Hay una purga de moderados en los círculos cercanos al presidente Andrés Manuel López Obrador. Los duros, que fueron los grandes perdedores en las elecciones del 6 de junio, han cerrado filas para reagruparse y evitar que ese sector radical del presidente, siga perdiendo fuerza. Las acciones de los radicales van desde el desplazamiento de cuadros que habían servido como atemperadores del mal humor del presidente, hasta la intensificación de ataques y difamaciones contra la prensa independiente. Las figuras claves que encabezan estas acciones son Alejandro Esquer, el secretario particular del presidente, y Jesús Ramírez Cuevas, su vocero, el principal animador del mal humor presidencial.
Dos importantes funcionarios en la primera parte del sexenio fueron bloqueados y desplazados por los duros. El primero, expulsado del grupo compacto de Palacio Nacional por intrigas de Esquer fue Gabriel García Hernández, quien durante años trabajó directamente con López Obrador estrategias electorales, y recientemente destituido como coordinador de los superdelgados. Su salida sorprendió a muchos en Palacio Nacional, que no la esperaban.
A García Hernández lo responsabilizaron de la derrota electoral en la Ciudad de México, aunque la culpa de ese revés es de Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, que estuvo alimentando de información errónea al presidente. López Obrador le encargó la elección en la capital federal y fue muy claro con el canciller Marcelo Ebrard, y con el senador Ricardo Monreal, que tienen fuerza y alianzas a nivel local, para que se mantuvieran alejados del proceso. Sin embargo, Sheinbaum engañó al presidente -y se dejó timar- con encuestas que resultaron en un desastre.
A Sheinbaum le costó regaños en Palacio Nacional, pero a García Hernández el cargo. A Monreal le ha costado el señalamiento de traidor entre los duros del presidente, y a Ebrard le han ido quitando responsabilidades como enlace político para temas que trascienden sus funciones. A Sheinbaum le impusieron nuevos colaboradores, empezando por el próximo secretario general de Gobierno, Martí Batres, con el talento y oficio de los que ella carece. Otros refuerzos vienen en camino.
La salida de García Hernández, como el arribo de los duros al gobierno capitalino y su reposicionamiento en Palacio Nacional, preocupó aún más por la llegada de Carlos Torres a manejar los programas sociales, a quien funcionarios cercanos a López Obrador consideran que no tiene ni la experiencia ni el talento, por lo que temen será manipulado por Esquer y los radicales en el entorno presidencial, que se van a quedar con la estructura político-electoral, disfrazada de operadores de los programas sociales conocida como los Servidores de la Nación.
Otro funcionario al que redujeron fue Lázaro Cárdenas, coordinador de asesores del presidente, y quizás el que más intentaba atemperar el mal humor de López Obrador y alertar cuando consideraba que sus acciones serían contraproducentes. El presidente a veces lo escuchaba y muchas veces no, como sucede con todos a su alrededor, pero a diferencia de otros de sus cercanos, no le calentaba la cabeza de manera continua ni provocaba sus arranques de ira, cada vez por cierto, más públicos. Cárdenas no perdió el cargo, pero su equipo fue removido de Palacio Nacional. Lo que hicieron con él es lo mismo que fueron haciendo con el ex jefe de Oficina, Alfonso Romo, a quien fueron desplazando, física y en términos de acceso al presidente.
Los ajustes de cuentas de los duros contra los moderados han sido acompañados por la estrategia de Ramírez Cuevas, quien con el argumento de que había que enfrentar a la critica en los medios y a la narrativa de figuras opositoras en la oposición, le propuso un ejercicio difamador de periodistas para inhibirlos. El ejercicio fue muy bien recibido por López Obrador, aunque por las reacciones negativas que tuvo dentro y fuera del país, ha reculado levemente. El ejercicio fue tan fallido, que personas que apoyan a López Obrador lo repudiaron.
El mal humor del presidente ha estado todo el tiempo en su epidermis. Esta semana explotó una vez más contra el historiador Enrique Krauze porque la semana pasada le dieron un premio en España. El tabasqueño vive en un zigzagueo dentro del radicalismo que a veces quisiera atemperar, pero no para cambiar, sino para reducir las críticas y recargar sus armas políticas.
Por ejemplo, como no le gustó el borrador del discurso que iba a pronunciar en su informe parcial de Gobierno, segundo aniversario de su victoria electoral que había redactado Ramírez Cuevas lleno de autoelogios que consideró sería contraproducente, le pidieron a un columnista afín a López Obrador que lo revisara, corrigiera y redactara nuevamente para matizarlo y bajar la dosis ideológica que había impreso. Otro momento similar se dio con la instrucción para que se cuidara cuáles funcionarios darían entrevistas en los medios del gobierno para evitar lo que sucedió recientemente con el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, atacando a los familiares de los niños con cáncer en un programa en Canal 11 de conducido por sus moneros de cabecera, que son a la vez importantes asesores políticos del presidente.
Son dos pasos para adelante y uno para atrás—a veces. Lo que está claro es que la línea radical tendrá nuevos espacios con el regreso de quienes habían sido neutralizados por los moderados. La derrota electoral en la Ciudad de México, bastión de la izquierda desde 1997 fue la sacudida, al regresar a Morena a los niveles de apoyo previo a 2018, pero con tendencia a la baja. No ha digerido López Obrador la incompetencia política de Sheinbaum y no le dará una segunda oportunidad.
Para mantenerla como su sucesora reagrupó al equipo que lo ha acompañado desde los 90’s, reforzándolo en lo político y en la propaganda. La estrategia es mantener el 34% de voto leal que aún tiene, y evitar que sus adversarios electorales puedan minarlo, alcanzarlo o rebasarlo. Para ello necesita más polarización y más radicalización. Es la mejor hora para los duros.