La llegada del ejército republicano y el ejército imperialista trajo a estas tierras miedo y atrocidades una vez fueron vislumbrados por la población ¡Llegaron para quedarse! Dentro de la ciudad aquel ejército de quienes defienden al emperador y por la parte externa como una gran corona ¡Rodean la ciudad! Con los ejércitos llamados del norte.
Con prestancia las familias adineradas de la ciudad huyeron a la ciudad de Guanajuato una vez los mensajeros avisaron que venían ambos ejércitos, los que partieron a San Luis del Potosí fueron cubiertos por los republicanos. Algunos padres con sus familias se quedaron pensando que esto iba a ser pasajero o al menos eso se decían los periódicos, con ello tratan de proteger sus propiedades, caballos, ganado y dinero ¡Salva saber que las jóvenes también eran en cuidado extremo! Lozanas y edad de merecer ¡Son custodiadas por sus hermanos como el mayor tesoro! Las familias queretanas gozan de un privilegio ¡El ejército conservador imperialista les cuida y protege! Por el cambio, los reacios pobladores republicanos ¡Acusan a las familias con los generales que sitian la pequeña ciudad de callejuelas y campanas! Es un arrebato de culpas entre unos y otros.
Una de las calles de mayor alcurnia es aquella que se conoce como “Del farol” donde las casonas de abolengo se cuentan en palaciegas fachadas con entradas por un lado para los carruajes, junto una suntuosa entrada para quienes ahí moran, un patio de grandes dimensiones lleno de macetas con espejos forradas se encuentra uno con una hermosa fuente de brillantes chorros que lucen en cristalinos destellos, el patio es coronado con arcadas que llevan a los cuartos, de primera, la sala de recepción es lo visto, conecta con la recámara nupcial y en puerta tras puerta, tanto dentro que por afuera ¡Se unen todas las habitaciones! Esto permite el paso dentro de la casa en los fríos inviernos de esta ciudad de violáceos atardeceres.
Si la casona es de abolengo de peninsulares ¡Goza de dos plantas con una escalera que abre a la par en diestra y siniestra, aunque se llegue al mismo piso, si por el contrario es una casa de criollos ¡Solo una planta se les es permitido! Acuse claro del colosal tamaño que a presunción no se dejan excluir.
En esta calle viven las familias más adineradas de la ciudad ¡Aquellas que no le temen al sitio republicano! Que de valientes alcurnias, tanto por los abuelos generales anteriores al movimiento de liberación de las américas ¡Que al afamado comerciante introductor de licores y lonjas de vianda! Este momento no les desvía de sus intenciones, dicen entre ellos en la reunión de lo que acontece.
– ¡Que se sepa que no tememos a ningún invasor! Estas tierras son de valientes y feroces soldados ¡No estuvimos de acuerdo con la separación del reino de castilla! ¡No lo estaremos ahora con el fin del ejército imperial! Dicen los que saben ¡Van siendo en derrota! – asestaba sus comentarios el firme coronel en retiro de los dragones de la reina cuando apenas era un mozalbo, en aquella reunión de vecinos de la calle del farol todos, para saber la posición que más les conviene ante los sucesos que se presentan ¡Poco se sabe de la verdad! Los ejércitos ya están aquí ¡Ambos!
-Refiero mis gentiles vecinos que la mejor manera es estar de parte de los republicanos ¡Son menos sangrientos que los conservadores! Quienes aún creen están en alguna cruzada por el nombre de Dios ¡Sabed sus mercedes que esto no es una guerra santa! Es el fin del imperio ¡Es el culmen de la situación ¡Los imperialistas están a la par de la banca rota! No habrá dinero que alcance – revira el mejor comerciante de la ciudad, aquel encargado de introducir a esta ciudad las fábricas de telares en donde se surte de ganancias gracias a la esclavitud de sus trabajadores.
El salón donde se lleva a cabo la reunión está rodeado de una cristalería con biseles en cada ventana, un albo piso reluce a reflejo las candelas que se prenden por cientos ¡Parece de día! Aunque ya el nocturnal hace de pasado el primer grito el sereno, los vinos que se sirven hace deleite al comensal ¡Las esposas han apurado la merienda! Se dejan ver calientes bollos con jalea de durazno y deliciosos quesos añejos con ate de membrillo como entrada, le sigue un lomo de jabalí con pasas en un licor de jerez y nueces, siendo el final del menú ¡Una cajeta con firme de coco! Todos se embelesan con la comida, el vino y tabacos.
Al llegar el tiempo de la torna mesa las mujeres pueden dar sus comentarios ¡Antes no! Se les niega esa parte, comienza la mujer del anfitrión:
– ¡Señores muy preocupadas estamos con el futuro de la ciudad! Cierto es que ya todas las calles se han vaciado, al menos de nuestras amigas las McCormick, Septién y las hermanas Pozo, quienes en el afán de protegerse han dado para la ciudad de San Miguel Arcángel, las más hacia Guanajuato, aquellas descendientes del marquesado del Villar del Águila desde el comienzo de las batallas por la reforma ¡La ciudad de México fue su refugio! Quienes alzaron el camino hacia Francia e Inglaterra fueron las familias de Duero González, me atrevo a preguntarles gentiles caballeros ¿Son nuestras casas suficiente refugio a nuestras hijas?
– ¡Mil doblones Ernestina! ¿Cómo os atreves a preguntar eso a nuestros invitados? Pero es claro que no hay mejor refugio que las casonas mismas para nuestras hijas ¡Fueron construidas con ese fin! De seguro la protección no es lo que preocupa ¿Un asalto? Imposible, todo el personal está ya advertido que de no contestar el santo y la seña ¡Una espada atravesará el cuerpo! O un chispazo tomará el fuego de su rostro ¡A salvo no se retira el intruso!
¡Las esposas aplaudieron! Al fondo el gendarme de la ciudad logra esgrimir algunas pinceladas en su participación: – ¡Mis señoras damas! – saluda haciendo una reverencia- He de pensar en lo cierto que algunas cuestiones no hemos sido precavidos ¿Entrará el ejército del norte a la ciudad? ¿Cuánto se sostendrá el sitio? Una semana ¿Tal vez tres? El ejército imperial lleva mucha ventaja en saberes de la guerra – ¡Sí señor pero el ejército del norte es más numeroso! – interrumpió el primer regidor de la ciudad, un hombre de bajos hombros y encorvada espalda, que por los quehaceres del escritorio ¡Ha perdido su gallarda figura! ¿Su esposa? Una joven de apenas trece primaveras ¡Quien a juicio de las mujeres ahí presentes solo por el interés de los bienes se ha desposado! No hay razón para pensar lo contrario – este regidor también es encargado de la policía imperial de la ciudad.
La noche pasó entre aquellos corrillos sin sentido ¡Hasta las preocupaciones del tono de mantenerse seguros en las grandes casonas! Llegó el fin de la reunión y como en aquellos años de la insurgencia en estas mismas tierras ¡Todos a escondidas y sabedores que de ser descubiertos pasarán tiempo en la prisión! Caminaron a hurtadillas a simples pasos de sus portones.
Cuentan quienes vieron que las campanadas sonaron tan fuerte al otro día ¡Que parecía aumentaban su estruendo como un grito de dolor! – ¡La invasión ha comenzado! Fuertes cañonazos dan en las torres de los templos ¡Boquetes se dejan sentir en las cúpulas de los templos! La ciudad se llenó de pólvora y sangre ¡Todos corren a sus casas! Pero los cañones enemigos del ejército republicano ¡Hacen sentir su poder! Destrozos por lo ancho de la ciudad ¡Todos corren! Niños, ancianos y familias buscan esconderse de la lluvia de metralla que se deja venir ¡Mueren destrozados en las calles!
¡De pronto todo se calmó! Se creyó que la invasión cedía, ninguno de los soldados republicanos entró a la ciudad – ¡Victoria! – alzan la voz unos cuantos- Los embates no sirvieron ¡Fueron todos repelidos! – Se corre la voz – ¡Ha ganado el imperio!
En la calle del Farol las casonas han resistido los embates ¡Una gárgola fue lastimada! Las demás gozan de su fuerza ¡Las violáceas canteras han logrado salir avante! Se ha comprobado lo insigne de las fortalezas que le hacen al hogar. Por la noche se volvieron a reunir los vecinos de la calle para saber de lo sucedido – ¡Ha sido atroz! – dicen las esposas que no esperan a la torna mesa – ¡He tenido pesadillas! Las niñas han gritado de terror y creo que debemos de partir de la ciudad ¡Que platique mi señor la idea! Anda diles – arremetía la esposa del comerciante de mayor edad.
El esposo hecho un manojo de espanto logra por atinar ¡El susto se le observa! Hace la segunda de voz a su esposa – ¡Qué de razón le doy a mi mujer! Es momento de huir – Pero ¿Qué pasa? – Interrumpen los vecinos- ¿Qué de verdad dudan de sus casas para estos menesteres? Está comprobado ¡Son fuertes y muy resistentes! – No es la razón de la fortaleza mi señor – dijo el comerciante – ¡Son mis hijas! Cinco hermosas musas que hacen del llanto todo el tiempo que duró el embate, sus nervios las vuelven locas ¡Cada estallido fue un destrozo del corazón! No me es posible volver a verlas así ¡Nos iremos mañana mismo! Solo una cosa me preocupa ¿Cómo sacaré tantos doblones de oro que tengo? Corro el riesgo de ser asaltado en esta región sin ley ni orden.
El temor cundió por todo el salón, la situación del comerciante preocupó a todos – ¡Es un poco alocado! Le gusta el desorden y el vino ¡Ah como goza el fruto de las vides! Su fortuna rozaga en número y bienes raíces ¡El sitio lo ha puesto más que nervioso!
Al otro día sin razón ni apuro ¡El comerciante, su esposa y sus cinco hijas desparecieron! Algunos vecinos pensaron que había roto el sitio y partido hacia Guanajuato, de donde se sabe cuenta con familia, otros más dicen que ha pagado una fuerte suma de monedas y partió hacia la ciudad de México ¡También con parientes por allá! Al sonar del sitio lo extraño es que están sus carrozas, animales de carga ¡Una hermosa cuadrilla de monta se mantiene en sus caballerizas! La fuente no deja de chisporrotear, es un día común en la gran casona antes llamada “De la Marquesa” ahora del afamado comerciante.
Solo un viejecillo remingón se hace de la presencia ¡Entra con fruta y carne que apenas logra encontrar! El sitio ahorca, los víveres conforme pasan las semanas son imposibles de conseguir, a la par las mujeres vecinas que se han quedado en la ciudad le hacen preguntas ¡Sabedores que el viejecillo es mudo! Solo a señas tratan de hacerse entender ¡Le escriben las preguntas! El infeliz no sabe leer. Pero cada día sin falta ¡Hace de víveres a la casona como si viviera alguien! Prepara comida y se retira ¡El aroma perdura por un buen rato! Después es solo la imaginación la que hace de saber a los vecinos: – ¡De seguro viene a preparar comida y va venderla! Es un granuja ¡Les puedo asegurar que la comida de seguro se la vende a los soldados republicanos ¡He visto como se dirige hacia la hacienda de charco largo junto al carrizal, ¡Es un ladrón que está robando a la familia de nuestro amigo! Debemos aprenderle… – Corridos y comidillas se pasan el tiempo inventando historias suspicaces.
Lo que sí es verdad es que la gran casona continúa abandonada ¡En perfecto estado y funcionamiento! Con la llegada del viejecillo remingón, que no hace el intento por hablar o de comunicar lo que sucede. Al tiempo todos hacen al olvido de la familia del comerciante que de seguro goza ya de la paz de haber salido del sitio.
¡Llegó el fin del sitio! Los republicanos obtuvieron la total victoria ¡Todos celebran! Las familias conservadoras de inmediato fueron llevadas a juicio por alta traición ¡Padres e hijos fueron fusilados de igual manera que el emperador!
Las casonas aledañas a la del comerciante que desapareció ahora sufren de inclemencias que les hielan las noches ¡Gritos fulgurantes se hacen sentir pidiendo auxilio! – ¡Ayudadnos infelices! Estamos atrapados ¡Clemencia mis señores! – se escucha a lo lejos almas que de seguro son espíritus de quienes murieron en batalla y ahora sufren las llamas del infierno – ¡Señores de favor haced algo por nosotros! Auxilio os pido ¡Mis hijas! Mis hijas…
Hace tres semanas que el viejecillo remingón que cuidaba la casa del comerciante, fue capturado por los alguaciles bajo la pena de robo ¡Se le vio entrando a la gran casona! En donde, por su impedimento de hablar, no pudo explicar si era habitante o un simple aprovechado de la ocasión ¡Fue sentenciado a seis años por robo! Los vecinos de esa gran casona continúan escuchando sollozos por la noche, esto ya no se puede soportar ¡Hielan el alma de quienes lo escuchan! – ¡Clemencia señores! Os pido nos auxilien ¡Dios escúchanos! – se escuchan los gritos. El problema de espantos y gritos nocturnales fue tan grande que tuvieron que traer a un sacerdote desde Guanajuato, porque ya en la ciudad no queda ninguno. Rompieron los cerrojos de la gran casona, entraron sigilosos ¡El olor a demonios es insoportable a tal grado que el sacerdote se desmayó! Al volver solo atinó de que la gran casona está bajo un maldito hechizo ¡Nombró al demonio como Ustides! He hicieron sus ritos ¡La peste no cedió! Pero las voces se callaron.
¡El síndico y el alcalde tuvieron que clausurar la gran casona!
Los años pasaron, historias de demonios y espíritus cundieron por toda la calle del Farol, culpando a la gran casona del comerciante, las casas aledañas fueron abandonadas ¡Hubo quien inclusive dijo haber visto al Mefistófeles mismo! Huyeron los vecinos, las personas dejaron de pasar por ahí.
Un rico hacendado de la ciudad de México ha llegado a la ciudad ¡Enamorado de este terruño hizo por comprar algunas casas! El zorro vendedor le hizo una jugarreta y le incluyó la casona del comerciante desaparecido a un costo de propiedad, que no pudo rechazar ¡Se hizo de ella! Cuando sus hombres entraron a reconstruir los estragos del abandono a la gran propiedad, encontraron una pared que separa lo que fuera un excelso salón, una simple y pequeña ventana tapada con una pintura, el muro no coincide con la arquitectura original, era el lugar por donde el viejecillo remingón pasaba comida al comerciante, esposa y sus cinco hijas ¡Se emparedaron dentro de la gran casona!
Evitando con esto así huir de la ciudad y mantener a resguardo toda su riqueza en monedas de oro, títulos de propiedad y el honor de sus hijas Al ser encarcelado el viejecillo dejó de darles comida y sustento, al paso de los días el hambre los hizo gritar ¡Con tal esmero! Que perecían almas en pena o demonios. Por seguro que a semanas de abandono ¡Murieron de inanición! Lo colosal de la casona hacía que los gritos parecieran salidos de ultratumba.
¡La ciudad entera se asombró de lo sucedido!
Lo que no se explican los trabajadores que hacen la reparación que, al derribar el muro, encontraron a todos en solo huesos, esposa e hijas, menos al comerciante que se mira como si recién hubiera fallecido ¿La razón? Al parecer ¡Comía de su familia para sostenerse con vida!