“…el sistema de paradojas hace que los indios que deberían de ser los privilegiados en América, porque fueron los primeros habitantes de estas tierras y son los depositarios de su mejor memoria, sean tratados como son tratados, los últimos de la fila…se les niega el derecho de tener religiones, no pueden tener más que supersticiones, no practican arte, nada más que artesanías, no hablan lenguas, sólo dialectos, en el fondo no son seres humanos, son nada más que recursos humanos, brazos baratos disponibles en los suburbios de las ciudades a donde llegan corridos por el desamparo para convertirse en mendigos, en putas, en delincuentes, son los más castigados, los más perseguidos…” La de Eduardo Galeano, es voz vigente en estos días que el espíritu patriótico de los mexicanos se viste de lentejuelas tricolores para proclamar vivas a la libertad y repudio a la esclavitud, aunque después de dos siglos no acaba de florecer del todo una, ni de erradicarse la otra.
En estos días de festejos patrios, a los indígenas del centro del país se les verá jalando el carrito repleto de banderitas, rehiletes, moños, vendiendo la ilusión de amor patrio. Las mujeres indígenas, a quienes para acentuar el menosprecio se les ha despersonalizado llamándoles “marías” así, en general, sin beneficio del nombre propio y apellido, sin ramas de árbol genealógico, engrosan el festejo vendiendo muñecas de trapo que ellas idearon, que hoy los chinos fabrican por montones y funcionarios públicos aprovechan para pasearse en Europa, también venden otros “recuerditos” y dulces, y para parecer genuinas, disfrazan su pobreza con algunas prendas del vestido otomí. Algo en ellas, quizá el sombrerito de cartón planchado y barnizado de blanco o las canastas en serie, da la impresión de estar organizadas por alguien, si no es que explotadas, lo que confirmaría que es la misma esclavitud revolcada de emprendedurismo. Igual lo dejan ver futuros patrones buscando en los ranchos mujeres para que sean sus sirvientas, eligiéndolas por las espaldas anchas, las piernas gruesas, por no tener hijos o porque ya los pueden dejar y hasta porque no sean exigentes en la comida. Igual que algunos constructores, buscan hombres para llevarlos a las ciudades a trabajar como peones, veladores o albañiles, ubicándolos en los trabajos más pesados, en los de mayor riesgo, jornadas pesadísimas que enfrentan con un tamal, dos bolillos, un atole y una coca mediana; durmiendo entre cartones en la misma obra y con suerte el patrón les lleve pulque el sábado, para que no quieran regresar a su comunidad.
La vida subterránea de las ciudades es habitada por hombres y mujeres de raíces indígenas, que hambrientos o incautos, apostaron a dejar la milpa o el rancho sólo para caer en manos de proxenetas multifacéticos que los alquilan para prostituirse y cometer delitos ocasionales, los usan para mendigar en cruceros y de casa en casa, otros los usan para invadir terrenos, para hacer marchas y manifestaciones, para pedir y exigir algo que merecen pero que una vez logrado no será para ellos. Hombres y mujeres que suelen ser figuras políticas o aspiran a serlo, los utilizan, para tomarse fotos abrazándolos, aceptándoles un taquito, recibiéndoles un anafre.
Los indígenas de nuestro entorno siguen siendo discriminados. Usted no los ve haciendo trámites bancarios o en restaurantes, ni en museos o salas de cine, pero si los ve durmiendo bajo los portales, rogando inútilmente permiso para entrar al baño en las oficinas públicas; los ve corriendo perseguidos por los inspectores del comercio, recogiendo del charco de agua los mazapanes aplastados, y hasta trenzados a golpes con el abusivo y luego en la batea de la patrulla.
Concluyo citando a E. Galeano. “La historia que nos enseñan es contada por los blancos, absolutamente racista, en donde las rebeliones de negros e indígenas se cuentan como episodios de mala conducta, como traición del fiel servidor hacia el amo, es la historia de los ricos, porque es la forma que tienen de justificar sus privilegios para poder transmitirlos por herencia material y cultural, quien tiene el poder tiene la palabra”. Al tiempo.