Todos ignoramos el verdadero tono de las conversaciones de principio de semana entre el señor presidente Don Andrés Manuel López. O. y la señora candidata triunfadora, Doña Claudia Sheinbaum. P.
El gesto gentil y caballeroso del señor presidente quien de par en par abrió las puertas del Palacio Nacional y con incontenible afecto besó a su creatura, no revela nada en realidad porque en la política, todo puede cambiar y desde hace muchos años, los besos y los abrazos, han dejado de ser garantía de conciliación en negociaciones del poder.
Nada más recordemos (para no hablar de besos en el Nuevo Testamento), cómo terminaron los dos caudillos cuyo abrazo en Acatempan abrió tantas puertas en la historia de México. Los dos fueron asesinados.
Para el buen entendedor de las incompletas cuestiones, esto de la judicatura y sus reformas, es un enfrentamiento si no de personas, sí de relojes y calendarios. El presidente Andrés Manuel López. O. tiene una enorme urgencia (la ha tenido toda la vida) y el tiempo se le acaba. Haga cuanto su deseo le obligue, el tiempo se le acaba sin remedio. Y no le gusta.
Mientras para la otra parte el asunto es urgente de otra manera: comenzar su sexenio en paz. Si no puede ser la paz del país en cuyo territorio un día si y otro también hay asesinatos, masacres (estilo Guanajuato, con protagónica Guardia Nacional incluida), al menos equilibrio en lo transitorio de la entrega y recepción del cargo y el encargo.
Hoy quisiera Doña Claudia Sh. P. pasar por este trámite (recibir la banda de mando sin bastón), con la misma tranquilidad del trámite electoral, como oportunamente definió a la jornada comicial del pasado 2 de junio.
Hasta ahora nada ha quedado en claro.
Los añadidos a las iniciativas de este presidente, pegotes sin premura real, (como la reelección o la ley del ISSSTE y otros temas), más bien parecen recursos para ganar tiempo y buscar la confianza fugitiva cuya comparación con la siempre presente cotización del peso y el dólar, puede volverse un dolor de cabeza perdurable.
Pero lo indudable es el doble uso de la mesa de la comida del lunes, porque sobre el mantel o sin sus holanes, cada uno ya puso (y opuso) sus cartas. Eso es absolutamente seguro.
Y si la señora C. Sheinbaum. P. se reúne con Doña E. Sherwood, la asesora de Seguridad del inseguro presidente Biden, de los Estados Unidos –quien debe estar preocupado por su hijo, tanto como por no caerse de la silla–, es también para decirle palabras escondidas al resto de los mortales, coo las frases, consejos o recomendaciones no menos misteriosas del inge C. Slim, quien en su última conferencia de prensa nos habló de su paciencia, pues prometió esperar el fin de la administración de su querido amigo Andrés Manuel. L.O., para decirnos sus puntos de vista en torno de la agónica administración.
—¿Se los habrá confiado a la señora candidata triunfadora quien tiene un pie en la presidencia electa? Nadie lo sabe, pero algún día las negras cortinas del secreto se abrirán y le darán paso a la luz del conocimiento el cual nos llega, por lo general, cuando ya no sirve para nada.
Mientras tanto yo le quiero hacer un regalo a la futura presidenta.
Se trata de algunos versos de Robert Frost quien, los iba a leer en la toma del cargo de John Kennedy cuando un viento aleve le desparramó las hojas por toda la escalinata del Capitolio y la brillante luz del sol estorbó la lectura a sus ojos ancianos.
“The greatest vote a people ever cast, / So close yet sure to be abided by.”
En esta ocasión no trataré de traducirlos porque como son para la Doctora C. Sh. y ella habla y entiende el inglés, (no como el monolingüe antecesor) resulta innecesario.