En la guerra contra el Covid, la humanidad va perdiendo la batalla. No obstante que ya se cuente con vacunas y algunas medicinas apenas autorizadas y de eficiencia aún por acreditarse, el número de contagios sigue, así como el de muertes y al final, tendremos que reconocer que el virus nos ha colonizado y llegó para quedarse como amenaza permanente en nuestra cotidianeidad.
No podemos considerarnos vencedores, cuando hasta el mes de julio, la Universidad Johns Hopkins contabiliza más de 550 millones de casos y más de 6.3 millones de muertos y un ritmo frenético de contagios de más de 3 millones de casos diarios, basada siempre en los datos oficiales que presentan los gobiernos, pudiendo ser, por supuesto más, por los casos no reportados.
Ese es, hasta ahora, el saldo de la guerra sanitaria expresada en cifras tan frías, que hacen que el número de muertos no nos lleve ni al asombro ni a la conmiseración por las familias enlutadas, en lamentable exhibición de la insensibilidad y deshumanización de la sociedad contemporánea.
Pero hablemos de las guerras que se han desatado en torno a la pandemia. Una de ellas, la científica, que consiguió en tiempo récord fabricar las vacunas que evitaron que el número de muertes se multiplicara y están poniendo a nuestro alcance sustancias curativas ofrece un balance favorable. La otra guerra, la desarrollada en el terreno por los gobiernos encargados de la organización de la sociedad e instituciones para presentar un frente sanitario a la enfermedad, es un catálogo de ineficiencias y estupideces que debiera integrarse un manual para no repetirlas.
En América, tres países se destacan por el número de muertos acumulado hasta este mes; USA con más de un millón de fallecimientos; Brasil con más de 672 mil muertos y México con más de 326 mil, todos con un común denominador; sus gobiernos minimizaron la importancia del virus en sus inicios y lo convirtieron en una lid política, una virtual guerra contra sus opositores y críticos y una herramienta para conseguir ventajas en sus proyectos políticos.
Donald Trump llegó al extremo de bautizarlo como virus chino utilizándolo en su retórica nacionalista en la coyuntura de una guerra comercial con el gigante asiático y para incrementar su popularidad. Andrés Manuel López Obrador, consideró que la pandemia le había caído como anillo al dedo para demostrar a sus adversarios conservadores que se podía controlar sin recurrir a los excesos que según él se cometieron en la administración de Felipe Calderón para atajar la epidemia de SARS2; y Jair Bolsonaro en forma similar, optó por la liberalidad y el desafío.
Los tres desoyeron a la comunidad científica de sus propios países. Particularmente en México se privilegiaron los criterios cientificistas de López Gatell que decía basarse en la falta de evidencias científicas. Criterio estúpido cuando se trataba de un virus nuevo sobre el cual lógicamente no había evidencia y por lo tanto obligaba a ser especialmente cuidadoso y precavido. Cada uno de estos gobernantes convirtió la pandemia en arena política, en la que el enemigo no fue el virus sino sus adversarios y los muertos solo fueron daños colaterales y ni para ellos ni sus familias ha existido conmiseración.
En otras latitudes, regímenes considerados como absolutistas y otros que sí escucharon a su comunidad científica, formaron y atendieron sus respectivos consejos consultores, los saldos han sido menores, tanto en número de muertos como en la forma de salvar la contingencia económica sobreviniente tras el aislamiento social y comercial al que fue sometida la sociedad.
En Estados Unidos ni el salvataje económico lanzado por Joe Biden para auxiliar la economía familiar y empresarial ha evitado que se padezcan las consecuencias del error de no haber actuado a tiempo, con decisión y contundencia, para evitar el descontrol de los contagios. En México, las ayudas económicas repartidas en EEUU se convirtieron en un aumento de las remesas, lo que aunado al reparto de efectivo a través de programas sociales han permitido a las familias subsistir, sin embargo, la economía sigue a un paso de la recesión.
Los tres países tienen altos índices de inflación y baja recuperación económica y sí, la pandemia les ha caído como anillo al dedo para justificar sus errores pues la preocupación por obtener y mejorar el ingreso diario se ha sobrepuesto al impacto de los cientos de miles de muertos y a que México tenga el primer lugar en materia de muertes en el sector médico dedicado a atender la pandemia.
Los dirigentes de los tres países entraron en guerra contra el enemigo equivocado, los tres utilizaron el campo de batalla para sus propios fines, los tres desoyeron a los científicos serios sin contener en sus inicios la pandemia, los tres manipularon la gravedad de las muertes remitiendo su indicador de éxito al número de camas sin ocupar para demostrar supuesta eficiencia en sus estrategias, aún con hospitales colapsados, en unos casos por el exceso de pacientes y en otros por los errores burocráticos y fallidas prácticas de austeridad.
Al final, los saldos no mienten como las narrativas oficiales, cientos de miles de muertes, aumento de contagios y economías colapsadas, temas ausentes en la narrativa oficial que ha dado vuelta a la hoja con espejismos sucesorios y refinerías en boga, mientras contagios y muertes siguen contándose.