En este mundo por desgracia hay muchas formas para ser imbécil. O cretino.
Revise usted un país tensionado por la polarización.
En uno de los polos el partido oficial y el gobierno, con el respaldo de una fuerza electoral cuya dimensión le otorga desde ya el dominio del Poder Legislativo y con una iniciativa para someter al Poder Judicial con la facilidad aplastante de una poderosa y bien organizada estructura clientelar capaz de garantizar un resultado favorable en la designación de jueces a mano alzada en sorteos, rifas, albures, tómbolas o volados de merenguero; asambleas callejeras, pueblerinas o de plaza pública, como se ensayó hace pocos días en el Zócalo de la Ciudad de México.
Por otra parte, en el extremo opuesto, una minoría cautelosa, amedrentada por la aplastante mayoría, en la cual se ubican los especialistas en el Derecho y el análisis del juego democrático y la separación de poderes; los trabajadores de la judicatura, los empleados diversos, los abogados y los estudiantes de Leyes cuyas carreras se verán truncadas si el mecanismo de tómbolas y recomendados sustituye a la carrera judicial.
Casi como si en los hospitales se designara al cirujano de neurología o cardiología por la cantidad de votos en favor de un partido político, a fin de cuentas. Una aberración. Una irresponsabilidad, más allá de una idea canalla.
Más bien, como le dijo el Duque de Otranto (Fouché), a Napoleón cuando el 21 de marzo del año 1804 ordenó el fusilamiento de Louis Antoine de Bourbon, duque de Enghien: esto es peor que un crimen, es una estupidez.
En esas condiciones, ya dichas, de encono irreversible, sordera oficial e impotencia opositora, sólo queda la posibilidad de lograr 43 votos en contra en el Senado y evitar un atropello constitucional, decir algo así, es explicable sólo por la disfunción neuronal; o sea, idiotez pura
“—Esto no es política (…) la política es otro trabajo, y esto es como para que al güey que vote en contra lo linchen al pendejo…
Es en serio, así como es y así como soy yo de mal hablada, que lo agarren a chingadazos y le den con todo al güey que no vote en contra de esta reforma”.
Más allá del corriente orgullo ser ser malhablada (quien sabe desde cuándo es motivo de satisfacción la lengua verdulera sin gracia ni motivo), esta persona no tiene escapatoria y para mi ni nombre siquiera porque luego lueguito saldría la doñita con el mediocre recurso de la violencia política de género.
Pero si no alcanza a medir la temperatura del debate y no percibe cómo un llamado a la violencia nada más refuerza los argumentos de la otra parte, entonces le quedan grandes el bote de los tamales o el puesto de verduras en el mercado municipal de cualquier pueblo de Aguascalientes.
Por eso, con el balón suelto en el área chica, le regala esta oportunidad al presidente de la mesa directiva del Senado, Gerardo Fernánez Noroña, el morenista, quien así manda la pelota a la red:
“–En mi condición de presidente de la Mesa Directiva del Senado, presentaré una denuncia ante la Fiscalía General de México contra la legisladora Chuya Díaz… es mi responsabilidad garantizar la integridad de cada integrante de la Cámara de Senadores”.
Obviamente el recurso legal no va a prosperar. La Constitución protege con fuero hasta a los cretinos. Pero no hace falta. Con el daño pólítico de esta persona en contra de la causa de la cual supuestamente forma parte, es suficiente.
Pero como dicen los ebanistas, hay maderas que nomás no agarran el barniz. Y ésta es de esas.
Por eso la senadora Adriana Chávez dijo en su cuenta de “X” en torno de esta excitativa al linchamiento:
“Ni me asusta ni me sorprende: es la derecha violenta de toda la vida, esa a la que combatimos diariamente”.