. Los precios al consumidor aumentan sin reaccionar a la tendencia a la baja que presenta la inflación subyacente, lo que lo obliga a mantener elevada la tasa por más tiempo. En el consejo de la institución las opiniones están divididas, según se desprende de las minutas de las sesiones, entre quienes consideran prudente un ajuste a la baja para dar un respiro a la economía que crece a niveles mínimos y los que proponen mantener la tasa sin cambios para evitar repuntes a la inflación no subyacente, como el que se dio después de la baja de un cuarto de punto.
Actualmente, la diferencia que existe entre la tasa mexicana y la que impone la FED en los EUA, ha contribuido a la fortaleza del peso, lo que se considera positivo por algunos, sin embargo, más allá de las discrepancias que genera el tema de la fortaleza de nuestra moneda, el más duro impacto se lo llevan las finanzas nacionales ya muy comprometidas, según se desprende de los pre-criterios de política económica presentados por la Secretaría de Hacienda.
El equilibrio logrado hasta ahora está sostenido por alfileres; los ingresos fiscales no aumentan, incluso disminuyen, el crecimiento del gasto en pensiones, que en 2024 representará el 6.3% del producto interno bruto, pues el gasto que el gobierno federal destinará al pago de pensiones ascenderá a 1.99 billones de pesos, lo que representa el 23% del presupuesto general llevan al gobierno a gastar más que lo que ingresa. El déficit presupuestal esperado, cercano al 6%, y la disminución de la inversión pública perfilan una austeridad más que franciscana, dijera el clásico que se va (?).
Es evidente que el gobierno necesita más recursos, aumentar sus ingresos y eso es difícil en una economía que no crece, a lo que se suma la reiterada decisión de no implementar una reforma fiscal. Una disminución en el pago de la deuda de corto y mediano plazo le daría una bocanada de aire fresco a sus finanzas sofocadas. Por ello, es de esperarse una temporada de presiones a Banxico, que tendrá que resolver el dilema entre mantener la política monetaria o flexibilizar su posición para que el gobierno encuentre espacio para la formulación e implementación de políticas públicas que permitan atacar de fondo la pobreza y la exclusión social. Esto significaría, que a la misión de mantener la estabilidad monetaria y la inflación controlada, el Banxico agregue el propiciar el crecimiento económico aún a costa de la administración de la inflación.
El gobierno a su vez tendrá que encontrar la forma de reorganizar su gasto, demasiadamente desordenado para satisfacer caprichos presidenciales, y a la vez, solventar el incremento súbito por el crecimiento de programas clientelares, más que asistenciales. Cualquiera que sea el enfoque de la nueva administración respecto a sus políticas públicas, requerirá de la obtención de más ingresos y librar la presión de los subsidios y costos de las obras emblema de la administración que se va. Asimismo, reconsiderar el seguir manteniendo con recursos públicos la operación deficitaria de PEMEX y la CFE.
La tasa de interés como está, seguirá impactando en el costo de la deuda pública ya que se deben pagar más intereses en el corto y mediano plazo. Este mayor costo sin duda limita la capacidad gubernamental para financiar programas sociales y proyectos de infraestructura, cuyo presupuesto es rebasado en mucho por el gasto en pensiones.
Para Banxico el dilema es decidir sobre la flexibilización o no de su política monetaria. Su misión de procurar mantener el poder adquisitivo de la moneda se torna delicada y difícil si las políticas públicas gubernamentales no van en paralelo. El populismo gubernamental metió mucha presión y provocó sin duda el crecimiento de la inflación.
Mantener la popularidad requerirá que el consumo interno no decrezca y para ello tiene que haber más dinero circulando. Hasta ahora ha salido de las arcas gubernamentales, de las reservas y bolsas de gasto pre existentes, pero ahora ya no hay mucho de donde cortar.
Por ello, las presiones sobre BANXICO serán crecientes. Hasta ahora, las decisiones han ido en el rumbo correcto, sin embargo, la política social del gobierno le ha hecho difícil controlar la inflación y los canales de transmisión, el crédito, el ahorro, los salarios, el control del circulante serán definitivos para mantener la estabilidad. El sello que decida imprimir el próximo gobierno pondrá a prueba la independencia y autonomía del banco central, más populismo y políticas clientelares pueden hacerle más difícil el cumplimiento de su misión.