Cathia Huerta Arellano
Docente e Investigadora de la UAQ
La voz de Marcela Lagarde y de los Ríos, poderosa y firme no se apaga. La escuché por primera ocasión a través del celular. A propósito de la organización de un Diplomado, algunas feministas académicas la invitamos a impartir una conferencia sobre las mujeres universitarias. Nunca imaginé que esa iba a ser una de las muchas llamadas y encuentros que tendría con esta mujer, a la que yo misma había citado en algunos de mis textos académicos y referenciado tantas veces en las clases que como docente impartía. Como buena tejedora de palabras, Marcela prefiere hablar que escribir correos o whats. Así que cuando me llamó, le respondí emocionada y muy nerviosa para ponernos de acuerdo con el tema de la conferencia. Comprometida como es con el feminismo, me pidió que aprovecháramos su visita para reunirse y charlar con las feministas de Querétaro; reencontrarse con algunas y conocer a otras, –encontrar coincidencias –, dijo, refiriéndose a lo común que nos puede unir a las mujeres cuando luchamos por nuestros derechos. De ahí en adelante, las veces que acudió a nuestro llamado, repartió el tiempo de su estancia entre conferencias de auditorios repletos de estudiantes, y charlas con feministas preocupadas por la situación de las mujeres en Querétaro ante el aumento de los indicadores lamentables que colocan a esta entidad como una de las mas inseguras y violentas para las mujeres.
No hay mucho que se pueda decir sobre Marcela que no se haya dicho ya en reconocimiento a su trayectoria como fundadora de redes feministas, precursora de cátedras, asesora en la instalación de políticas para erradicar la violencia contra las mujeres y autora de incontables libros. Acerca de estos, justo esta semana, fue presentado en Querétaro a manera de homenaje por su trayectoria, su libro: “Claves Feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres”.
Sobre el feminismo, Lagarde recupera una historia que no es ajena a la irrupción de los Derechos Humanos, historia en la que hasta el siglo XVIII, las mujeres no aparecían como parte del ideal libertario. Fueron voces femeninas como la de Olimpia de Gouges, las que determinaron hace 300 años, un punto de partida para la visibilización de las opresiones históricas. Ha sido Marcela Lagarde, una de las principales continuadoras contemporánea de la visibilización de los mecanismos sociales y simbólicos que impiden la autonomía de las mujeres. El matrimonio, la maternidad, el tutelaje de la sexualidad, y por supuesto, la exclusión del mundo público que despoja a las mujeres de su avance en términos económicos y educativos, son como ella los llama, esos cautiverios, los que nos impiden acceder a la autonomía y nos vuelven vulnerables ante el odio que el sistema patriarcal genera sobre los cuerpos de las mujeres.
Marcela no solo les habla a las mujeres de sus reflexiones filosóficas, sobre todo le habla al Estado para reclamar un piso mínimo de condiciones que permitan nuestro avance y el pleno goce de nuestros derechos. Tanto de este libro, como de sus palabras, las mujeres obtenemos una metdología para la vida a la que Marcela suele llamar claves y que son formas o caminos para posibilitar transformaciones culturales y principalmente, en la experiencia de la subjetividad y del cuerpo de las mujeres: “Llamo claves feministas a los mecanismos o métodos que, a manera de llaves para abrir puertas o ventanas, cada quien puede utilizar… “. Con estas claves nos invita a pensar en que si bien, en la lucha buscamos para todas el derecho a vivir libres de violencia, no debemos olvidar tomar distancia también de las demás para marcar límites personales.
De una charla sostenida en medio de un tráfico pavoroso, inisistiendo yo en el sentido que le daba a mi vida el representar a otras mujeres en su lucha, contundentemente Marcela expresó: –la soledad, no es estar sola, las mujeres tienen miedo de estar solas y por eso no permiten la distancia que se requiere para construirse y representarse a ellas mismas–, este aprendizaje ahora me permite sostener el alejamiento de aquellas con las que no coincido, así como establecer lazos con quienes buscan compartir experiencias desde la diferencia. Lograr encontrar en el silecio de la soledad, no el rechazo, si no la distancia necesaria para reconocer el cause del deseo propio, ha sido uno de los hallazgos más importantes y me siento honrada de haber recibido esta clave en voz de la propia Marcela Lagarde.
Hoy pienso a partir de las claves recibidas por mis maestras feministas, que la politicidad de las mujeres no radica en su alcance dentro de la estructura patriarcal establecida, sino en la gobernanza de sus propias vidas. Se trata de asumir la responsabilidad de representarnos primero cada una, lo cual no es tarea fácil en un mundo en el que aún siguen siendo violentadas, discriminadas y asesinadas las mujeres por razón de su género.
Por eso es importante seguir traficando estas claves, compartirlas con las más jóvenes sin subestimar sus propias experiencias. Desde sus palabras, Marcela nos insita a reconocer la existencia de las otras a partir de sus experiencias particulares recurriendo a la sororidad, que no es la identificación con el otro, el fundirse en el otro, sino más bien: “… un pacto que está basado en el reconocimiento de la diferencia. Pactamos por que somos diferentes y no porque pensemos igual”.
Lagarde aparece entonces, en cada ocasión, en cada espacio público en el que es convocada como una generosa tejedora de ideas críticas, pensamiento científico y palabras potentes, que se traducen en claves para las “socias feministas”, ahí donde lo importande no es la coincidencia si no el pacto entre mujeres para seguir avanzando en la lucha feminista y lograr una sociedad más justa.