Después de los oprobiosos juicios presidenciales sobre la UNAM, vale ratificar nuestra convicción sobre lo que deben ser las universidades públicas: libres, laicas, autónomas, plurales y críticas. No obstante, a pesar de la infamia, reconozco que sí es forzoso rescatar las inquebrantables responsabilidades de las universidades públicas, aunque ese no haya sido el propósito de la maliciosa estrategia del Ejecutivo. Evaluación que corresponde a los universitarios y a la sociedad y no al gobierno.
Las funciones más reconocidas de las universidades públicas son: la docencia, la investigación y la difusión de la cultura. Actualmente la parte más desdibujada de estas altas responsabilidades es la cultura. Las universidades públicas tienen la obligación de transmitir los valores espirituales de la sociedad pero paralelamente hacer una crítica de esos valores para su análisis, actualización, depuración y perfeccionamiento. Es en el cumplimiento de esta responsabilidad como las universidades fortalecen su vínculo con el pueblo y se erigen como conciencia crítica e instancia moral de la convivencia social.
Han sucedido acontecimientos graves y determinantes en los últimos meses, como la pandemia, que ha venido a trastocar a tal punto al mundo, que bien podemos decir que es una sociedad antes y otra después del virus. Salvo algún artículo o la existencia de un programa suelto, pero no he sabido que las universidades públicas organicen mesas redondas, seminarios, simposios, cursos o diplomados, sobre los efectos económicos, políticos y sociales sobre este parte aguas. La misma tibieza ante el drama de los migrantes; el silencio ante las críticas presidenciales a las clases medias fue una vergüenza, cuando en las aulas de las universidades están cubiertas de “aspiracionistas” al saber y a la superación profesional y personal. En todos estos temas es triste y bochornoso no haber escuchado la voz sonora de las universidades públicas ni su participación en otra de sus funciones: la organización de debates públicos.
En Inglaterra ya han inaugurado una maestría sobre los Beatles, incluso aquí, Bellas Artes, ha abierto sus puertas a artistas populares. Las Universidades Públicas han visto por arriba del hombro esos fenómenos culturales que auténticamente se viven y discuten por Juan y Juana Calle. Las universidades públicas no pueden limitar su esencia y destino vinculados con la sociedad, a ser un simple escenario del debate entre partidos políticos y candidatos en época de elecciones. Se trata de impulsar las actividades culturales, sin excluir una crítica a los valores espirituales que existen y palpitan en la cotidianeidad.
“El Juego del Calamar”, es la serie de Netflix más popular en su historia, la han visto más de 150 millones de personas; su influencia es innegable en México. Representa una nueva oportunidad para que la universidades públicas ejerzan su responsabilidad institucional como críticos de la cultura y demostrar que todo lo que es humano es su materia de trabajo. En la próxima colaboración abordaremos las razones del impacto mundial de “El Juego del Calamar”.