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Levantamiento a las 400 horas

LA APUESTA DE ECALA

por Luis Núñez Salinas
17 julio, 2020
en Editoriales
Levantamiento a las 400 horas
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Una llamada al cuartel de mando del general Mario Ballesteros Prieto lo dejó sin habla: “Levantamiento a las 400 horas, Galeana en marcha”

Cuando colgó el sudor de su nuca reco­rrió la espalda.

Era la voz del general Marcelino García Barragán, quien había acercado a algunos de sus mejores hombres, para un golpe de es­tado al mismísimo presidente Gustavo Díaz Ordaz,

¡De ese tamaño el asunto!

En previos telegramas —que se solicitaba se quemaran una vez entendida la orden— se establecía la fecha del incidente: 2 de octubre de 1968 con la anuencia y compañía del em­bajador de Estados Unidos, Fulton Freeman, el proyecto de golpe se denominó:

Operación Galeana.

De inmediato el general Ballesteros le in­formó al general de brigada Luis Gutiérrez Oropeza, en un encuentro casual no infor­mado a los mandos.

Llegó primero el general Ballesteros, ves­tido con su lujoso traje de color verde, con sus insignias que brillaban ante el sol de las ocho de la mañana —puntual como de cos­tumbre— en la esquina de Corregidora y Co­rreo Mayor.

De inmediato, y casi en sincronía, se acer­có el general de brigada Luis Gutiérrez Oro­peza, de igual manufactura de arreglado, con lustrosos zapatos negros, aún acomodándose sus mancuernillas de su camisa —unos her­mosos gemelos de oro puro que le había re­galado su madre, en un onomástico, cuando era aún cadete del Heroico Colegio Militar— bajó de su móvil, indicándoles a su escolta que aguardara.

¡No era difícil ver a militares rondando las calles de Palacio Nacional! En estas fechas el mando supremo invitaba constantemente a rondines cercanos a palacio, el objetivo era es­tar alertas a cualquier provocación, se sospe­chaba de grupos pro comunismo, pero tam­bién de la CIA y la KGB.

Los dos caminaron juntos, lento, como si no desearan avanzar, por correo mayor, ha­cia moneda.

—¿Qué se trae este cabrón de García Ba­rragán?… ¡”quesque” golpe de estado!… ¡qué pendejo!

—¡No me alerta la petición del golpe! ¿quiénes están organizando a las tropas?

—Ya varios caballeros águila —mandos— recibieron órdenes de obsidiana 1 – Díaz Or­daz— de presentarse en el 22 – Palacio Na­cional para un desayuno oficial.

—¿Crees que se vaya a armar el desmadre?

—¿Quitar a Ordaz?… ¡ni se te ocurra pen­sarlo! nos echaríamos al pueblo encima… ¿una revolución en este momento? ¡nos aca­baría de llevar la chingada!

—¡Pero están utilizando a los estudian­tes como carne de cañón…! ¡son unos niños!

—¡También que pendejos ellos!, con sus ideas comunistas los maestros que los estén arengando!, ¡ellos que sí estudian, deben ser listos y no dejarse llevar por la pasión! dijo con voz fuerte.

—¿Qué hacemos? ¿le entramos o dejamos que se lleve la chingada a Marcelino?

A estas alturas no se sabía quien pertene­cía a quien, por un lado, los leales a Marceli­no y por otro, los leales a Ordaz —que de en­tre los dos no se miraban dificultades— el pre­sidente era un hombre de mecha corta, capaz de todo con tal de cumplir con su deber, uno de ellos el deber era defender al país, el otro, llevar a cabo las olimpiadas de 1968 sin pro­blema alguno

Las palabras deberían ser pensadas cui­dadosamente.

—¡Deja solo a Marcelino! ¡que se arregle con sus pinches gringos que tanto le gustan!

—¿Estamos?

—¡Sí Señor!

Se dieron un abrazo cálido, en donde tal vez entendían que no se podrían a volver a ver juntos, después de este día, la orden de Ordaz fue clara: 2 de octubre de 1968 operación ba­tallón Olympia, diseminar a toda costa a los estudiantes, reunión: Plaza de las tres cultu­ras, Tlatelolco.

Los dos regresaron a sus móviles, cada uno tomó hacia diferente dirección, la idea esta­ba consumada: ¡no habría golpe de estado! no indicarían nada a Obsidiana 1, por segu­ridad de la operación Olympia.

3 de octubre de 1968, 00.34 hrs. Palacio Nacional, despacho de presidencia.

El presidente Díaz Ordaz estaba intac­to, como si nada hubiera pasado, su peina­do exacto, su fino traje negro y su corbata, parecían salidos de una fotografía de revis­ta ¡impecable! El gabinete estaba acostum­brado a sus escupitajos al hablar, sus muecas de exaltación dejaban clara la frialdad de to­mar el caso.

En sus manos leía el parte de la opera­ción Olympia, una “fina” estrategia para ter­minar de una vez y por todas con los movi­mientos estudiantiles —a simples días de los juegos olímpicos— capturando a los líderes, a los entrometidos soviéticos y extrañamen­te, uno que otro militar que hablaba de un golpe de estado.

Sorpresa no le causaron los reportes de más de cien fallecidos en la plaza, ni los más de dos mil heridos en diferentes hospitales de la ciudad, según cifras de sus agentes de in­teligencia, otros más que huyeron heridos a ciudades como Querétaro y Puebla, llevados en sus propios autos o en combis.

Por su parte los reportes de estudiantes hablaban de más de ciento cincuenta muer­tos y más de tres mil heridos, muchos de ellos de gravedad —esta información la daban los infiltrados de presidencia en el movimiento estudiantil—.

Lo que sí le causó furor, fue un reporte por parte del coronel Alonso Aguirre Ramos.

—¿Qué se trae este cabrón de Aguirre…? ¿cómo que un golpe de estado por Marceli­no?… ¡por dios! ¡Marcelino y yo fuimos a la escuela juntos!, nos graduamos, ¡nuestras fa­milias son amigas!

El reporte le indicaba a detalle, los in­miscuidos por parte de la CIA en una opera­ción orquestada, para dar un golpe de esta­do, nombres como David Sánchez Hernán­dez, Ignacio Novo Sampol y David Philips, que eran agentes de la CIA en México, entre otros más, daban por sentado un movimien­to armado en contra de Ordaz, ordenado por el embajador de Estados Unidos en México y el propio Marcelino García Barragán.

¡En este momento a Ordaz fue cuando le costó respirar!

Las fechas no eran exactas, pero se habla­ba del golpe de estado para el 2 de octubre o la madrugada del 3.

—¡Así que cabrones pronto a desplegar más efectivos afuera de Palacio Nacional! — dando la orden Obsidiana 1 de manera in­mediata! mandó a sus efectivos mejor arma­dos y preparados, para asalto nocturno ¡éli­te militar!

Así de tajo el reporte de lo ocurrido el 2 de octubre en la plaza de las tres culturas, pasó a segundo plano, el enfoque de presidencia era en ese momento, evitar a toda costa, el golpe de estado, el principal temor fueron los nor­teamericanos.

Díaz Ordaz en años de presidencia no ha­bría imaginado que su ocupación por los gru­pos pro comunismo y la inserción de ligas cu­banas a las filas de estudiantes, el apoyo de la KGB a estudiantes de la UNAM, los reportes de la CIA de infiltrados para hacer de México un país punto de apoyo para lograr una eco­nomía cercana a la URSS y Cuba.

—¡Si los gringos me bajan me cargó la chingada! —recordando que él mismo fue espía de la CIA e informaba constantemen­te a los agentes norteamericanos, recibiendo grandes cantidades de dólares por tal motivo.

Telegramas desde las fronteras norte y sur, el aeropuerto internacional de la ciudad de México, llamadas telefónicas de las aduanas, puertos marítimos, centros vacacionales co­mo Acapulco informaban:

“Negatividad en movimientos que sean diferentes a lo acostumbrado”

Las llamadas a la Casa Blanca no le eran contestadas, inclusive a los radios banda mi­litares, ¡no había respuesta alguna!

El sudor le despeinaba, un temor verda­dero le sucumbía las ideas.

Para las cuatrocientas horas del 3 de oc­tubre, Compañías, Cuerpos y Divisiones se reportaban listas y a la orden del mando su­premo, las zonas militares de todo el país re­portaban un orden total, pero alertas an­te cualquier levantamiento, comenzaba un ejercicio de repechaje a posibles ataques de una fuerza letal, el ejército de los norteame­ricanos.

Al amanecer del 3 de octubre las calles de la ciudad de México presentaban un desqui­ciante olor a muerte.

La preocupación del golpe de estado esta­ba desvaneciéndose, pero Ordaz no quitaba el dedo del renglón.

La masacre de estudiantes —¡ahora sí! — se convirtió en el foco de atención del pre­sidente ¡un panorama apocalíptico veía en los reportes fotográficos que le llegaban a su despacho!

—¿La prensa internacional hizo filmacio­nes de todo esto? ¿dónde están?

—¡Las estamos consiguiendo Sr. Presi­dente!

—¡Cómo van cabrones! quiero todo el in­forme completo ahora.

El personal de secretaria privada de pre­sidencia y mandos de la milicia, se movilizó con una agilidad inusual, ¡el caos se presentó!

Díaz Ordaz se dirigió al elevador que está en la parte sur de Palacio Nacional, que lle­va al salón Morado, un recinto exclusivo para usos internacionales, de piso de parquet, unas cortinas de color morado, finos muebles de la época de Maximiliano, junto con lámpara de art decó, así como grandes libreros con finos cristales biselados y grabados con las inicia­les del presidente en turno.

Cerró Díaz Ordaz con cuidado —como si no deseara hacer ruido— debajo de un bu­ró de finas maderas, se resguarda un teléfo­no que permite hablar con diferentes man­datarios, la tecnología podía hacer que en el instante, tres presidentes hablaran al mismo tiempo ¡una verdadera joya de la moderni­dad! Se sentó cómodamente en el sillón prin­cipal y marcó el número de la distancia in­mediata.

—¡Hello! answer Sandy ¿who speaks?

—I want to talk to the president

Hubo un silencio del otro lado, por un ins­tante, como si se tapara la bocina para indi­carle a alguien, quien hablaba.

— Tell me now president, what happened?

—I’m annoying with the people of the CIA, Mr. President …

Fue tal vez la llamada más larga que se tu­vo memoria entre dos mandatarios, hasta ese momento.

Con 5 576 atletas de testigos, en el Estadio Universitario Olímpico de la UNAM, llegó la flama desde el Museo de Antropología —su penúltima parada— al pebetero, la joven mu­jer de Mexicali Enriqueta “Queta” Basilio, en­cendió la flama olímpica, en medio de un jú­bilo de las personas que ahí lo presenciaban y a través de sus televisores a toda la repúbli­ca mexicana.

Millones de personas vieron esa escena: ¡una mujer encendiendo el pebetero! ¿quién lo diría? decían los más.

Del 12 de octubre de 1968 al 27 del mis­mo mes, la justa olímpica se llevó a cabo en México, miles vieron las hazañas deportivas, los récords romperse, alzar las medallas de oro, plata y bronce, al fondo de cada himno de los ganadores.

Un joven de 17 años, hijo de padre nacido en Aguascalientes y una madre de Río Frío —por eso el apodo de tibio muñoz— le ganó al soviético Kisonsky en los últimos 25 me­tros de brazada en la prueba de natación de 200 metros.

Cuando subió al podio y se entonó el him­no nacional en su modalidad corta, todo los presentes y México entero —desde sus ho­gares puestos de pie y saludando— cantaron aquellos versos de Francisco González Boca­negra, con melodía de Jaime Nunó Roca, en memoria de los estudiantes caídos.

¡No por la medalla de oro!

Etiquetas: cuartel de mandoGaleana en marchallamadaMario Ballesteros Prieto

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