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Libros raros y secretos

Desde la terraza

por Ariel González
3 junio, 2025
en Editoriales
Mexico embaucado
80
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La categoría de libros raros resulta a estas alturas incierta o directamente sospechosa. Se la ha usado indiscriminadamente para nombrar muchos libros que son malos, viejos, caros o incluso incunables, pero difícilmente raros. Lo raro, sobre todo desde que Rubén Darío intituló un libro suyo Los raros, es siempre discutible; pero el poeta nacaragüense escogió a 19 autores bajo esa denominación y, vistos a la distancia, quizás siguen siendo un buen referente para precisar qué es raro. De algún modo ya no tienen mucho de raros porque al menos se los conoce, aunque sus páginas sigan estando, incluso hoy, a contracorriente (Paul Verlaine, Villiers de l’Isle-Adam, El Conde de Lautréamont, León Bloy o Henrik Ibsen, por mencionar algunos).

Lo raro va contra la época, las modas, las grandes editoriales, la tradición obviamente, si bien todo eso se ha venido diluyendo desde que la posmodernidad (o la modernidad que le ha seguido) sentara sus reales.

Tal vez los más interesados en mantener el concepto de libros raros sean algunos libreros “de viejo”, especializados o no, que sorprenden frecuentemente a los lectores desprevenidos con supuestas joyas de la raridad. Venden polvo, portadas ajadas, primeras ediciones, libros autografiados, volúmenes con sellos muy singulares y un largo etcétera, pero lo raro en un sentido más profundo simplemente no se verifica.

Acabo de revisar mi biblioteca como si fuera un extraño, buscando esos libros “raros” que podrían hacerme rico eventualmente (uno nunca sabe) y no los he encontrado. He visto libros viejos, otros cayéndose a pedazos de muy viejos, primeras ediciones, libros autografiados por difuntos célebres, descatalogados y otros muy nuevos que nunca visitaron al parecer las mesas de novedades, pero que ahora están en mis anaqueles, en fin, una diversidad de textos que, sin embargo, no podría llamar honestamente raros.

Acaso me estoy poniendo (con los años, qué otra cosa) bastante exigente, pero de veras que no encuentro lo raro en su sentido más…raro. Justamente.  No obstante, el sentido común me desmiente; entre mis libros hay cosas raras, obras incomprendidas, iconoclastas, vanguardistas sin duda, inencontrables antes, ahora y siempre, fuera de serie. Ya lo creo.    

Ahora bien, fue el gran Jacobo Siruela –conde por herencia, prestigioso editor por esfuerzo propio y sólido autor él mismo, amén de curioso infatigable–  quien pensó en agrupar un conjunto de obras extrañas (todas), impenetrables (mucho, algunas) o cuyo contenido no queda revelado fácilmente, en un opúsculo fascinante: Libros, secretos (Atalanta, 2015).

Pudo llamarle simplemente Libros secretos y no hubiera faltado a la verdad, puesto que se trata de textos que invariablemente ocultan algo, ya de forma explícita, ya de manera implícita, pero Siruela prefirió interponer una coma entre las dos palabras, dando a entender que se ocupaba de algún modo de dos cosas: los libros por una parte y los secretos de otra, pero en realidad sólo consiguió dar forma a un listado de obras que son claramente crípticas como el intrigante manuscrito Voynich, que según Siruela es “el texto más inaccesible de nuestra cultura. Y no es hipérbole, pues ha cautivado, desconcertado y conducido al más estrepitoso fracaso a varias generaciones de especialistas que en vano intentaron superar los insalvables escollos criptográficos, que lo distinguen del resto de manuscritos medievales”.

En consecuencia, el manuscrito Voynich viene a ser para Siruela el libro secreto por excelencia. Se lo puede ver, se lo puede hojear, pero nadie sabe a ciencia cierta qué dice, en qué lengua está escrito, quién lo editó y mucho menos quién es su autor, ni tampoco a qué se refieren sus prolíficas y enigmáticas ilustraciones. Pareciera ser la obra de un extraterrestre o parte de la biblioteca de una civilización perdida (y, por supuesto, a más de un esotérico se le ha ocurrido plantear algo así).

Sólo para documentar lo que digo, hay que mencionar que el manuscrito Voynich, llamado así en honor del polaco Wilfrid Michal Habdank-Wojnicz,  quien lo descubrió entre los libros que formaban parte de una biblioteca de jesuitas del Nobile Collegio Mondragone de Frascati, está escrito efectivamente en una lengua completamente desconocida. Cuenta Siruela que según los expertos “el alfabeto del libro consta de 14 caracteres básicos, a los que hay que añadir otros 14 signos combinados o glifos, con excepción de algunas docenas de otros caracteres que aparecen una o dos veces en todo el texto. Por consiguiente, no está claro el número de glifos del alfabeto «voynichés». Puede oscilar entre 24 y 40, ya que muchas formas básicas se unen para formar nuevos caracteres compuestos. Otras veces se advierten en las letras «ganchos» o «colas» añadidos, lo cual complica todavía más el asunto”.

Este es un tipo de rareza que desde luego escapa por completo a los libreros de viejo, a mi modesta biblioteca y aún a las más grandes, exquisitas, selectas y enigmáticas del mundo. Es lo raro entre lo raro y pasa, así, a ser un secreto. Un vistazo al Códice Voynich es el recordatorio más expedito de que los mundos imaginados o soñados no pueden estar más que en un libro.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

Etiquetas: librosliteratura

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