Cecilia Gabriela Velázquez
Mila Jiménez Sánchez cumplió con el primer sacramento de la iglesia católica el viernes 11 de octubre de 2024, acompañada de sus papás, Emilia Sánchez Padilla y Pablo César Jiménez Pérez; así como de sus padrinos, Natalia Alcalá Villagorda y Diego García González.
La pila bautismal en la cual Mila fue ungida con el Santo Crisma, es aquella localizada en la capilla de la ex Hacienda “La Pitaya”, actualmente renombrada como Rancho “La Pitaya”, en San Juan del Llanito, Guanajuato, al límite con Querétaro.
Gildardo Álvarez Abonce fue el sacerdote oficiante que bendijo a la pequeña de ojos azulados, y la abstuvo de “toda maldad, todo egoísmo, toda tibieza y todo pecado”, lista para recibir el amor de Cristo Rey. Así como Mila, su papá fue bautizado por el mismo cura.
La ceremonia católica fue una muestra del talento vocal de las y los casi 60 asistentes, quienes recitaron las canciones religiosas a capela, ante la ausencia de un coro eclesiástico. En medio de ese momento de unión, Mila, en brazos de su papá y frente a sus seres queridos, recibió las sonrisas y el cariño de todos, así como la señal de la Cruz tanto de sus progenitores como de sus padrinos. Le rindió honor al significado de su nombre de origen eslavo, que quiere decir “amada por el pueblo”.
Tras el acto religioso, las cámaras se enfocaron en la pequeña Mila y en sus invitados; entre estos: sus tías maternas, las hermanas Sánchez Padilla, de origen tapatío y de ojos claros; sus abuelos maternos, Luis Alberto Sánchez y María de los Ángeles “Gela” Padilla; su abuela paterna, María de los Ángeles Pérez Rojas; y su bisabuela paterna, María de los Ángeles Rojas-Vertiz Maldonado, una poetisa dispuesta a inspirarse por la belleza de su bisnieta.
Alrededor de las 14:30 horas, con las emociones y el estómago a flor de piel, los invitados se trasladaron a uno de los jardines del rancho para disfrutar de un festín de carnitas, tortillas hechas a mano y cervezas, con las cuales brindaron por una vida próspera y amorosa para la bella Mila, quien no cesaba de brillar y modelar el blanco ropón heredado de su madre.
Al ritmo de la música, bajo el sol otoñal y entre la arquitectura campirana del rancho, Mila se paseaba en los brazos de su mamá y era abrazada por el cariño de sus tías Sánchez Padilla, quienes vestían modernas botas vaqueras y frescos atuendos, ad hoc para el festejo. Pablo cuidaba de su pequeña y de los invitados, a quienes regaló su sonrisa y calidez en todo momento, desde la llegada hasta la despedida. Mila, sin duda, fue amada por el pueblo