El joven y adinerado José María Diez Marina, que durante años su familia ha tenido vaivenes como comerciantes importantes, busca desposarse con la hija de nada más que el Cavalier Juan María de Jauregui Canal, octavo Marqués de la Villa del Villar del Águila, un suceso que en propio le tendría que cambiar de su vida por completo, no solo por la aspiración a tan alta envergadura de corte, sino a la inquietud de que, al mando de su corazón, no hay quien les logre disponer de otra cosa.
Tanto José María como María Concepción Fernández de Jauregui Villaseñor llevaban ya varios años tratándose, enamorándose, buscando dentro de sus familias el lugar propicio para que se diera la relación, pero que de algún modo no añejaba el gusto del joven abogado con el flamante descendiente de la Villa —la familia de mayor caudal financiero del Querétaro de la Nueva España—.
Las logias llegaron al Querétaro de 1824 resultado de los encuentros con los yorkinos y escoceses del recién Estado Americano, ya en la ciudad de México había varias casas con los ritos de iniciación, pero en sí la llegada a estas tierras de violáceos atardeceres, fue por la familia del Marqués de la Villa del Villar del Águila, no es consecuencia, se gestaba un nuevo dominio de la filosofía del poder y este pequeño terruño no podía quedar exento.
Las reuniones después de los ritos de cada uno de los grados se basan en la convivencia y el futuro que esta pequeña ciudad tendría en lo denominado “nuevo orden” de quienes tomarían las riendas de la naciente nación, aún anexada en todo hacia el poder de España —la verdad es que el movimiento insurgente estuvo lleno de grandes contradicciones, lograr la emancipación de las colonias, pero al final todo quedó igual, aún a estas fechas se rinden cuentas a Europa—.
Así que viene la lectura del orden de lo que llaman seglares:
«… que reciban de sí aquellos que desde Miguel Hidalgo, maestre de esta logia, el joven Allende, contra resistente de la misma, y la elocuencia del general Morelos y Pavón y su ilustre hijo, destinatarios del cuarto grado, lograron las ilustres faltas a la carencia por medio de la sublevación y el brío de las consecuencias, haciendo ya de esta nación el motivo de continuar en su construcción y alineamiento hacia nuestro nuevo orden…»
A lo que el joven José María Diez Marina solo escuchaba, asombrado de saber que el movimiento insurgente fue catalogado como un “nuevo ejercicio” del orden de las logias, para perdurar una manera de hacer las cosas, tal cual como las logias norteamericanas emanciparon a los estados completos a un solo mando: La República.
«… que se jure que es verdad…»
—¡Que juramos! — al coro levantaron su voz los presentes.
Los domingos por la tarde en esta pequeña ciudad de mañanas de neblina y verdores de frescura, se distingue como un paseo por la gran ciudad, en nada se pierde la costumbre de sacar a los paseíllos las sillas de bejuco y las mesas para lograr tomar un café aromático traído de Veracruz, acompañado de un buen “jarochito” un cigarro fuerte de aromas de la tierra húmeda del Papaloapan, para endulzar una cristalina miel de abeja con algunos tonos de fresas o duraznos —extraídas de las frutas secas de los obradores famosos de esta región—.
La casa-palacio de la familia de María Concepción Fernández de Jauregui Villaseñor, está en altivos festejos por el onomástico del Señor Octavo Marqués de la Villa del Villar del Águila, así que se ha preparado todo un festín de elocuentes platillos que harán del paladar a los invitados —que de sí se espera la llegada de los padres del joven pretendiente Diez Marina— así que todo debía de lucir a la perfección.
Para la ocasión se estila que un día antes del onomástico el futuro hijo putativo — yerno— asistiera a un festín solo hecho para los dos, algunos invitados al mote de santo eran incluidos, pero en sí la idea era que se conocieran e interactuaran en lo que se tendría que determinar, debido a que el Octavo Marqués no tuvo hijo varón así que, de sus siete hijas, la primera en estar en sagrado matrimonio le cedía la responsabilidad total al esposo —con lo que esto implicaba— se convierte en el hijo que el Octavo Marqués siempre tuvo a bien desear —las lenguas corren rápido en esta pequeña ciudad de frondosos bosques que le rodean, se asegura que el Octavo Marqués tuvo dos hijos varones fuera de su matrimonio a los cuales frecuenta y atiende en los mejores puestos de trabajo de sus socios, pero que a todas luces no tendrán el beneficio de la estirpe directa—.
El sitio propicio para este “petit comité” son los frondosos bosques de la antigua salida del brote de agua, que su antecesor en línea directa Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz Tercer Marqués de la Villa del Villar del Águila, quien invitado por su tío Don Juan Urrutia y Retez, Primer Marqués de la Villa del Villar del Águila le hizo se enamorara de tal hermosa ciudad a la cual le regaló todo lo que tuvo, incluyendo el caudal de bienes y dineros en oro traídos en conjunto con la fortuna de su tío y la que él propio, desde Euskera Aiara, decidió quemar velas y traer todo a esta tierra de verdes frescores.
Cuando al Tercer Marqués de la Villa del Villar del Águila le preguntaban ¿de dónde venís? él solía responder “de Ayala” a lo que le contestaban —¿de dónde? —.
—¡De Ayala! en las fronteras del reino de Castilla.
—¿De allá las fronteras?
Al saber que no le comprendían —aparte porque no hablaba castellano sino una lengua nativa llamada Basconganda— la gente comentaba:
—¡El Tercer Maqués es de allá las fronteras…! — pensando todos que así se llamaba el lugar.
El tercer Marqués fue que con la mano dura y tenaz mando, logró traer el agua cristalina —justo de este lugar que ahora visita el Octavo Marqués y el joven José María Diez Marina— hacia el caudal del conjunto religioso del Colegio de Propaganda Fide, a quienes les prometió el agua en favores de rezar todos los días por la salvación de su alma, centro en donde se formaban todos los misioneros de estas tierras.
La ocasión les arremetía lograr hacerse pronto del festín porque detrás de los cerros azules se vislumbraba una feroz tormenta, así que se prepararon para comenzar el “holgorio” — que la verdad era lograr una embriaguez total con vinos de las indias peruanas, famosos en este lugar y el predilecto del Octavo Marqués— se dispuso algunos bifes y suculentos cortes de res, tubérculos y mieles les hacían de la promesa de una comida para llenar el apetito.
Los invitados parte del Octavo Marqués y el joven José María eran los descendientes de la familia de Juan de Navas Hermosilla, Nicolás de Urquiza, Diego Coronel Nieto y el hijo del famoso Capitán Don Lorenzo de Cárdenas, todos estos descendientes ahora con títulos nobiliarios.
Conde Tercero de Juan de Navas, Conde Segundo Nicolás de Urquiza y Ferreros, Conde Cuarto Diego de Coronel y Pestaña y el Segundo Conde Capitán Don Lorenzo de Cárdenas, todos ellos ya instaurados en la corte del Octavo Marqués, pero con una peculiar historia:
Para el primero de junio de 1654 Felipe IV expidió en el Buen Retiro una «Real cédula sobre los medios de arbitrar fondos para ayuda a las guerras y urgencias de la Corona» que su intención era el recaudo de bienes y lograr solventar los ejercicios bélicos en España, pero que también tenía como fin terminar de una vez y por todas con aquel ancestral pleito entre la Orden Franciscana y los empresarios y hacendados pudientes de la bella ciudad de Querétaro, ya varias veces los empresarios habían tratado de hacerse de los territorios de los franciscanos en diferentes acciones, por desacato a una orden de la corona, la familia de Don Nicolás de Urquiza se había apoderado del terreno anexo a lo llamado “fuente de cuentas” que rodeaba el territorio del convento y el cuidado de resguardos, pero el alguacil evitó un problema mayor cuando la gente se desbordó para tratar de linchar a Don Nicolás y solo así lograron —salvarle la vida— evitar que la población le quemara vivo, por tal afrenta a los pobres religiosos.
En otra ocasión las huertas cercanas a las fuentes de agua del Río —un terreno que pegaría con una escarpada colina que llevaba al cerro del San Gremal — el Capitán Don Lorenzo hizo de ojo bueno y mandó colocar una barda de perímetro a donde colocó un letrero que leía:
«… a quien se le encuentre en esta propiedad le será confiscada en vida y salvación, la oportuna colocación de dos garrotes por usurpador»
A los que los franciscanos de inmediato avisaron a sus ordenanzas mayores, e inclusive para no alertar a la gente y ocasionar hechos similares a los de Don Nicolás, lo mantuvieron en resguardo, pero cuando pasó la romería de agradecimiento a la Santa Cruz por las lluvias del temporal, la gente se dio cuenta del atroz hecho y volvieron a la casa del capitán, destrozaron por completo sus espacios de comercio.
¡La afrenta sobrepasaba los linderos de la rectitud!
—¡Imagina joven José María! los descendientes de estos amigos míos, a quienes verás, le fueron despojados de lo que a bien les correspondía ¡si por supuesto que no por herencia! pero aún teníamos el bando de su majestad que lograba que cada peninsular que pisara estas tierras lograba hacerse de lo providente y consecuente, si observaba que nadie hacía uso de ello.
—¡Perdona mi señor Octavo Marqués! eso es un robo, a plena luz del tempranillo, pero que a reojo es un robo ¡no cuadra el más ni el menos! decidme mi señor ¿a qué prosiguió?
—Debes saber mi ilustrado hijo putativo, que nuestra ciudad aún no le ha sido concedida cédula alguna de fundación, porque de comienzo estas tierras parecían solo de paso del Camino de las Minas del Potosí, pero al tiempo se ha ganado por lo que más su estadía, la cédula de su majestad Felipe IV se creyó le daba esta característica, pero los comerciantes poderosos de esta ciudad, entre los cuales está tu familia, no permitieron una cédula de fundación, porque tendrían que alinear sus comercios a la ilustre potestad de su majestad el Virrey, por lo que causaría un impuesto mayor al obtenido, la riqueza de estas tierras se apoya en las decisiones de emanciparnos, pero no alejarnos ¡estar cerca del poder! es la forma.
Pero te sigo contando, a buen ¡anda sírvanle más vino! su majestad Felipe IV obligó a que el ordenanza Andrés del Rosal, que juntó a todo el pueblo en la plaza de las armas y leyó un bando en donde lograba que los queretanos avecindados podían comprar un título noble, a cambio de un servicio y remate para lograr hacerse de recaudo, le permitió a los comerciantes entrar a la nobleza de la Nueva España, por el simple hecho de tener fortuna y legar un emblema a sus señoriales casas.
Pero para lograr tener una casta de nobles, necesitas la cédula de la ciudad, así que los abuelos y tíos de quienes llegarán, deliberaron y el treinta de septiembre de ese mismo año juntaron la cantidad de tres mil monedas de oro pagaderas en dos casos, para lograr una cédula de propiedad de la ciudad —fundación— y así lograr tener un cabildo, títulos nobiliarios y desdenes que consecuentes se obtuvieran del mismo, claro que un mando de ordenanza y posible colocación de milicia.
—¡Es de asombro! — respondió el joven José María Diez Marina.
—¡No para! una vez regresó el ordenanza Andrés del Rosal a la presencia del Virrey Francisco Fernández de la Cueva y Enríquez de Cabrera, le llovió la intrigante regañona porque haber sido tan estúpido de dejarse engatusar por los ricos comerciantes queretanos, así que de manga y propia, les aumentó doscientas monedas de oro a cada quien deseara un título nobiliario y hacerse de un cabildo, tal cual como ya había pasado en Celaya y las minas del Real del Potosí, sin más, los ricos comerciantes hubieron de pedir casa por casa para lograr dicha encomienda.
—¡Tal era su hambre de hacer de esta ciudad una noble villa de peninsulares y dejar de llamarse de indios! — increpada José María.
Cuando lograron hacer la cantidad sugerida, de nuevo, el Virrey les mandó solicitar cartas de aceptación de las órdenes regulares, la que es de pensarse, no estaban de acuerdo con tan indignante solicitud, así que llenos de contrición no les quedó otra que solicitar anuencia con los franciscanos, quienes al respetar su voto de obediencia accedieron a la firma de la petición, eran solo los que faltaban, pero a condición de que regresaran a la población el bando de más de veintidós casas que habían arrebatado a pobres familias, de sus préstamos al doble de interés.
¡No les quedó de otra que aceptar!
Por eso amigo mío e hijo putativo, ahora gozamos de los beneficios de esta cédula otorgada por su majestad y para el colmo de los males de estos ricos comerciantes, la cédula fue depositada con un aval que, de no cumplir con lo prometido, debían hacer el pago en una sola puesta, quedando así de avales las familias de Buitrón y Mújica y el provincial de la Santa Hermandad, Aguirre y Arcos.
¡Cuanta pobreza hay entre los acaudalados!
El Octavo Marqués de la Villa del Villar del Águila se levantó de su aposento para saludar a los recién llegados visitantes, a quienes de voz del locutor les mencionaba, por protocolo:
Conde Tercero de Juan de Navas, Conde Segundo Nicolás de Urquiza y Ferreros, Conde Cuarto Diego de Coronel y Pestaña, Segundo Conde Capitán Don Lorenzo de Cárdenas, quienes nos dignan con tan peculiar visita…
Continuará.