“Cuando se aproxima el final de su vida, el cisne canta mejor y más fuerte; y, así, cantando, él acaba su vida” (Bestiario toscano).
El canto del cisne es una expresión que alude al último gesto realizado por alguien a punto de morir o a punto de jubilarse, metáfora que proviene de los bestiarios medievales que aseguraban que, en esos últimos momentos, el ave daba una obra maestra con el suspiro final. En la literatura medieval, se le conocía como bestiario a la recopilación de descripciones y relatos de animales reales o fantásticos, a menudo ricamente iluminados y/o humanizados, con una lección moral que pretendía instruir a los lectores con el dogma de la época.
Y hoy, en el escenario continental del fútbol, probablemente dos titanes se despiden, no con lamentos, sino con la sinfonía de sus botas acariciando el balón. Messi, el felino con pies de bailarina, danza con la Copa América; mientras que Cristiano, el fiero lusitano, ruge con la Eurocopa. Son los últimos compases de una era dorada, el canto de cisne de dos colosos que han redefinido la historia de este deporte.
Messi, el genio zurdo, teje jugadas con la sazón del mejor parrillero de la pampa. Su zurda prodigiosa, un pincel que pinta obras de arte en la verde pradera. Cada regate, un poema; cada gol, una oda a la belleza. Ha llevado a Argentina a la cima, conduciendo a sus compañeros con la batuta de un director de orquesta. Es el epítome del fútbol como arte, el pequeño poeta, eterno rey de Cataluña y que hoy vacaciona en Miami, el que escribe con sus pies la inmortalidad. Él, la idílica definición del talento.
Cristiano, por su parte, es la fuerza bruta convertida en arte. Un depredador en el área, un misil teledirigido hacia la portería rival. Su ambición desmedida lo ha impulsado a cotas jamás imaginadas. Cada gol, un rugido de fiera que resuena en los estadios. Ha liderado a Portugal durante años, demostrando que el trabajo duro y la determinación son tan importantes como el talento. Es la encarnación del fútbol como conquista, el guerrero que lucha con cada fibra de su ser por la victoria. Él, la idílica definición de perseverancia.
Ambos, Messi y Cristiano, han sido protagonistas de una rivalidad épica, alimentándose mutuamente para alcanzar la grandeza. Son como yin y yang, dos fuerzas opuestas pero complementarias que han impulsado el fútbol a niveles nunca antes vistos. Juntos han elevado el listón, obligando a las nuevas generaciones a dar lo mejor de sí mismas.
Pero el tiempo, ese rival implacable, no perdona. Las piernas que antes corrían incansables ahora pesan un poco más, las carreras ya no son tan veloces, los cambios de dirección ya no son tan bruscos. Son los signos del ocaso, la inevitable despedida de dos leyendas que han marcado una época.
Sin embargo, no hay lugar para la nostalgia. Tal vez no sea el mejor torneo para cada uno de ellos, pero aun si, disfrutemos de este probable último baile, de estos últimos coletazos de genio. Apreciemos cada regate, cada pase, cada gol, como si fuera el último. Porque estamos presenciando el cierre de una era, el canto de cisne de dos titanes que han inmortalizado sus nombres en la historia del fútbol.
Messi, el mejor de todos los tiempos, el maestro indiscutible del balompié. Cristiano, el mejor antagonista, el competidor feroz que siempre empujó a Messi a ser mejor. Ambos, juntos, han escrito un capítulo glorioso en la historia de este deporte. Que el fútbol los recuerde siempre como lo que son: dos genios que nos regalaron momentos mágicos e inolvidables.
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